lunes, 22 de septiembre de 2008

DE CRÍTICOS Y ESCRITORES

A veces pienso que los que dedicamos una parte de nuestras vidas a la escritura, nos esforzamos por hacer de ella algo demasiado impecable. Demasiado, dije, es decir: excesivamente impecable. Por ejemplo, se aconseja evitar en lo posible el sufijo: «mente», de manera que tratamos de sustituir delicadamente por: «con delicadeza», sutilmente, por: «con sutileza»; certeramente, por: «con certeza» y un largo etcétera. Sin embargo, pienso que no siempre la palabra sustituta contiene la misma fuerza ni el criterio que deseamos imprimir a lo que pensamos, cosa muy importante para una narrativa coherente, interesante, y en ocasiones jugosamente descriptiva. Si quisiera cambiar lo último habría de decir:

«y en ocasiones descriptiva con jugosidad» o
«y en ocasiones jugosa y descriptiva».

Pero no es lo que quiero decir, cambia la esencia de lo que deseo comunicar, y pienso que lo que más deseamos es narrar algo que mantenga el interés. Es la única manera de lograr que alguien termine una novela de trescientas páginas o tan siquiera un cuento de página y media.

Hace unos días me admiraba leyendo a un escritor famoso por la gran cantidad de adjetivos, gerundios y repeticiones que contenía su obra, y sin embargo, era tal la expectativa que generaba la trama, el interés que despertaba en mí como lectora, que aquello pasaba a segundo plano, la novela se entendía perfectamente y corría con fluidez extraordinaria. De lo que sí deberíamos cuidarnos es de escoger un tema del cual no estemos bien informados, pues se corre el riesgo de caer en falta de credibilidad. Y una novela puede contarnos situaciones bárbaramente fantásticas, pero debe ser creíble, es la única forma en la que captaremos la atención del lector.

Sé poco de gramática, lo reconozco, y mi primera novela tiene más errores de los que podría soportar el papel en la que fue escrita, pero recuerdo que las personas que la leyeron se sintieron subyugadas por la trama, el nudo, los puntos de quiebre y el desenlace. Esto último lo aprendí después. Lo aplicaba a mis novelas sin saber que eran reglas que existían y se enseñaban en los talleres de escritura, (lugares donde se asiste después de haber escrito una obra). Escribir debe ser una labor placentera, y se hace mejor cuando se está en un estado tal que no importa lo que ocurra alrededor, pues se está en otro mundo. Concentración, estado alfa, o trance creativo, como quiera que se llame, esos momentos de comunión con lo que se escribe son los que darán vida a las historias que tramamos, imaginamos y visualizamos, mientras le damos con furia a las teclas. Por supuesto, mis primeros lectores eran mi esposo, mi hijo, amigas, gente que jamás había escrito nada que no fuese una carta o una esquela. ¡Pero vaya ánimo que me daba saber que les había interesado tanto que se la leyeron íntegra! Lo cierto es que cuando se debe presentar un trabajo a una editorial, las obras son evaluadas desde diferentes puntos de vista, y creo que el principal es el estilo literario. Lo demás se puede corregir. Una obra sin estilo es difícil que sea tomada en cuenta.

Hablando de gramática; encontré hace poco unas reglas gramaticales que me llamaron la atención:

Asíndeton es la supresión de conjunciones, como por ejemplo «y»

Era malo y terrible, y también vicioso: Era malo, terrible, también vicioso.

Y por el contrario, polisíndeton es una figura que consiste en usar repetidamente las conjunciones para dar fuerza o energía a la expresión de los conceptos:

Le dije que lo amaba y lo deseaba y lo diría una y otra vez.

Apuesto a que muchos las usábamos, pero no sabíamos cómo se llamaban. Se los dejo, para que la próxima vez que tengan que usar o suprimir la «y» recuerden que están haciendo uso del asíndeton y del polisíndeton. ¡Vaya nombres complicados!

En cuanto a los críticos literarios, les dejo una respuesta que no tiene desperdicio. Es un segmento de una entrevista hecha a Alberto Vásquez-Figueroa:

Había un crítico que era el Papa Upa de las críticas, que se llamaba Leopoldo Azancot. Una vez vi un libro de él y lo compré. Empiezo a leerlo y en la página diecisiete dice: "Y en el silencio de la noche del pueblo del desierto, tan solo se escuchaba el resonar de los cascos de los camellos sobre el empedrado de la calle". Un momento. En primer lugar, ¿una calle del desierto empedrada?, la arena en dos minutos la habrá cubierto, pero bueno. Y segundo y principal, "los cascos de los camellos"... ¡Este tío no ha visto un camello en su vida! Ni siquiera se ha molestado en ir al zoológico a ver que los camellos tienen unas patas blandas y almohadilladas para no hundirse en la arena. "Los cascos de los camellos"... ¡tócate los cojones! Sigo adelante y dice: "En el fondo de una de las cestas que el camello llevaba a cada lado estaba escondida Fátima la cautiva". Joder, Fátima la cautiva debía de ser de ochenta centímetros, porque un camello lo máximo que puede llevar, yendo muy jodido, son treinta o cuarenta kilos a cada lado. ¡Me cago en la madre que lo parió! ¿Qué era, una mezcla de camello y elefante? Así que pensé, mira, el mejor crítico de España que se vaya muy lejos a escribir novelas y a criticar. Cuando tienes mi edad hay un momento en que llegas a la conclusión de que lo mejor es pasar de todo. Tú sabes quién eres. Yo soy así, que te gusta, pues bien. Que no te gusta, pues me da igual.


B. Miosi

miércoles, 10 de septiembre de 2008

JOHN GRISHAM, un escritor incansable

Hace unos días leí un pequeño comentario en el blog de Blanca Rosa Roca, (Editorial Roca) acerca de John Grisham, el famoso novelista norteamericano creador de una veintena de best sellers. Ella contaba que había leído una entrevista en la que le preguntaban qué sentía él por el desprecio que algunos críticos y escritores «literarios» o «serios» sentían hacia su obra y que su respuesta le había encantado. Busqué la entrevista publicada por el diario El País de Madrid, y me di un tremendo banquete. La respuesta de Grisham:

Ya le he dicho que no presto atención a lo que dicen los críticos, ésa es una batