lunes, 22 de diciembre de 2008

Un mensaje de Navidad


Queridos amigos:

Abrí este blog en noviembre de 2007, pero fue a partir de la publicación de mi novela La búsqueda, en enero de 2008 cuando empecé a escribir en él. Fue mucho menos complicado de lo que había imaginado, y pronto le tomé gusto. No entro con la frecuencia que quisiera, aún así, he tenido el placer de recibir sus visitas, ha sido una experiencia muy agradable conocer a personas a través del blog, compartir sus respectivos sitios, obtener respuestas a mis planteamientos… en definitiva puedo decir que un blog es una ventana al mundo.

Quería dejar un mensaje de Navidad para todos los que en esta época tan movida tengan tiempo de dar una vuelta por aquí, y agradecer sus comentarios, contribuciones valiosas para que este blog siga existiendo.

Les deseo de todo corazón:

¡Feliz Navidad!

sábado, 13 de diciembre de 2008

Katty

Escuchar el sonido de los pajarillos que hacían de cada madrugada un evento familiar, no restaba el temor de encontrarse en un lugar extraño. Levantarse todos los días cuando la penumbra aún no abandonaba el cielo y sentirse ajeno; ajeno en costumbres, extraño en despertares. ¡Cómo añoraba volverse en la cama y tocar el cuerpo tibio —y a veces demasiado caliente— de su mujer!, gorda ya, a los cincuenta, pero que él veía como cuando por primera vez le abrió la blusa y le subió el sostén porque estaba apurado, porque necesitaba, requería, deseaba, ver cómo eran los senos que lo obsesionaban, de los que sólo podía vislumbrar la punta de los pezones a través de la telas que actuaban como dos murallas infranqueables: la del dichoso sostén que, después se dio cuenta, no sostenía nada, porque sus pechos se alzaban con la misma gracia que dos cúpulas bizantinas; y la de la blusa, siempre cerrada, como si las quisiera resguardar del avance enemigo. Sí, del avance enemigo como el que tarde o temprano habría de enfrentar en aquella guarnición remota.

Dos años destacado con un cuerpo de soldados en un rincón perdido, porque la paga era buena y le habían prometido una jubilación excelente. Donde la única mujer a la vista era la vieja que preparaba los sofritos aderezados con grasa de pollo, a la que él casi se había acostumbrado sin que su estómago se resintiera. La vieja con canas hasta en los bigotes que lo saludaba con un golpe en la mano de su cuchara de palo, enorme y renegrida de tantas malas lavadas, anticipándose a su próximo movimiento: ¡deje eso ahí! Gritaba con su voz gorjeante, parecida a los escasos pajarillos que merodeaban por la colina, buscando quién sabe qué de un terreno yermo con sólo dos árboles vetustos.

Pero esa mañana el cucharón de Katty no salió al encuentro de su mano. La cocina estaba vacía. «La vieja no viene hoy ni mañana», le dijeron. Nadie supo dar más información. Esa noche se revolvió en su colchón pensando en ella, en sus golpes, en su voz atiplada y chillona que parecía desbordarse cuando cantaba y que terminaba en los mentados gorjeos de los que ella parecía enorgullecerse. No notó hasta el tercer día que de veras la extrañaba. No a ella, no. Era la presencia de una mujer, aunque fuese vieja, porque las mujeres tenían su propio modo de hacer las cosas, porque los pasos de una mujer, porque los sonidos de las ollas hechos por una mujer, y los golpes dados por una mujer, no tenían nada que ver con los de un hombre. Y hasta ese momento la presencia de una mujer en el campamento había significado un lazo con todas las demás. Con la suya, la que dormía a su lado y a veces estaba tan caliente que golpeaba su espalda con los talones. La vieja Katty representaba todas las mujeres del mundo, y hacía una semana se había ido y él deseaba tenerla cerca, más que nunca, más que cuando su mujer fue por una semana a casa de su madre. Pero pasaban los días y Katty no regresaba.

Una semana que no dormía, y apenas probaba bocado de las latas que el reemplazo, un tipo flaco y escuálido, se afanaba en abrir como un experto. «Esta es comida saludable, libre de gérmenes» «Estas son albóndigas empacadas al vacío», «en estos lugares debemos cuidarnos...» Más de uno lo mandó a la mierda. ¿A quién le importaba cuidarse en ese agujero? Todos estaban de mal humor, el tipo flaco y escuálido se convirtió en blanco de los insultos que se daban a bocajarro. Antes también se los lanzaban a Katty, pero era divertido. Lo hacían a escondidas o entre dientes, y preferían mil veces las porquerías que lograba condimentar la vieja, al antiséptico contenido de las latas. Todos la querían de regreso pero no lo manifestaban, se presentía en sus gestos, en las miradas a un horizonte plano, sin más árboles que los dos que hacían de quién sabe qué para los pájaros. Y quien esperaba con más ansiedad era él. Sentía que si la vieja Katty no regresaba moriría de mengua. La trataría mejor, haría cumplidos a su comida, le rogaría que gorjease; ¿por qué nadie decía nada? ¿Volvería algún día? Ya las noches no tenían la mansedumbre que precede a la mañana, cuando sabía lo que le esperaba en la cocina. El canto de los pájaros le traía recuerdos de Katty, de sus pasos arrastrando sus sandalias, tan maltratadas como ella, ¿quién era Katty? Por primera vez se hizo la pregunta. ¿De dónde venía?, ¿tendría marido?, ¿hijos?

Ese día, todos se pusieron de acuerdo sin haber hablado. Tácitamente fueron llegando uno a uno al patio y exigieron una explicación: «¿Dónde estaba Katty?» «¡Queremos a Katty!»

«La señora Katty tuvo que ir a acompañar a su marido al hospital. Está tardando en regresar porque él falleció hace dos días. Mañana vuelve»

Silencio absoluto. ¿Katty era una señora? Fue lo primero que le vino a la mente. Era obvio que sí. Miró a los demás y en sus caras descubrió alegría, satisfacción por la respuesta. Todos empezaron a gritar de felicidad. «¡Katty vuelve!» «¡Katty vuelve!», gritaban como locos, y él también lo hacía. ¿Dijeron que mañana? Esa noche sería como las de antes. Casi un preludio amoroso, esperaría la fría madrugada y estaba seguro de que escucharía el horrible gorgojeo que esta vez sonaría a himno.

Mansamente extendió la mano cuando vio a Katty con la cuchara de palo. Ella lo miró con sus ojos como carbones y sonrió con tristeza. No le pegó. Bajó la mirada para ocultar las lágrimas que empezaban a asomar. Él entonces bajó la mano y se acercó a ella. La abrazó. Fuerte, como si quisiera traspasarle todos los abrazos de los hombres, y sintió en sus carnes flojas un cuerpo de mujer. Y Katty, la mujer, la madre, la hija, la esposa, la amante, la prostituta, la joven, la anciana, con el gesto milenario de mujer, le acarició el cabello y lo acunó en sus brazos. De pronto, recobró la compostura, sólo por salvar su honor se alejó de él y le dio un golpe duro, más fuerte que nunca, con la cuchara de palo. Agradecido, él bajó la mirada y se fue con el corazón en su lugar. Sintió que todo era como debía ser.

B. Miosi

miércoles, 10 de diciembre de 2008

De Manuscritos y Escritores

¿Cuál es la mejor forma de presentar un manuscrito a una editorial? La respuesta sería: encuadernado, o personalmente, o enviándolo por correo o por e-mail.

La respuesta correcta es: lo mejor posible.

Un manuscrito es la obra que nos representa. Es significativo cómo la mayoría de las veces se presentan manuscritos inacabados, llevados por la premura en el afán de ser publicados. Yo he incurrido en ello algunas veces, y después, volviendo sobre el trabajo, he encontrado errores imperdonables.

También me asombra la ligereza con la que se usa la palabra escritor. Yo apenas tengo siete años escribiendo, por tanto, siento el título demasiado grande. Tal vez me considero una escribidora. Que significa: «mal escritor o escritora», según el diccionario. Para ser escritor se requiere no sólo tener el don; se precisa el buen uso de la lengua. Saber narrar con exactitud lo que se desea contar. Tener además de imaginación, sentido común para elaborar tramas creíbles. Documentarse tanto como para no pecar de mentiroso, aunque lo que contemos sea una completa mentira, pues las novelas no son sino producto de la imaginación, pero deben parecer tan veraces que hagan pensar que se lee la verdad. Y, sobre todo, saber trasmitir emociones.

El manuscrito no sólo cuenta una historia, también habla de quien lo escribió. No es de extrañar entonces, que muchos sean rechazados antes de concluir el primer capítulo. La primera novela que escribí me pareció digna del Premio Nóbel. No aceptaba de buen grado las críticas, las sentía un oprobio a mi magna obra. Orgullosa, la daba a leer a mi hijo, a mi esposo y también a algunas amigas. Recuerdo que mi hijo me dijo: «mamá, es la mejor novela que he leído». Mi hermana lloraba como una madre cuando comentaba las partes que la habían conmovido, al igual que mi amiga Ana María. Y mi esposo se sintió tan entusiasmado, que pagó la autoedición de la novela. Craso error. Debí hacer caso a la editorial Alfaguara, que me devolvió el manuscrito lleno de anotaciones en rojo, que yo presa de indignación, boté a la basura. Ahora me arrepiento, pues ¡hubiera aprendido tanto leyendo con cuidado las observaciones!

Tiempo después me enteré que no todos tenían ese privilegio, algo debió llamarles la atención de mi novela para darse un trabajo que yo no supe apreciar.

El segundo manuscrito que les presenté —debo aclarar que Alfaguara queda a tres cuadras de mi lugar de trabajo, de ahí que me decidiera por ellos—, tuvo un poco más de suerte, pero no porque estuviera bien escrito, fue por la historia. Terriblemente humana. Esta vez, recibí el manuscrito con todas las anotaciones, y también la carta del evaluador con un comentario tan ácido que aún ahora que lo recuerdo me produce vergüenza. Pero me sirvió mucho. Decía que lo único bueno que había en la novela era la historia, que si corregía las fallas la recomendaban para su publicación. Bueno, era mejor que un «no» rotundo. A partir de ese día dediqué tres años a rescribir la novela, busqué ayuda, absorbí como una esponja los consejos que me daban, y encontré una persona que me hizo abrir los ojos, que por cierto, conocí en un foro literario. Al principio me costó, pero un día sucedió algo asombroso: fue como si se encendiera una luz en mi cerebro. Y algo aprendí.

Siete años después, vuelvo sobre las líneas de mi primera novela, de la que me sentí tan oronda y satisfecha y siento que el rostro me quema. Me siento incapaz de seguir leyendo, pienso, sin embargo, que ese primer trabajo podría tener la finalidad de enseñar cómo no se debe escribir. Sigo pensando que el tema es bueno, pero la calidad literaria es pésima.

¿Cómo se puede mejorar? Escuchando los consejos con atención. Teniendo humildad para aceptar críticas duras, que son las que valen. Los que dicen: «Escribes precioso». «Qué bonito». «Quiero seguir leyendo». Podrán ser buenas personas, pero no ayudan para que uno se supere. En algunos casos, hacen más daño que bien. Aunque reconozco que para el principiante podrían servir de aliciente para seguir escribiendo, contando claro está, con el sentido común de quien desea dedicarse a la escritura. Al final uno mismo se da cuenta qué tan mal escribe.

No puedo terminar esta entrada sin mencionar un factor que considero importante, y que tal vez haya quien considere poco serio: el factor suerte. Que no es otra cosa que la oportunidad: estar en el lugar apropiado, en el momento preciso.

B. Miosi

sábado, 29 de noviembre de 2008

Rosa Montero, entrevistada por Blanca Miosi

Rosa Montero, una escritora inteligente

El escritor toma un grumo auténtico de la existencia, un nombre, una cara, una pequeña anécdota, y comienza a modificarlo una y mil veces, reemplazando los ingredientes o dándoles otra forma... ... No me gustan los narradores que hablan de sí mismos, y con esto me refiero a aquellos que intentan vengar o justificar su peripecia personal por medios de sus libros. Creo que la madurez de un novelista pasa ineludiblemente por un aprendizaje fundamental: el de la distancia con lo narrado. El novelista no sólo tiene que saber, sino también sentir que el narrador no puede confundirse con el autor. (Extracto de “La loca de la casa”, Rosa Montero)



La escritora Rosa Montero, autora de veintisiete libros publicados, de los cuales diez son novelas, galardonada con doce premios literarios y de reconocimiento a su labor como periodista, suele decir que ella prefiere escribir novelas. Considera que es el género literario que le apasiona. Ama la soledad, y eso se refleja en su manera de ser, independiente y segura de sí misma, aunque la escritura es:

Un trabajo tremendamente inseguro y muy vertiginoso, lleno de vértigos: escribir es encerrarse en una esquina de tu casa, es un trabajo muy solitario. Y escribir novela es muy duro, una carrera de larga distancia. Tardas años en hacer una novela, y durante todo ese tiempo, estás escribiendo mentiras y pensando, "pero esto, ¿puede interesarle a alguien?". Todo el rato estás en el borde de un pozo, preguntándote "¿estaré haciendo el imbécil? ¿Le puede interesar a alguien?" y al mismo tiempo es muy importante para ti lo que estás haciendo, así que es una contradicción. Es un trabajo absurdo, escribir. Y le pasa a todos los escritores.

Pensé que me gustaría conocer un poco más de cerca a una mujer de este calibre; he leído su libro “La loca de la casa”, que no me atrevo a llamar novela, porque es más una mezcla de ensayo y novela, o una suerte de recorrido por la vida y secretos de los grandes de la novela. Me puse en contacto con ella y accedió gustosa a esta entrevista, una agradable sorpresa, pues pensé que sería casi inaccesible.

Delgada, su corto cabello castaño luce impecable, y su sonrisa familiar, cálida, como en tantas fotos que he visto de ella. Tiene el encanto de los que llenan la pantalla. Me invita a entrar y nos dirigimos a su rincón, el lugar donde fabrica sus sueños. O mejor dicho, donde los plasma, pues Rosa está fabricando constantemente, en cualquier sitio y a cualquier hora. Su escritorio es de recia madera, y se puede ver a través de la ventana un frondoso abedul.

Me ofrece asiento frente a ella y me mira sonriendo. Por primera vez me fijo en sus ojos, enormes, negros. No puedo evitar sentir que su mirada es triste; por eso, le pregunto:

—¿Te sientes satisfecha de tu vida? De tu vida fuera de la literatura.
—Me siento una verdadera privilegiada. En primer lugar, para mí escribir, y leer, también es vida, y además vida de primera calidad. Pero aparte de eso, soy muy vitalista, muy disfrutona, me encantan muchísimas cosas y he tenido una vida muy intensa, llena de viajes, de amigos, de amores y desamores, de alegrías y angustias, de peripecias…. Estoy satisfecha, sí.

—Ya sé que es difícil separar ambas cosas, pero supongo que habrá momentos que los dedicas simplemente a pasarla bien, como tomar una buena copa de vino con alguien que te agrade, aunque no sepa nada de libros... ¿o tu pareja tiene que, necesariamente, formar parte de ese mundo?
—Vuelvo a decirte lo mismo. Yo lo paso de maravilla leyendo y escribiendo. Pero además de eso, tengo muchos amigos y los cuido muy bien, creo que lo mejor que soy en la vida es ser buena amiga. Y vivo con el mismo hombre desde hace veinte años, con sus más y sus menos, claro, pero una relación viva, precisamente por eso, por los altibajos. Me encanta caminar por el monte, salir con mis perros, bueno, mi perra, porque mi perro grande acaba de morirse, eso sí que ha sido un dolor. Y me encanta estar con mi familia, escuchar música, ir al cine, ir al teatro, ver exposiciones, incluso bailar me gusta… Y en efecto, no es necesario que todas las personas a las que quiero sepan de libros.

—Lo digo porque en tu obra se palpa el fatalismo, he leído un cuento precioso: “El puñal en la garganta” y el comienzo de “Historia del Rey Transparente”, ambas escritas en primera persona, ambas cuya protagonista es una mujer, y aunque los temas son diferentes, se nota mucho de rebeldía en ellas. ¿Es así como sientes que debería ser la mujer?
—Mil gracias por tu elogio, cariño, pero qué va. Yo no escribo sobre mujeres, no me interesa absolutamente nada escribir sobre mujeres, escribo sobre seres humanos, y lo que sucede es que la mitad del género humano, la mitad más uno, somos mujeres…. Así es que, ¿por qué no poner protagonistas femeninas? Pero mi Leola, la protagonista de Historia del Rey Transparente, rebelde y luchadora, habla de esa búsqueda esencial en el ser humano que es el intento de encontrar tu propio lugar en el mundo, y eso es exactamente igual en los hombres y en las mujeres. Por otra parte, no soy nada fatalista, justo al contrario. Todos mis libros hablan de que el destino no está escrito, soy una voluntarista y creo que siempre tenemos una elección. No podemos controlar lo que nos sucede, somos hijos del azar, pero sí podemos controlar, sí podemos decidir cómo respondemos a lo que nos sucede. Y en esa elección, por pequeña que sea, se juega nuestra humanidad y nuestra dignidad. Como dije en Historia del Rey Transparente, “los hombres suelen llamar destino a aquello que les sucede cuando pierden las fuerzas para luchar”.

—Como periodista tienes oportunidad de conocer a muchos personajes famosos, ¿qué significa para ti hacer una entrevista?
—Es un género periodístico precioso, pero llevo demasiados años trabajando de periodista, he hecho más de dos mil entrevistas y estoy un poco cansada de hacerlas.

—En cambio, yo que empiezo a hacerlas, siento mucha ilusión al poder comunicarme con las personas que admiro. Entre las más de dos mil que has hecho, ¿podrías recordar cuál fue la más difícil y por qué?
—...Uf, no sé, por fortuna se te van olvidando, porque, si no, no te quedaría espacio en la memoria para nada más. Pero bueno, una muy difícil fue la de Yasir Arafat. Me tuvo un año detrás hasta conseguirla, luego estuve como diez días en Túnez en stand by, esperando a que me llamaran para hacerla en cualquier momento, y cuando la hice, en dos madrugadas seguidas, resultó ser un tipo terrible, correoso, dictatorial e intratable. Alguien con quien era imposible hablar. Solo declamaba consignas.

—Supongo que en las madrugadas es muy difícil ser tratable —comento, y ella hace un gesto con los ojos mirando hacia arriba—. ¿Te preocupa cuando una novela tuya no tiene la misma acogida que la anterior?
—...Ya no. Es difícil salirse de esa presión absurda del mercado, todo a tu alrededor te empuja para competir contigo misma, pero si haces una buena gimnasia mental, consigues salirte de esa trampa. Aprender este tipo de cosas te hace más libre, y es una de las pocas ventajas de envejecer.

—¿Crees que alguien feliz pueda ser buen escritor? —Me mira y sonríe levemente mientras juguetea con su collar. Tal vez no es la primera vez que se lo preguntan—. Tienes la apariencia de ser una mujer de éxito, y escribes precioso, tal vez haya algo en tu vida que te haga infeliz y tu inspiración provenga de esa insatisfacción, de ese desear algo que no tienes, no sé, dime tú...
—Gracias por lo de escribir precioso. Pues verás, nadie puede ser feliz todo el tiempo…. La felicidad absoluta no existe. Y, por otro lado, creo que tanto los escritores como los lectores voraces, y los escritores también somos lectores voraces, tanto unos como otros, digo, somos personas que a lo mejor aparentamos ser muy sociables y estar plácida y sólidamente insertados en la vida, pero creo que todos somos gente con una cierta fisura que nos separa del mundo. Digamos que somos personas que no acabamos de integrarnos del todo en nuestro entorno, en nuestra sociedad, o en nuestra familia, o en nuestra época, o… hay una cierta incomodidad, un pequeño abismo que cubrimos con un puente de palabras, palabras leídas o palabras escritas. Por otra parte, como decía el escritor romano Terencio, “nada de lo humano me es ajeno”. Todos llevamos dentro el germen de todo, el barrunto de los dolores más atroces y de la alegría más extrema. Por último, detesto ese tópico que une la desgracia con el arte, como si cuanto más desgraciado, mejor artista fueras. Es una estupidez que la historia de la literatura se encarga de desmentir.

—Qué bien que lo aclaras, yo también he pensado que no es necesario ser infeliz para comunicar sentimientos de tristeza. Leí en una entrevista que te hicieron que eres de las que cree que es mentira que hoy se lee menos que nunca. Yo estoy de acuerdo. Quería preguntarte: ¿Crees que hoy se escribe más que nunca?
—Pues es una buena observación, y es muy probable que así sea. Sí, seguramente también se escribe más que nunca.

—A esos escritores en ciernes, a los noveles que frecuentan los foros literarios como el de Prosófagos, o que leen este blog, que tienen esperanzas de publicar algún día, ¿cuál sería el consejo de oro que le darías?
—Leer mucho, escribir mucho, tener una paciencia de elefante, tener confianza en ti mismo, quiero decir confianza en que algún día llegarás a escribir algo estupendo, y al mismo tiempo ser muy autocrítico, no enamorarte de lo que escribes y aprender a cortar y tirar. Y, por último, no vivir de la literatura…. Hay que mantener la parte creativa lo más libre posible, y si pretendes vivir de tus novelas, por ejemplo, tendrás que publicar con demasiada frecuencia y seguramente intentarás escribir libros “que se vendan”. Querer ser leído es algo natural, todos queremos que nos lean, y el que diga que no, miente; pero no puedes escribir pensando en lo que tú crees que los otros van a querer leer, tienes que escribir lo que necesitas escribir… Tienes que escribir para el lector que llevas dentro, tienes que intentar escribir el libro que te gustaría leer. De modo que, para poder ser libre, hay que vivir económicamente de otra cosa. Yo vivo del periodismo.

—Sí, creo que la confianza es una de las cualidades necesarias para lograr las metas, pero no todos los que empiezan la tienen, ¿aconsejarías estudiar literatura? Hay muchos talleres de literatura donde enseñan a escribir novelas, ¿crees que se pueda asistir a algún curso para convertirse en escritor?
—No creo que sea necesario estudiar literatura, filología, lingüística…. Es más, lo teórico creo que se da de patadas con la creatividad. O sea que en algún caso incluso podría ser negativo. En cuanto a los talleres y demás, pueden estar bien, porque te ayudan a hacer tu propio camino acompañado de otros que tienen las mismas ambiciones, y con los consejos de alguien con más experiencia. No hay que sacralizar los talleres, pero pueden ser un incentivo y un apoyo.

—Estoy de acuerdo. ¿Cómo fue que Carmen Balcells empezó a trabajar en tu carrera? ¿Fue difícil publicar tu primera novela, “Crónicas del desamor”?
—No, qué va, no fue difícil, al contrario, fue una pura casualidad. Yo era muy conocida como entrevistadora de El País y una editorial recién creada, Debate, que por entonces era muy pequeñita, me propuso hacer un libro de entrevistas y feminista. Dije que sí, me dieron un pequeño adelanto, me lo gasté y empezaron a pasar los meses y me daba una pereza espantosa escribir más entrevistas además de las muchas que hacía para el periódico. Así es que, como por entonces yo siempre tenía algún proyecto de novela entre manos, hablé con ellos y les dije que si querían les escribía algo narrativo y que si no, les devolvía el dinero. Y ellos me dijeron: vale, así abriremos la colección de novela. Porque ni colección de narrativa tenían. Y así salió la Crónica del desamor, que fue la primera novela que publicó Debate. El año que viene hará treinta años. En cuanto a Carmen Balcells, simplemente nos citamos, hablamos, y a ambas partes nos interesó el acuerdo.

—¿Qué se siente ser famosa? Que te reconozcan en la calle, ¿alguna vez te han detenido para pedirte un autógrafo o tomarse una foto contigo?, ¿te molesta?
—Yo me hice “famosa” muy temprano, cuando El País triunfó de la noche a la mañana en la Transición y nos hizo famosos a unos cuantos jóvenes que colaborábamos en el periódico. Yo tenía unos veinticinco o veintiséis años, y al principio fue algo muy angustioso. Porque primero recibes una ola de amor tremendo, y todos queremos que nos quieran, claro, y te da miedo perder ese amor, pero no sabes cómo retenerlo, porque la gente no te ama a ti, sino a una Rosa Montero que cada cual se ha inventado, de repente hay miles de Rosas Monteros y todos quieren que seas como ellos te ven (tú, por ejemplo, me imaginas triste). Y después de esa ola desconcertante de amor, llega también una ola de odio, tan arbitraria como la primera pero aún más insoportable. Durante dos o tres años fue muy angustioso. De hecho, asumí la dirección del suplemento dominical de El País por entonces, porque quería dejar de firmar y que la gente se olvidara de mí. Por fortuna no se olvidaron, porque que te conozcan también tiene sus ventajas, cuando digieres la angustia y te proteges y distancias de todo eso. A estas alturas ya estoy totalmente protegida… Vivo al margen de ese ruido exterior, o todo lo al margen que puedo, y no me siento famosa en absoluto. Pienso que la gente me reconoce poco, no he querido nunca trabajar en televisión justamente para que no me conocieran más, y además la gente que te conoce, los lectores, son personas de lo más cariñosas, respetuosas y fantásticas. Cuando alguien me para y me dice que lee mis libros o mis artículos, me siento feliz y muy agradecida.

—En “La loca de la casa” dices que recuerdas los momentos pasados llevando la cuenta de los amores que has tenido y los libros que has escrito; debes haber tenido muchos novios —no puedo evitar reír—, ¿tiene ello algo que ver con los temas que escoges escribir?—En primer lugar, La loca de la casa no es un libro autobiográfico. Está lleno de mentiras narrativas, de ficciones…. Por ejemplo, no tengo ninguna hermana, ni melliza ni no melliza. Y luego ten en cuenta que soy muy mayor y tengo bastante vida a las espaldas…. Así es que también tengo algunos amores y algunos desamores, como antes dije. En cuanto a si esto tiene algo que ver con los temas, me parece que no entiendo la pregunta. Mis temas principales son la supervivencia, la memoria, el paso del tiempo, las dificultades de madurar, la aventura de vivir, el dolor de perder, el poder, el fanatismo… El amor también, pero no es el tema principal de ninguna de mis novelas.

—Pensé que era un poco autobiográfico por lo que dice en la contratapa del libro. Ya veo que debemos cuidarnos de ellas. Por último: ¿Estás trabajando actualmente en algún libro?
—Estoy tomando notas…. Pero tardará bastante en salir a la luz. Por lo menos dos o tres años.

Rosa estira la espalda y da un largo suspiro. Es natural y sencilla, pese a que su presencia se impone. Tal vez sea por eso.

—Muchas gracias, Rosa, por acceder a esta entrevista y por tus palabras.Nos despedimos con dos besos en las mejillas, le doy un abrazo, un cálido abrazo.

Mis dedos hacen el gesto acostumbrado y desaparezco para aparecer frente a mi pantalla. Ahora que leo la entrevista, me parece increíble, ¡estuve en casa de Rosa Montero! Los chicos de Prosófagos no me lo van a creer. Es cierto lo que dice Rosa, la imaginación no tiene límites.

Agradezco a esta genial escritora por permitirme unos minutos de su tiempo, y por recibirme en su casa de manera virtual.



Para mayor información acerca de la vida y obra del autor:
Página oficial de Rosa Montero

lunes, 17 de noviembre de 2008

El único deseo


Escondido en mi lugar secreto veo pasar a la cocinera. Una gorda que siempre murmura algo, lo que sea. Y cuando no lo hace es porque está masticando. La cocina es un sitio acogedor, el fogón de carbón casi siempre encendido, con cacerolas a rebosar de comida. Desde arriba lo veo todo y ellos no pueden verme pese a que las rejillas están bajas, yo en cambio, observo sin preocuparme que alguien me pille, aquí arriba está oscuro, y de no ser por alguna rata que de vez en cuando camina sobre mi espalda todo sería perfecto.

El jardinero se sienta y espera a que la cocinera le sirva su ración de sopa. Viene cada dos días y pone cara de carnero degollado cuando la mucama merodea por la cocina. Ella siempre usa unos escotes que dejan medios pechos fuera y suele agacharse frente al jardinero para mostrarle cualquier cosa. A la gorda que cocina no le gusta las miradas que ellos se dan, es una mujer amargada, pero no se puede negar que su comida huele bien. Y a mí me trata mejor que los demás. Es la única que de vez en cuando me dice: cada día estás más guapo, cariño. Sin embargo yo casi siempre prefiero pasar inadvertido. Mi madre, a quien nunca conocí, me dejó al cuidado de la señora de la casa, pero nadie me cuida, en realidad lo hago yo solo, excepto cuando la cocinera se preocupa por mantenerme limpio. Me gusta pasear por los recovecos interminables de este caserón que contiene lugares que estoy seguro, los dueños jamás han pisado. Mi lugar preferido es el agujero que da al cuarto de las niñas. La mayor, de dieciséis años, es preciosa, y ya no es tan niña, por lo menos yo no la veo así cuando se desviste. Sus senos se parecen a los de la mucama, y su cabello suelto le da la apariencia de la virgen. Y cuando se baña... ¡ah qué espectáculo grandioso! Llenan una enorme tina con agua caliente y ella se sumerge como una ninfa de esos cuentos que encontré la otra vez en la enorme biblioteca. Yo la puedo ver por la rendija de aire que da al baño. La mucama que la ayuda enjabonarse pasea por su cuerpo la espuma y la niña se deja hacer cerrando los ojos. Me parece que ella disfruta de esas caricias, cómo quisiera ser yo quien la enjabonase, creo que es una tarea más dada a un varón que a otra dama. Lo que vi la semana pasada hizo que el bulto de mi entrepierna se pusiera más duro que nunca. La mucama le acarició febrilmente sus partes bajas mientras la niña gemía, creo que ya no la estaba aseando, y lo que veo ahora es inaudito. Le está besando los senos.

No puedo seguir mirando. Siento que el miembro me empieza a latir punzante y no puedo evitar lanzar un agónico gemido. Espero que no me hayan escuchado. Mi pantalón está húmedo, mojado. La niña Isabel se me ha metido entre ceja y ceja y no puedo vivir sin pensar en ella. Si no fuese porque en la misma habitación duerme su hermana menor ya habría entrado de noche en su cuarto. Ella no sabría que soy yo, no me vería en la oscuridad, sólo sentiría mis caricias y mi deseo de amarla, y la haría feliz, no podría decirle cuánto la amo porque nunca pude hablar, pero sí le haría lo que le hace la mucama y que a ella parece gustarle tanto. Jamás se daría cuenta que soy yo, procuraría que no tocase mi cuerpo deforme y mi rostro caído de un lado, y esta maldita joroba por donde les gusta jugar a las ratas como si fuese una montaña rusa. La amo. La amo con toda mi alma, sólo deseo que sea feliz. Mañana es mi cumpleaños, pero será otro año en el que sólo la cocinera regañona se acordará de mí. Me preparará un pequeño pastel que compartiremos en la cocina, y habrá esta vez catorce velitas. Hace ya muchos años ella me prometió que se enderezaría mi espalda y mi cara dejaría de ser una masa informe que lleva mi mejilla izquierda cada vez más abajo. Dice que estoy mejorando de aspecto, pero yo creo que sólo son sus deseos. Pero lo que haré mañana cuando apague las velas de mi pastel de cumpleaños es lo que hizo la niña Isabel en el suyo la última vez: pidió un deseo y dijo que se había cumplido. Yo pediré el mío: Quiero convertirme en un apuesto príncipe para que ella se enamore de mí. Estoy seguro de que mi deseo será cumplido. Lo sé.

B. Miosi

martes, 4 de noviembre de 2008

Alberto Vázquez-Figueroa, una entrevista diferente. Por Blanca Miosi

No le agrada que le llamen escritor de best sellers; dice que sus libros no tienen los ingredientes básicos que los conforman, y tiene razón. Cualquiera que lea algún libro tomado al azar del gran repertorio de su bibliografía, encontrará historias interesantes que, además de proporcionar entretenimiento, dejan alguna enseñanza. Tal es el caso de «Coltan». Una novela publicada después de «Por mil millones de dólares», y que toma algunos de sus personajes; sin embargo, «Coltan» es más que una novela de ficción: es una denuncia a una triste realidad que se está viviendo actualmente en la República Democrática del Congo. Su actual presidente, Joshep Kabila, hijo del dictador que depuso al anterior por medio de un golpe de estado con la ayuda de los presidentes de Uganda y Ruanda, hizo nuevos tratados con empresas canadienses y norteamericanas. El sanguinario dictador anterior tenía fuertes lazos comerciales con capitales imperialistas de origen francés. ¿Pero por qué todo este embrollo?, se preguntaría uno. ¿Qué tiene que ver la desproporcionada pobreza de una tierra tan rica como la del Congo con una novela llamada «Coltan»?

La República Democrática del Congo, dueña de las vetas diamantíferas más importantes, así como de minas de cobre y cobalto, explotadora de petróleo en su reducido litoral desde 1975, y que por si fuera poco, se estima que posee alrededor de un octavo del potencial hidroeléctrico mundial, también tiene los yacimientos más importantes de coltan. Un mineral escaso e indispensable para la fabricación de aparatos de uso generalizado en comunicaciones, satélites, misiles y todo lo relacionado con los sistemas electrónicos de aviones, centrales atómicas y espaciales, fibra óptica, y en un aparato que se ha vuelto insustituible: los teléfonos móviles. El Congo tiene el ochenta por ciento de este mineral en sus tierras. El resto está repartido entre Tailandia y Brasil. Copio un extracto de la polémica novela:

La Sociedad Minera de los Grandes Lagos tiene el monopolio en el sector y financia al movimiento rebelde Reagrupación Congoleña para la Democracia que cuenta con unos 40.000 soldados, apoyados por Ruanda. Con la venta de diamantes ganaban unos 200.000 dólares al mes. Con el coltan ganan más de un millón. Informaciones reservadas de las Naciones Unidas revelan que el tráfico lo organiza la hija del presidente kazako, Nursultan Nazarbaev, que está casada con el director general de una empresa kazaka que extrae y refina uranio, coltan y otros minerales estratégicos.
Ésta es, a grandes rasgos, la tela de araña de un negocio internacional que está alimentando una guerra en el corazón de África y empobreciendo a los ciudadanos de uno de los países más ricos de la Tierra. Pero hay más: el Servicio de Información para la Paz Internacional ha realizado un minucioso estudio sobre las vinculaciones de empresas occidentales con el coltan y, por tanto, con la financiación de la guerra en la República Democrática del Congo.
Alcatel, Compaq, Dell, Ericsson, HP, IBM, Lucent, Motorola, Nokia, Siemens y otras compañías punteras utilizan condensadores y otros componentes que contienen tántalo (coltan); también lo hacen las compañías que fabrican estos componentes como AMD, AVX, Epcos, Hitachi, Intel, Kemet, NEC. Hay que subrayarlo una vez más: estos oscuros negocios son, en primera instancia, los culpables de una guerra no por olvidada menos dramática. Con un agravante: se teme que sobre el mismo territorio de la República Democrática del Congo pese la amenaza de la fragmentación. Es decir, la división en varios estados, lo que facilitaría la explotación de sus recursos. Ya lo denunció en su día —y por eso lo asesinó el ejército ruandés— monseñor Christophe Munzihirwa, arzobispo de Bukavu.

El escritor ha recibido amenazas, pues toca intereses de empresas transnacionales, tal como ocurrió cuando publicó su novela «Vivir del viento», en la cual trata el tema de los consorcios dedicados al oscuro negocio que existe tras las aspas de la energía eólica. Él ha dicho públicamente que a estas alturas de la vida no se volverá un cobarde, no después de haber sorteado el fuego de bandos enemigos mientras trabajaba como corresponsal de guerra.

Con lo antes expuesto, creo que es fácil comprender los motivos que me llevaron a entrevistar a este famoso escritor, y dado que no le gusta hablar demasiado acerca de las setenta y cuatro novelas que lleva escritas; la última: Saud el leopardo, a la venta únicamente a través de Internet, llevaré a ustedes una entrevista sui géneris, pues se trata de una visita virtual a su estudio en Lanzarote, una isla del archipiélago canario, frente a las cosas del sur de Marruecos.
Alberto se prestó con la entereza que lo caracteriza y me siguió el juego:

Principios de noviembre, 2008

Un poco intimidada por encontrarme en presencia de Alberto Vázquez-Figueroa, respiro profundo, como aconsejaba mi profesora de oratoria; según ella, haciéndolo con el diafragma se perdía el miedo. Estoy en su casa de Lanzarote, arriba, en su estudio, el lugar donde cobran vida las maravillosas historias que millones de personas disfrutan. Las cortinas descorridas ofrecen una soberbia vista al mar.
Me invita a tomar asiento mientras él se sitúa detrás de su escritorio, deseando tal vez resguardarse de las preguntas que sabe haré. Sus ojos traviesos de color azul intenso me miran sonrientes, mientras pregunta en tono familiar:
—¿No te molesta si fumo, no?
—Por supuesto que no, está usted en su casa—. En realidad detesto el olor del puro, pero no pienso echar a perder una oportunidad como esta.
Viste una camisa de color azul marino de mangas largas que lleva medio arremangadas, en un estilo casual que le va muy bien con su aspecto de hombre de mundo, que sabe hacer uso de su poder; porque aunque él diga que no, lo tiene. Por lo menos en el mundo editorial.
—Soy todo tuyo. Pregunta lo que quieras —dice en tono jovial.
—¿Tiene usted un ritual para escribir? Me refiero al momento de empezar una nueva novela, algo que acostumbra hacer o que le signifique concentración.
—En absoluto: escribo cuando me apetece y no tengo ninguna “manía de escritor”.
—¿Puede escribir con ruido? ¿Necesita música o prefiere el silencio?
— Prefiero el silencio. Soy sordo de un oído a causa de un accidente de inmersión y la música me disturba.
—En alguna parte leí que era usted un mujeriego empedernido, ¿alguna mujer que lo marcó en su vida, formó parte de alguna de sus novelas?
—Varias mujeres marcaron mi vida pero desde luego nunca han formado parte de una novela; todas fueron maravillosamente reales.
—He leído algunos libros suyos, y lo que más llama la atención en ellos es el ritmo. La acción es uno de sus sellos, ¿tiene algo que ver con su forma de ser?
—Supongo que se me puede considerar “un hombre de acción”, aunque sea por el hecho de que jamás estoy quieto.
—Usted tiene la impresionante cantidad de setenta y cuatro novelas escritas, sería igual de impresionante que todas fuesen igual de buenas. ¿Cuáles cree usted que son sus peores novelas? Si es que las puede recordar...
—No podría tener memoria para eso puesto que casi la mitad son malas; algunas incluso malísimas.
—¿Qué lo mueve a seguir escribiendo? ¿Cree que aún le queden temas por tocar?
—Cada día al abrir la prensa o ver la televisión descubres que hay tema por tocar. Lo malo es que me falta tiempo.
-Está escribiendo algo en estos momentos?
-Estoy mejorando mi novela Saud el leopardo.
—La mayoría de los escritores con cierta fama, son prácticamente inaccesibles. Sin embargo he visto que usted pone sus obras al alcance de todo el que desee, y también tiene la amabilidad de responder los correos que le envían, no sólo eso, en su blog le hacen peticiones de novelas que según parece usted envía a los lectores que no pueden adquirirlas. ¿A qué se debe que sea usted diferente? ¿Es acaso una promesa por algún favor recibido?
—El que actúa por una promesa hace algo que no està en consonancia con su forma de ser natural. Yo actúo así porque es mi manera de ser y me apetece.
—En todo caso, le aseguro que su táctica es muy buena. Tiene lectores incondicionales por millones; pocos escritores pueden decir lo mismo. ¿Nunca le ha sucedido que de pronto se encuentra sin ideas para su próxima obra?
—Me quedan ideas para el resto de mi vida; lo malo es que no puedo publicarlas todas.
—Me lo imaginaba. Su creatividad es envidiable.
—Gracias.
—La desalación del agua de mar por osmosis inversa, es un invento que parece que no ha tenido una entusiasta acogida en su tierra. ¿Cómo le vino la idea?
—Es fruto de mi época como buceador profesional y un poco de sentido común, En realidad es muy simple; tan solo había que pensar un poco.
—Usted ha escrito mucho acerca del desierto, también ha vivido en él, ¿sueña con la idea de que algún día pueda hacer de él un edén?
-El desierto debe seguir siendo el desierto, aunque me gustaría pensar que algún día podría cambiar una minúscula parte de él y hacerlo habitable. Con eso me basta.

Alberto arruga la frente y mira a través de la ventana hacia el horizonte. Exhala el humo del puro y se queda en silencio. Parece sentirse muy cómodo en mi presencia, como si yo no existiera. Respeto esos momentos de introspección o quién sabe, de creatividad. Después de todo, estamos en el sitio donde nacen todas sus novelas; el ambiente está impregnado de imaginación, de olor a tabaco, de noches en vela. Me siento privilegiada. No siempre se está en presencia de la creación.
Se vuelve hacia mí y pienso que va a preguntarme si es todo.
—¿Cómo se te ocurrió hacerme esta loca entrevista?
—Sólo lo pensé y me dije: tal vez a Alberto Vázquez-Figueroa le guste que lo visite virtualmente en su estudio, tal vez él quiera participar en este juego, y veo que no me equivoqué. Usted tiene espíritu aventurero, le entusiasman los experimentos, si no, no fuese inventor, tal vez algún día escriba algo al respecto, tal vez...
—Está bien, Blanca, no sigas, aquí el entrevistado soy yo —dice, abrumado por mi balbuciente verborrea.
—Bueno, pues, entonces mi siguiente pregunta sería: ¿Se siente satisfecho de su vida? ¿Si tuviera que cambiar algo de lo que ha hecho, qué sería?
—Esa no es una pregunta, son dos, y bastante trilladas, por cierto -comenta, sonriendo.
—Es verdad. Se nota que es un hombre satisfecho. Le diré entonces lo que pienso de usted: Ha tenido la suerte de vivir experiencias que marcaron su vida desde muy joven, ha tenido el arresto suficiente como para enfrentar los trabajos más extremos, ha tenido la suerte de poseer a las mujeres más apetecibles, y encima, ha tenido la brillantez suficiente como para ser el escritor más leído de España y tal vez del mundo, y a estas alturas de la vida, vive con una mujer que lo adora y a quien usted ama. Tomando en cuenta todo eso, siente usted temor de tener demasiado de la vida. Y sabe que todo tiene un precio. ¿Cuál podría ser el suyo a cambio de todo lo que ha recibido? Hasta estoy por creer que ha hecho un pacto con el diablo, pues ser corresponsal de guerra y salir ileso ya de por sí es increíble. Por eso le pregunté si estaba pagando una promesa... y usted se rió.

Alberto V-F, mira el reloj que lleva en la muñeca. Siento que es hora de salir de su vida, de su estudio y de Lanzarote. Me mira y me hace un guiño cómplice.
—No puedo afirmar ni negar lo que has dicho. ¿Comprendes?
—Está bien, Alberto, gracias por la entrevista: es usted tal como lo había imaginado.

Siento que muchas cosas quedaron en el aire. Siento que tras la fachada de hombre amable existe un misterio.
-Detrás de mí no hay ningún misterio; soy tan simple como parezco -. Afirma rotundo, como si me hubiese leído el pensamiento, pero creo que ni es tan simple ni lo parece.
-Sólo algo más: ¿Qué le diría a sus lectores?
-Procuren que no les devore la crisis.

Sonríe y se despide con un beso en mi mejilla.

Hago un gesto y me esfumo. Tengo ahora en mis manos la entrevista; creo que nunca hice una igual. También es verdad que nunca antes hice una entrevista.
Agradezco a Alberto la oportunidad de prestarse a este experimento. Es sin lugar a dudas un personaje fascinante.

Para mayor información acerca de la vida y obra del autor:
http://www.vazquezfigueroa.es/


miércoles, 29 de octubre de 2008

De la extensión de las obras

Al escribir novelas me ha sido imposible pasar de los doscientos cuarenta y cuatro folios. Me refiero a los de tamaño A4, que se utilizan en los manuscritos. Suelo escribir a un espacio, de manera que me es fácil calcular el número aproximado de páginas una vez convertidos en libros. Un promedio de trescientas cuarenta.

Me asombro cuando veo libros que llegan a quinientas o seiscientas páginas, cuyos temas se desarrollan en unos cuantos años. Algunas veces he tratado de alargar un capítulo, pero la tarea ha resultado engorrosa. Suelo escribir de manera concreta, pese a que tres de mis obras abarcan varias generaciones, ya que son de corte histórico. Extiendo la costumbre a los cuentos, que por regla general no llegan a los dos folios, excepto un par de ellos que tienen cuatro páginas.

Creo que escribir de manera concisa, tratando de reducir al mínimo la expresión de lo que se cuenta trae consigo una prosa clara, interesante y sobre todo: ágil y amena. No hay peor cosa que leer una novela en la que las tres primeras páginas parezcan inacabables y no nos hayan dado una idea clara de lo que trata la obra.

Ahora hablaré de los cuentos:

Un relato corto tiene que captar desde la primera línea la atención del lector. Si el segundo párrafo sigue divagando sin acercarse a la trama, apuesto a que es un cuento que lleva como mínimo, cinco folios. Lo digo por mi experiencia en los foros literarios. Los cuentos más largos son los que menos se leen, no por falta de tiempo; creo que es por falta de interés. ¡Ah! Pero hay algunos que son largos y sin embargo no tienen una línea desperdiciada. Claro que eso depende del talento narrativo, y no todos lo tienen.

Recuerdo que mi primer cuento tuvo una extensión de casi cinco páginas: “El piso de la calle Ryden”. Era lo más corto que había escrito, pues empecé con las novelas. Lo leí tiempo después y le hice algunos recortes, hoy llena cuatro páginas y no me siento capaz de reducirlo más, tal vez sea por el cariño que le tengo al ser el primero.

De vez en cuando leo cuentos que prometen, pero la repetición de conceptos, el alargamiento innecesario de la descripción del estado de ánimo del personaje, y en especial, una prosa aburrida, me llevan a hacerlos a un lado. Prefiero leer un cuento con faltas ortográficas y hasta gramaticales, pues son elementos que se pueden corregir, si el tema es original o interesante. Lo difícil de cambiar es el estilo.

Los cuentos que de pronto terminan en un corte brusco tampoco me atraen. El final debe ir trabajándose desde casi el principio, para evitar la apariencia de un cuento inacabado o con un final tan abierto que es imposible encontrar el significado que el autor desea. Si es que le dio alguno.

Aclaro que son opiniones personales, y acepto que no todos piensen igual que yo. Creo que es todo por hoy, y para ser consecuente, he escrito una sola página.

B. Miosi

jueves, 16 de octubre de 2008

INNOVADORES

Siempre me he preguntado qué hace a un escritor inolvidable. Una obra inmortal, sin duda. Así como a Alejandro Dumas se le recordará eternamente por “Los tres mosqueteros”, a Gabriel García Márquez por “Cien años de soledad” o a Miguel de Cervantes Saavedra por “Don Quijote de la Mancha”, también serán recordados con toda seguridad J.C. Rowland por “Harry Potter” y su saga, o Dan Brown por “El código Da Vinci”. Dos escritores contemporáneos que marcaron pauta, cada uno en su estilo.

¿Qué podrían tener en común todos ellos para que sus novelas generasen opiniones tan diversas, y al mismo tiempo fuesen tan leídas? Creo que es: originalidad. Ellos no siguieron una moda o un estilo. Fueron creadores de una corriente.

Alejandro Dumas inició una generación de novelas históricas, donde la verdad se mezclaba con la fantasía, y lo hacía de manera tan magistral que logró captar la atención de millones de lectores. Gabriel García Márquez instauró la era del realismo mágico, precedida por otros muchos años antes, pero que él supo plasmar de manera inolvidable e irrepetible en su obra cumbre. Cervantes rompió los cánones de una época en la que las historias de caballeros saturaban la literatura, haciendo de su Don Quijote un caballero de triste figura, un ser humano que satirizó a los de brillante armadura. J.C. Rowland hizo de un niño, un aprendiz de mago, no la víctima de alguna bruja, y con él devolvió a inmensa cantidad de niños la sana costumbre de la lectura. Y el inefable Dan Brown y su famoso códice, fue el genio innovador de una corriente de novelas cuyos autores no podían más que hacernos ver maquinaciones extrañas en cuanta logia o religión existiese, tratando de llegar a una supuesta búsqueda del Santo Grial por medio de llaves, códigos, palabras cruzadas, exagramas, misterios, que no se puede negar, han tenido bastante éxito.

Claro, también están los que consideran a Dumas un escritor de folletín, a G. G. Márquez un escritor que aparte de su Cien años de soledad, las otras obras no fueron tan buenas, que la Rowland no tiene otra cosa en la cabeza que un niño que ya no da para más, y que Cervantes y su Quijote es en extremo aburrido, algunos dirán que incomible, (que lo he escuchado) pero que pocos se atreven a decirlo en voz alta por no pasar por ignorantes. Y qué decir de Dan Brown. Tiene tantos admiradores como detractores. Se convirtió en el origen de discusiones interminables.

Sin embargo, estoy segura de que todos ellos, sin excepción fueron y son escritores que hicieron uso al máximo de su imaginación, a los que no le dio pereza ponerse a escribir páginas y más páginas de historias cuyas enredadas tramas supieron llevar hasta el final, sin amedrentarse ante las críticas, y en algunos casos sin tener un contrato firme que respaldase su bienestar personal. Creo que esa es la verdadera escritura, cuando se hace porque se desea hacer, cuando no hay un plazo que cumplir, cuando las ideas se dejan correr libres y se disfruta al crear, se goza y se sufre con cada uno de los personajes, y cuando finalmente se llega a la última página se siente una profunda tristeza.

B. Miosi

miércoles, 8 de octubre de 2008

El oro de los incas

Veintiocho cargas de oro y dos mil de plata llevadas desde Pachacamac; ciento sesenta y ocho cargas de oro desde el Cuzco y veinte de Quito. Los españoles fundieron el oro para poder repartirlo. Y mezclados en el crisol fueron a parar los elaborados vasos, los cántaros, los ídolos. El oro llegaba desde el lejano reino de los chilis, en los confines del imperio, también desde la inaccesible Pasto. Se desnudaron del dorado metal los templos, los nobles, los caciques. Y mientras los sinchis arrojaban a los recogedores sus orejeras de oro para salvar a Atahualpa, la mirada de desprecio de los runas, era la respuesta indolente a los esfuerzos de la nobleza quiteña y a los allegados de Huáscar para convencerlos de luchar por una causa común. Muchos años de iniquidad y crueles batallas habían agotado su amor por el imperio. Ellos sólo deseaban que los españoles libertarios trajeran la justicia anhelada, en tanto que Pizarro separaba para sí espigas de maíz de oro, y bandejas y aves con el mismo metal de los jardines dorados del Cuzco para enviarlas al rey de España, reservándose para él la litera de oro de Atahualpa.

Después de la repartición, los aventureros cayeron en cuenta que demasiada riqueza era casi igual que la pobreza. Un par de botas costaba cincuenta pesos de oro. Y una hoja de papel para escribir a su madre, le costó a de Soto una libra de oro, ¡toda una libra!, que pagó entre juramentos. La primera inflación en el Nuevo Mundo.

Pizarro llenó la fórmula del pacto de rescate. Pero Atahualpa seguía preso en aquella tumba de piedra; con rabia y humillación confirmaba que había sido engañado. Los españoles discutieron que no podían liberarlo sin que decayera la razón de ser de la conquista. Atahualpa se había convertido en un gran problema.
Unos querían mandarlo a España junto con los que llevarían el quinto real.
Otros sugerían llevarlo hacia el Cuzco.
No pocos deseaban matarlo.
Hernando de Soto, Hernando Pizarro, Pedro de Candia, Antón de Carrión, Pedro de Ayala, Juan de Herrada y otros hidalgos, sostenían que era necesario enviarlo a España. El Cuzco no se tomó en cuenta como solución después de estudiar los riesgos. La opción de matarlo era aconsejada por Riquelme, Diego de Almagro y los suyos; el cura Valverde susurraba a los oídos de Pizarro la muerte de Atahualpa. Hernando Pizarro el viejo, que hacía mucho peso en la conciencia de su hermano, defendía la idea de mantenerlo con vida. Almagro, que le guardaba rencor desde que estuvieran en Panamá, encontró la manera de sacarlo del juego, y para lograrlo, el tuerto ponderó con hipocresía sus méritos de honradez y distinción, eligiéndolo como el más indicado para llevar el quinto real y los hermosos obsequios a España, y que por consiguiente, se le diera una porción mayor que a los otros capitanes. Era el único empujón que necesitaba Pizarro para deshacerse de su hermano. Lo enviaría a España con el oro de los incas.

Atahualpa lo supo de boca del mismo Hernando Pizarro.
—Capitán, cuando te vayas, tus compañeros me mandarán matar. El tuerto y el gordo —por Riquelme—, convencerán a tu hermano para que me mate. Lo sé. No vayas tú, capitán... —dijo el Inca con tristeza.
—No te preocupes señor. No partiré sin la promesa de Francisco de respetar tu vida.
Pero esas palabras no disiparon la desconfianza de Atahualpa. Hernando habló con su hermano, y se ofreció una vez más a llevar al Inca consigo a España, pero Francisco no accedió. Después de su partida, la conspiración contra el Inca Shyri arreció, implacable. Se esgrimieron los argumentos por parte de frailes y soldados: ofensa a Dios, prevaricaba Valverde; traición a los indios, acotaba Almagro. Y Felipillo echaba leña en esa hoguera. Hablaba de conversaciones sorprendidas a los indios, de conjuras para asaltar a los españoles; finalmente, ante la llegada de unos cuzqueños partidarios de Huáscar, denunció la existencia de un enorme plan para liberar al inca.

Ante una acusación así de concreta, Pizarro empezó a desconfiar de la pasividad de los indígenas. Su entendimiento basto y unilateral de soldado, no concebía cómo millares de hombres en su propia tierra, no tramasen algo para salvar a su rey y arrojar a los invasores de su suelo. Por último, en medio de su odio por Atahualpa, Felipillo inventó la historia: Atahualpa mandó matar a Huáscar. Pizarro recordó el as bajo la manga del que le hablara Hernando de Soto. Era el momento apropiado. Sin querer, de Soto había dado la clave para poder culpar al Inca de fratricida, además de idólatra, polígamo, y cuanta cosa el cura Valverde encontrara para hacerle parecer culpable. Pizarro lo envió a Hatunmayo para averiguar si era verdad la muerte de Huáscar, como decían los cuzqueños; de Soto partió a traer la prueba de la inocencia de Atahualpa sabiendo que ya Huáscar no estaba en esa zona. Había caído en su propia mentira, y no sabía exactamente dónde buscarlo. ¿Cómo encontrar pruebas de que estaba vivo?, se preguntaba.

Sin gente que le removiera la conciencia ni que estorbase en sus planes, Pizarro ordenó el proceso en contra del monarca del Tahuantinsuyu. Un juicio conformado por los «jueces» Pizarro y Almagro; el secretario era Sancho de Cuéllar. A un pequeño grupo de hidalgos descontentos por la actitud asumida por Pizarro, le permitió nombrar como defensor a Juan de Herrada. Los jueces no esperaron el regreso de Hernando de Soto para empezar el proceso.

Formalmente lo acusaron de: bastardo usurpador, asesino de su hermano. También de disipar las rentas del estado al empobrecer al reino con el pago de su rescate, por el delito de idolatría, por adúltero, por incitación a los pueblos a rebelarse contra España... pero el cura Valverde no podía perderse de un último discurso de odio irracional hacia Atahualpa, y saltó al precario estrado acusándolo de los peores crímenes, y citando los más lúgubres textos bíblicos pidió a gritos la muerte contra el salvaje; encarnación viviente del demonio porque se hacía idolatrar públicamente por su pueblo, y porque practicaba descaradamente uno de los pecados más horrendos: la poligamia.

El defensor Juan de Herrada invocó en vano a todas las leyes divinas y humanas a favor del Inca. Fue inútil que dijera que el único que tenía jurisdicción para juzgar a un rey vencido era el propio emperador de España. Juan de Herrada defendió con vehemencia la inocencia de un hombre que vivió de acuerdo con sus códigos, sin haber podido infringir leyes ni practicar religiones que no conocía. Pero la causa estaba juzgada de antemano. Atahualpa perdió el juicio.

En medio de la celebración en la escena montada por Pizarro, hizo aparición un grupo de indígenas azuzados por el indio Felipillo, que se acercó llorando al estrado para acusar a Atahualpa de haber mandado asesinar a su hermano en el río Anyamarca, con la escolta que lo conducía. Justo lo que el conquistador esperaba. Las fórmulas fueron llenadas y Pizarro y Almagro condenaron al Inca Shiry a ser quemado vivo, a menos que se convirtiera al cristianismo, en cuyo caso le sería conmutada la pena por la muerte al garrote.

Es ahí, cuando Atahualpa pidió hablar. Todos en el recinto quedaron en silencio. El Inca Shyri se puso de pie y caminó hacia el centro. Con voz serena sabiendo ya su destino, se dirigió a Pizarro:
—Es a ti, extranjero, a quien recibí como un amigo, que dirijo estas palabras: no he cometido más faltas que las que ustedes han cometido con mi pueblo. Yo los acuso de traidores, mentirosos, ladrones, idólatras, porque andan por ahí «bautizando» con un libro y una cruz... un dios que es el símbolo del ultraje y la mentira, porque en su nombre hacen toda esta mentira en mi contra, ¿dicen que soy polígamo? Estoy cansado de escuchar esa palabra. Sin embargo, ustedes han tomado las mujeres que han querido y deseado, y no son acusados de nada. Me han engañado y yo soy al que culpan. ¿Cómo pueden ser tan hipócritas? Y tú... —señalando al cura—, ¿cómo sé que no eres un polígamo? Te he visto mirando con deseo a mis mujeres... y ellas me han contado que las has acariciado cuando les propagabas tu fe. Tú, que representas a ese dios que dice que son pecados las cosas buenas como el tener los deseos de estar con una mujer. ¿Cómo lo llamas?: «Lujuria». Dime, cura Valverde. ¿Cómo fue que viniste al mundo? ¿Acaso tu padre no deseó a tu madre?
Valverde lívido, gritó:
—¡Blasfemia! ¡Este hombre personifica a Satanás! No tiene derecho a hablar... ¡Callad, os lo ordeno!
—Tú no me puedes ordenar nada. Yo soy el rey de este imperio, ¡soy el emperador del Tahuantinsuyu! —contestó Atahualpa con la impavidez de quien sabe que morirá, dijera lo que dijese—. Ahora desean quemarme vivo, para que no queden rastros de mí en esta, mi tierra, y no pueda ir a reunirme con mi dios Inti. Si de eso se trata, cura Valverde, bautízame para cumplir con tus ritos. Te lo ordeno. Prefiero morir con el garrote.

Un pesado silencio se cernió en la sala. El rostro de Valverde refulgía congestionado por la ira. Almagro deseaba que terminase aquella farsa. Pizarro con los ojos clavados en el suelo. El defensor con los ojos empañados. Atahualpa de pie en medio del recinto personificaba la imagen de la dignidad. Su hermoso rostro de mirada impasible, surcado de las primeras arrugas, reclamaba justicia, mientras en su fuero interno comprendía por primera vez a los runas del imperio.
—Es un hereje... —se atrevió a murmurar Valverde.
Ya nadie lo escuchaba.
—Como ya no me queda nada más por hacer en esta tierra, te haré una última petición, a ver si puedes cumplirla —dijo el Inca sin hacer caso del cura, dirigiéndose a Pizarro—: Cuida de mis hijos, mujeres y parientes.
—Lo prometo —respondió Pizarro, tratando de salvar en algo su honra. Luego agregó—: No fue nuestra la culpa que vuestro pueblo no os haya apoyado... esta guerra la gané en buena lid.
—Usos son de la guerra, vencer y ser vencidos... —Concluyó Atahualpa. Reprimiendo un suspiro, quedó en silencio.

Aquella misma noche Atahualpa fue bautizado con el nombre de José Francisco mientras invocaba en silencio a Inti y Huiracocha. El cura Valverde apelaba a voces a Dios y Jesucristo en tanto que vertía el agua bendita y la pena de garrote aguardaba a un lado.

Atahualpa respiró por última vez el veintiséis de julio de mil quinientos treinta y tres de la era del Señor.

B. Miosi

Es probable que haya partes que no se comprendan del todo, es debido a que pueden aparecer fuera del contexto de la historia, es un fragmento del capítulo de una novela que estoy terminando de corregir.

viernes, 3 de octubre de 2008

ANATOMÍA DEL BLOG: Lo que odias o amas de ellos

Siempre he pensado que los blogs son un claro reflejo de la personalidad del propietario, hasta podría afirmar que de su estado de ánimo. Con la facilidad de cambiar la plantilla podemos dar infinidad de matices y agregar novedosos stags que dan la posibilidad de que cualquiera, sin ser duchos en informática pueda escoger los elementos que le parezcan apropiados para facilitar el manejo y la lectura de su blog. Van desde música, inclusión de vídeos, contadores, imágenes, encuestas, hasta presentaciones en una especie de flashes con fotografías que servirá para contar historias. Muchos son los aditamentos que día a día se agregan al menú de manera milagrosa —nunca sabré quién, cómo o el porqué de ello—, visto que para mí el asunto de la red sigue siendo un maravilloso y complejo misterio que me ha proporcionado herramientas de valor incalculable.

Pienso que los bloggers tenemos nuestras preferencias, demás está decir que mis blogs favoritos son los que están dedicadas a la literatura, aunque no descarto otros que hablan de arte, cine, política, farándula, viajes, astrofísica y un largo etcétera. Un par de días atrás encontré en el foro
Prosófagos un enlace dejado por Esthercita; una de sus más conspicuas participantes, que me llevó hasta una página interesante que a su vez me condujo hasta http://ciberprensa.com/ un sitio donde un grupo de jóvenes postea artículos útiles, de donde extraje unas listas que me parecieron pertinentes publicada por Dr. Blog, Fernando Tellado y que resumen lo que la mayoría de los usuarios, aman o detestan de los blogs.

Las copié y las publico tal cual:

Lo que Si me gusta ver en un Blog:

↑Textos bien escritos, sin faltas de ortografía, con un buen uso de la lengua.
↑Referencias a las palabras técnicas que expliquen su significado.
↑Artículos personales que expliquen las motivaciones del escritor.
↑Trucos y tutoriales que ayuden al lector sobre la temática del Blog.
↑Enlaces a páginas de interés sobre la misma temática.
↑Textos formateados, con elementos de estilo (cursivas, negritas, citas, listas, etc, que hagan mas agradable la lectura)
↑Traducciones de textos en otros idiomas que faciliten la vida al lector.
↑Enlaces a los textos que inspiraron el artículo.
↑Un aspecto suave y uniforme que me haga reconocer el blog.
↑Fondos y textos que faciliten la lectura.
↑Buena organización de contenidos con enlaces a las distintas temáticas tratadas.
↑Enlaces que faciliten la suscripción al blog (por RSS o e-mail).
↑Imágenes que ilustren el contenido y hagan mas agradable la lectura del mismo.
↑Guiños al lector, preguntas directas, opiniones personales del escritor.
↑Valentía del escritor en la defensa de su opinión, aún a pesar de la “línea oficial” si la hubiera.
↑Artículos que se note que no se han escrito en un “arranque”, sino que le ha tomado su tiempo al escritor estructurarlos y presentarlos de manera legible y entendible al lector.
↑Buena frecuencia de artículos, sin altibajos, que ofrezcan contenido de interés al menos un par de veces a la semana.
↑Artículos que me planteen dudas, que me hagan pensar y alimenten mi mente curiosa y ansiosa de crecimiento personal.

Lo que Odio ver en un Blog:

↓ Textos escritos de cualquier manera, con faltas de ortografía o en lenguaje SMS. Si no sabes escribir bien, o no te apetece, no castigues mis ojos y mi buen gusto.
↓Demasiado autobombo, cosa bastante corriente en los bloggers famosillos y principiantes con ego superlativo.
↓Memes abundantes que no tengan un carácter de comunicación sino solo la búsqueda de cruce de enlaces. Están bien los memes entre bloggers amigos, los demás sobran o solo están pensados para el SEO.
↓Demasiada publicidad que estorbe la lectura de los artículos. Olvídalo, un blog no da dinero nada mas que a cuatro gurús que, además, suelen alejarse de los principios de la blogosfera en cuando adquieren ese estatus.
↓Apropiación de contenidos de otros escritores sin la referencia obligada. Si se te olvida un enlace un día no pasa nada, pero si es tu tónica general sobras en la red, eres un chorizo y mereces el mayor de los desprecios.
↓Repetición de noticias ya publicadas mil veces en otros sitios sin ninguna aportación adicional. Si no tienes nada que decir no escribas, sé un buen lector de blogs y anima a los que ofrecen contenidos originales.
↓Promesas incumplidas (series de artículos que no se continúan, títulos sensacionalistas para contenidos insustanciales, enlaces de “… sigue leyendo” que solo llevan a publicidad o dos líneas mas, etc).
↓Imágenes animadas pretendiendo atraer tu atención.
↓Colores chillones que dificulten la lectura.
↓Demasiados (mas de 3) artículos diarios, pues con la cantidad de información existente en la Red no se puede pretender ofrecer toda la información en un solo Blog.
↓Semanas enteras sin artículos o sin una frecuencia mas o menos constante, por escasa que sea. Prefiero un buen artículo por semana que 20 un día y luego tres semanas sin nada que leer.
↓Si me he suscrito a tu blog por tus artículos sobre política o astronomía NO ME INTERESA la cucada que hizo ayer tu hijo o lo grande que está ya tu perrita.
↓Música nada mas acceder a la página o no tener la posibilidad de parar su reproducción.


Estoy de acuerdo con la mayoría de los ítems señalados, aunque difiero de algunos, como el de “Repetición de noticias ya publicadas mil veces en otros sitios sin ninguna aportación adicional...” porque no todos los que tienen blogs tienen suficiente tiempo para pasearse por la red o leer un diario o siquiera ver la noticia por televisión. Y por supuesto, suscribo completamente el que se refiere a la calidad de los artículos y el cuidado en su revisión, en especial de la ortografía.

¡Ah! Pero sí hay algo que me fastidia una enormidad: los blogs que están tan cargados de vídeos, imágenes, presentaciones de Youtube y cuanta novedad haya en la red, que se tornan pesadísimos a la hora de abrirlos. En esos casos cambio de página de inmediato.

Por si fuera poco, encontré un blog donde existe una serie de ayudas para bloggers, incluyendo normas y costumbres:

blogenserio.com su propietario: Victor Esparza. Hay toda una cultura alrededor de los blogs.

Yo prefiero una página simple, con colores agradables, sin imágenes en movimiento que distraigan al lector, que mantenga un cierto orden y con la menor cantidad de publicidad.

Es todo por hoy, espero haber aportado alguna idea para el mejoramiento de sus respectivos blogs y sus sugerencias, ¿Qué es lo que menos les gusta de los blogs? ¿O qué es lo que les encanta?

B. Miosi




lunes, 22 de septiembre de 2008

DE CRÍTICOS Y ESCRITORES

A veces pienso que los que dedicamos una parte de nuestras vidas a la escritura, nos esforzamos por hacer de ella algo demasiado impecable. Demasiado, dije, es decir: excesivamente impecable. Por ejemplo, se aconseja evitar en lo posible el sufijo: «mente», de manera que tratamos de sustituir delicadamente por: «con delicadeza», sutilmente, por: «con sutileza»; certeramente, por: «con certeza» y un largo etcétera. Sin embargo, pienso que no siempre la palabra sustituta contiene la misma fuerza ni el criterio que deseamos imprimir a lo que pensamos, cosa muy importante para una narrativa coherente, interesante, y en ocasiones jugosamente descriptiva. Si quisiera cambiar lo último habría de decir:

«y en ocasiones descriptiva con jugosidad» o
«y en ocasiones jugosa y descriptiva».

Pero no es lo que quiero decir, cambia la esencia de lo que deseo comunicar, y pienso que lo que más deseamos es narrar algo que mantenga el interés. Es la única manera de lograr que alguien termine una novela de trescientas páginas o tan siquiera un cuento de página y media.

Hace unos días me admiraba leyendo a un escritor famoso por la gran cantidad de adjetivos, gerundios y repeticiones que contenía su obra, y sin embargo, era tal la expectativa que generaba la trama, el interés que despertaba en mí como lectora, que aquello pasaba a segundo plano, la novela se entendía perfectamente y corría con fluidez extraordinaria. De lo que sí deberíamos cuidarnos es de escoger un tema del cual no estemos bien informados, pues se corre el riesgo de caer en falta de credibilidad. Y una novela puede contarnos situaciones bárbaramente fantásticas, pero debe ser creíble, es la única forma en la que captaremos la atención del lector.

Sé poco de gramática, lo reconozco, y mi primera novela tiene más errores de los que podría soportar el papel en la que fue escrita, pero recuerdo que las personas que la leyeron se sintieron subyugadas por la trama, el nudo, los puntos de quiebre y el desenlace. Esto último lo aprendí después. Lo aplicaba a mis novelas sin saber que eran reglas que existían y se enseñaban en los talleres de escritura, (lugares donde se asiste después de haber escrito una obra). Escribir debe ser una labor placentera, y se hace mejor cuando se está en un estado tal que no importa lo que ocurra alrededor, pues se está en otro mundo. Concentración, estado alfa, o trance creativo, como quiera que se llame, esos momentos de comunión con lo que se escribe son los que darán vida a las historias que tramamos, imaginamos y visualizamos, mientras le damos con furia a las teclas. Por supuesto, mis primeros lectores eran mi esposo, mi hijo, amigas, gente que jamás había escrito nada que no fuese una carta o una esquela. ¡Pero vaya ánimo que me daba saber que les había interesado tanto que se la leyeron íntegra! Lo cierto es que cuando se debe presentar un trabajo a una editorial, las obras son evaluadas desde diferentes puntos de vista, y creo que el principal es el estilo literario. Lo demás se puede corregir. Una obra sin estilo es difícil que sea tomada en cuenta.

Hablando de gramática; encontré hace poco unas reglas gramaticales que me llamaron la atención:

Asíndeton es la supresión de conjunciones, como por ejemplo «y»

Era malo y terrible, y también vicioso: Era malo, terrible, también vicioso.

Y por el contrario, polisíndeton es una figura que consiste en usar repetidamente las conjunciones para dar fuerza o energía a la expresión de los conceptos:

Le dije que lo amaba y lo deseaba y lo diría una y otra vez.

Apuesto a que muchos las usábamos, pero no sabíamos cómo se llamaban. Se los dejo, para que la próxima vez que tengan que usar o suprimir la «y» recuerden que están haciendo uso del asíndeton y del polisíndeton. ¡Vaya nombres complicados!

En cuanto a los críticos literarios, les dejo una respuesta que no tiene desperdicio. Es un segmento de una entrevista hecha a Alberto Vásquez-Figueroa:

Había un crítico que era el Papa Upa de las críticas, que se llamaba Leopoldo Azancot. Una vez vi un libro de él y lo compré. Empiezo a leerlo y en la página diecisiete dice: "Y en el silencio de la noche del pueblo del desierto, tan solo se escuchaba el resonar de los cascos de los camellos sobre el empedrado de la calle". Un momento. En primer lugar, ¿una calle del desierto empedrada?, la arena en dos minutos la habrá cubierto, pero bueno. Y segundo y principal, "los cascos de los camellos"... ¡Este tío no ha visto un camello en su vida! Ni siquiera se ha molestado en ir al zoológico a ver que los camellos tienen unas patas blandas y almohadilladas para no hundirse en la arena. "Los cascos de los camellos"... ¡tócate los cojones! Sigo adelante y dice: "En el fondo de una de las cestas que el camello llevaba a cada lado estaba escondida Fátima la cautiva". Joder, Fátima la cautiva debía de ser de ochenta centímetros, porque un camello lo máximo que puede llevar, yendo muy jodido, son treinta o cuarenta kilos a cada lado. ¡Me cago en la madre que lo parió! ¿Qué era, una mezcla de camello y elefante? Así que pensé, mira, el mejor crítico de España que se vaya muy lejos a escribir novelas y a criticar. Cuando tienes mi edad hay un momento en que llegas a la conclusión de que lo mejor es pasar de todo. Tú sabes quién eres. Yo soy así, que te gusta, pues bien. Que no te gusta, pues me da igual.


B. Miosi

miércoles, 10 de septiembre de 2008

JOHN GRISHAM, un escritor incansable

Hace unos días leí un pequeño comentario en el blog de Blanca Rosa Roca, (Editorial Roca) acerca de John Grisham, el famoso novelista norteamericano creador de una veintena de best sellers. Ella contaba que había leído una entrevista en la que le preguntaban qué sentía él por el desprecio que algunos críticos y escritores «literarios» o «serios» sentían hacia su obra y que su respuesta le había encantado. Busqué la entrevista publicada por el diario El País de Madrid, y me di un tremendo banquete. La respuesta de Grisham:

Ya le he dicho que no presto atención a lo que dicen los críticos, ésa es una batalla que gané hace mucho. Sé que no me tratan demasiado bien, cosa que antes me molestaba, pero ahora ya no. Me imagino que habrá muchos escritores que no consiguen publicar o que venden muy poco que se sienten amargados y no pueden soportar que haya escritores que venden a mansalva, pero en todo caso no tengo trato con ellos. Ni los conozco ni los voy a conocer nunca. Lo único que me importa es que mi próximo libro sea el mejor que he escrito jamás. Me debo a mi público. Mi única preocupación es satisfacer a mis lectores. Lo demás da exactamente igual.


Estoy de acuerdo con él. No todos los escritores se atreverían a afirmar algo así. Existe una especie de compulsión, especialmente en los escritores noveles, de hacer obras experimentales, emulando a algunos genios de la literatura. Muchos suelen decir que escriben para ellos, que jamás se rebajarían a escribir obras catalogadas como «comerciales». Pienso en lo personal que los escritores nos debemos antes que nada a los lectores, pues es a ellos a quienes va dirigido todo lo que escribimos, no concibo a un autor escribiendo para sí mismo. A veces se juntan ambos ingredientes: una historia extraordinaria y un estilo calificado como «literario». Lo entrecomillo para resaltar que no me refiero al estilo literario con el que solemos pulir nuestros escritos, sino a ese toque maestro que los ávidos de la literatura seria encuentran en algunos autores, a los que llegan a convertirlos en genios y modelos a seguir. Por supuesto que cada cierto tiempo emerge un innovador, como en el caso del creador del realismo mágico, Gabriel García Márquez, que aunque no es propiamente el creador del género, es uno de los mejores o por lo menos el más conocido por su novela Cien años de soledad, aunque tiene otras en la misma línea como El otoño del patriarca y Crónica de una muerte anunciada, escritas posteriormente.

El realismo mágico tiene sus inicios en tiempos tan lejanos como 1532, con François Rabelais, un escritor francés, ex-monje franciscano que escribió Pantagruel. Trata de la vida de un gigante dotado de una fuerza increíble y de un apetito voraz. Tres años más tarde escribió La vida inestimable del gran Gargantúa; la historia del padre de Pantagruel, ambos libros publicados bajo el seudónimo de Alconfibras Nasier, y tuvieron gran éxito pero fueron condenados por La Sorbona por heréticos y obscenos. Los académicos no estaban tan preparados para el realismo mágico como los lectores. Lo contrario de lo que sucede ahora, cuando son los académicos los que indican cuáles libros son valiosos y cuáles no. Pero siempre son los lectores los que marcan la diferencia.


Para no alejarme de la entrevista Grisham copio una pregunta del entrevistador que yo misma le hubiera hecho de haber tenido la oportunidad:


De todos modos, los ‘best sellers’ no dejan de ser un misterio cuya lógica escapa incluso a las leyes del mercado. Son muchas las grandes operaciones comerciales que desembocan en fracaso. Por otra parte, no escribe un ‘best seller’ quien quiere, sino quien puede. A veces, ni siquiera el propio autor es capaz de explicar en qué consiste. ¿Cuál es su opinión? ¿Hay una fórmula mágica?


Y aquí la respuesta:


No puedo hablar en general. Lo que puedo hacer es tratar de explicar mi caso. Se da toda una mezcla de factores. En primer lugar, para que un libro llegue a ser un best seller es indispensable que tenga suspense. Si el autor sabe manejar con destreza el elemento de suspense, las posibilidades de que el libro se venda bien son muy elevadas. El suspense es algo que engancha a todo el mundo. A todos nos encanta ver una buena película de suspense, leer un libro que te mantiene en vilo. En segundo lugar, en la historia tiene que haber un héroe o una heroína que se ganen inmediatamente las simpatías del lector. Una vez que se han identificado con él, hay que hacer que el protagonista se meta en una situación difícil, convertirlo en víctima de alguna traición, quizá poner su vida en peligro, para al final rescatarlo de las dificultades. Ésos son los ingredientes básicos del género de suspense. Luego están las marcas de identidad de cada autor; en mi caso, un buen conocimiento del mundo de la ley. En nuestra sociedad, en nuestra cultura, hay un apetito insaciable por las historias con un trasfondo legal. El mundo de la ley es algo que fascina a todo el mundo. A todo el mundo le encantan los juicios, los procesos legales, los tribunales y jurados que tratan de dirimir un asesinato; todo eso es parte de nuestro ADN. En resumidas cuentas, que la combinación de un buen suspense con un marco legal es formidable. En mi caso hay un tercer elemento, que no se da en todos los escritores, y es que mis libros son limpios, no hay nada escabroso ni moralmente objetable en ellos. Si un lector de 50 años lee una novela mía, sabe que se la puede recomendar indistintamente a su hija de 15 años o a su madre de 80, porque tiene la seguridad de que no hay nada moralmente reprobable en el libro. La clave de la fidelidad que me profesan muchos lectores es esa cualidad, que no es tan frecuente como parece. Hay una sobreabundancia de libros turbios y escabrosos.


Interesante, ¿verdad? Dejo el enlace para quien desee leer la entrevista completa: Aquí

Es curioso que no todos tengamos la misma percepción de calidad. La obra de Grisham que lo llevó a la fama fue "La tapadera", "The firm", en inglés. Es la que menos me gustó. Sin embargo tengo un recuerdo imborrable de El cliente.



Y doy gracias a la Enciclopedia Encarta por los datos de François Rabelais, ¿qué haría yo sin Encarta? La recomiendo ampliamente para los que escriban y busquen datos fidedignos, sin despotricar de Internet o Wikipedia, sitios de donde se debe sacar la información con pinzas, pues como sabemos, la red está repleta de datos de todo tipo.
Blanca Miosi

jueves, 4 de septiembre de 2008

ALBERTO VÁZQUEZ FIGUEROA

Compruebo una vez más que en toda situación existe una parte negativa y otra positiva. De los sucesos ocurridos días atrás respecto al asunto del plagio, me ha quedado una agradable experiencia, muy positiva desde luego, y fue tener la oportunidad de entablar contacto con el escritor Alberto Vázquez Figueroa. Confieso que de él no sabía mucho excepto alguna que otra noticia leída en Internet, ya que aquí en Venezuela sus obras son poco difundidas, o por lo menos no con la eficacia que conceden a otros autores, también hispanos.

Tratando de comunicarme con él al ver el vídeo donde promocionaba a Bubok, di con su correo electrónico y le escribí con la agradable sorpresa de recibir su respuesta rápida y oportuna pese a encontrarse para esos momentos en un horario tan diferente del mío. En la ciudad donde él se hallaba en ese momento eran las dos de la madrugada, pero comprendía la urgencia de mi llamado. Fue una contestación contundente, amable, y creo que definitiva en cuanto al feliz desenlace que tuvo el asunto del que no quiero volver a tratar.
Mi curiosidad por saber más de él me llevó a descargar su novela «Por mil millones de dólares», publicada por Editorial El Andén, y puesta a disposición del público en su página web oficial: http://www.vazquezfigueroa.es/ de manera gratuita.
Ayer empecé a leerla y la verdad, me ha sido difícil detenerme. Es una novela que tiene un comienzo de esos que tienen la virtud de atrapar en el primer párrafo:

Salka Embarek se convirtió en mujer la noche que comenzaron a caer bombas sobre Bagdad.

Una línea que tiene varios significados, sin embargo, es el que menos se imaginaría el lector. La novela empieza obviamente en Irak, ocupada por los americanos, una guerra que según la teoría que expone en la trama es «fabricada» por motivos que nada tiene que ver con el asunto de las armas de destrucción masivas ni con la liberación del pueblo iraquí de la dictadura de Sadam Husseim. Una tesis tan alucinante que uno se pregunta por momentos si Alberto Vázquez Figueroa en realidad tiene, además de un altruismo poco común al permitir la descarga gratuita de su novela, algún motivo soterrado, algo como para «cubrirse las espaldas» por lo que le pudiese ocurrir, haciendo de esa manera conocida una historia tan tenebrosa que pone los pelos de punta.

En una de las entrevistas que se le hizo dijo que no quería que quedasen personas que por no tener acceso económico se quedasen sin leerla. Eso dice mucho en pocas palabras. Creo que voy comprendiendo a qué se refería, y me parece que la verdad supera la fantasía.

Por otro lado, estoy gratamente sorprendida al leer por primera vez una obra suya; su estilo es comparable al de por ejemplo, Frederik Forsyth en Odessa, o al de Irwin Wallace en El séptimo secreto, dos novelas trepidantes, y no peco al decir que las supera, pues tiene en adición una calidad literaria con trozos excepcionales, como:

«Guerra» era desaparecer de la faz de la tierra a los veintidós años.
«Guerra» era no ver llegar a la muerte en forma de un anciano achacoso.
«Guerra» era perder la esperanza de tener hijos y nietos y dar origen a una estirpe que llevara sus propios genes hasta el fin de los siglos.
«Guerra» era la palabra que habían pronunciado una aciaga noche unos hombres que sabían que aquel era el camino más corto a la hora de saciar su avaricia.

O también:

Pero su familia había muerto, y con ella los olores y las voces, al igual que había muerto el lugar en que habitaron, puesto que un edificio al que han abandonado sus habitantes no es más que un conjunto de paredes y techos que no tardan en convertirse en ruinas, del mismo modo que un ser humano al que le ha abandonado el alma no es más que un montón de carne y huesos que no tardan en convertirse en polvo.

Pero no todo es dramático, hay partes realmente hilarantes.

No quiero desvelar toda la trama, pero creo que es altamente recomendable, y creo que después de que termine de leerla, enviaré al autor mis impresiones, no porque me considere una experta en crítica literaria, es porque creo que a todo autor le interesa saber la opinión de sus lectores.

Blanca Miosi

jueves, 28 de agosto de 2008

BUBOK, UNA EDITORIAL CON FUTURO

Desde hace días me he dado a la tarea de pedir justicia por el caso de plagio que pueden ustedes leer en los artículos: "Plagio dentro y fuera de Internet" y "Plagio o Inspiración".

JP Sánchez es un hombre sin escrúpulos que plagia obras sin importarle de dónde vengan ni de quienes sean. Fue denunciado por mí y por otros afectados en varios foros literarios, y sólo esperábamos que la editorial Bubok entrase en razón y accediera a retirar sus obras de su catálogo de autores.

La buena noticia es que Bubok lo ha hecho. Y no me queda sino reconocer que actuaron con probidad. Me imagino que incurrieron en muchos gastos en las veintidós novelas que J.P. Sánchez tenía en exhibición, pero creo que ahora tienen la credibilidad en el mundo literario, se perfilan como una editorial original, seria y honesta y los felicito de corazón.

También doy gracias a todas las personas que se comunicaron conmigo de una u otra forma, a los que participaron en Prosófagos y El Recreo a los que me enviaron correos electrónicos y en especial a Alberto Vázquez Figueroa, por haber aportado su grano de arena.

Y a usted, señor JP Sánchez le sugiero que se haga una revisión. Tal vez dentro de poco tiempo ya nadie recuerde este affair, pero usted sabe que actuó mal. Escriba, que me imagino que lo sabe hacer, pero hágalo con lo que salga de su mente.

Una abrazo a todos, sin excepción.

Blanca Miosi

PLAGIO O INSPIRACIÓN


¿Alguna vez han tenido un libro en las manos y de repente una línea salta a la vista como un aviso de neón? Cuando sucede, de inmediato nuestra imaginación se dispara y corremos a desarrollar una idea que la bendita línea inspiró. No sé si les sucede a todos, pero en mi caso sí, algunas veces. También me he encontrado leyendo palabras o pensamientos muy similares a los míos, pero suelen ser toques fugaces, dentro de un contexto similar en el que no queda más remedio que coincidir. Cuando encuentro una frase que bien podría habérseme ocurrido, me cercioro de lo fácil que es redundar en literatura.

Pero es un motivo más para tratar de ser siempre originales, de que nuestras obras sean únicas, interesantes, inauditas, raras, extremas, y yendo más lejos: excepcionales. Es el íntimo deseo de cada escritor, ser recordado por la huella que dejó en un camino tan trillado donde muchos dicen que ya no hay nada más que inventar.

Uno de esos seres excepcionales fue José Asunción Silva. Poeta colombiano y escritor controversial como suelen ser los seres inteligentes. Su obra póstuma: “De sobremesa” marcó un hito en la literatura de su país, y en las letras sudamericanas. Tanto así que muchos años después, su obra sigue editándose y su paisano Gabriel García Márquez prologó una edición con un brillante estudio que empezando por el título, En busca del silva perdido, fue tan controversial como el mismo autor de “De sobremesa”.

Si José Asunción se levantase de su tumba vería que la polémica que levantó el título de su obra fue resuelta por un peculiar personaje chileno: JP Sánchez. Él simplemente se limitó a cambiarle el nombre.

Hoy “De sobremesa” se llama “La rosa africana”. Así de simple. Lo demás sigue igual.

Tal vez suene atorrante, pero es así. Una de las novelas más importantes de la literatura colombiana del siglo XIX, precursora en muchos aspectos de insignes autores de esta tierra de gracia, que es América, ha sido plagiada por un señor que se autodenomina escritor, y tiene cerca de una veintena de libros escritos no sé si por él, ya que sus blogs estaban repletos de cuentos plagiados, (uno de ellos a mí).

Pero como bien dice la editorial Bubok, el libro escrito por José Asunción Silva, pertenece ahora a JP Sánchez, pues según ellos el susodicho ha registrado la obra a su nombre.

Y para aclararme el panorama pusieron como ejemplo en el foro:

Queríamos comentaros también que, por poner un ejemplo concreto, el libro del Quijote puede publicarlo en Bubok cualquier autor, eso sí, sin cambiarle el título ni el nombre del autor, ya que debido a que el autor lleva más de 80 años muerto la obra está libre de derechos. No es posible, como hemos leído en este mismo post, cambiar el título a la obra.

No comprendo bien la aclaratoria, pues el caso es diferente, JP Sánchez sí cambió el título. Pero respeto muchísimo ese raciocinio, ya que procede ni más ni menos de gente que publica. Se supone que ellos son los que saben.

Lo triste de todo esto es que los que escribimos lo hacemos por amor, entregamos nuestra vida, nuestros momentos de ocio, nos convertimos en ermitaños, muchas veces lo único que vemos cuando logramos mantener los ojos abiertos tras largas horas de insomnio es la pantalla, y nuestra mente divaga entre historias, diálogos, trama, vidas ajenas, esperando dejar un rastro en el camino, la huella a la que me referí al empezar este artículo. Y a José Asunción Silva le borraron la huella de un solo plumazo.

Tal vez Gabriel García Márquez desee prologar “La rosa africana”. Le preguntaré. Y esto es literal.

Y por último, dejo parte del contrato que hace firmar Bubok a sus clientes:

OCTAVO.- FACULTADES DE REVISIÓN DE BUBOK: BUBOK podrá,
libremente y en cualquier momento en que lo decida, a iniciativa propia o a instancias de terceros, llevar a cabo una revisión de la OBRA y de sus contenidos para verificar que éstos no conculcan ni lesionan derechos de terceras personas ni valores ni principios éticos y morales esenciales.
En el supuesto de que BUBOK verifique que la OBRA y sus contenidos violan derechos de terceros o atentan contra derechos, valores y principios éticos y morales esenciales, podrá llevar a cabo la retirada de la OBRA de su plataforma on-line.
El AUTOR no podrá reclamar a BUBOK ningún tipo de indemnización por esta retirada.


Pero Bubok dice que ellos nada pueden hacer sin que exista una demanda de por medio.


Blanca Miosi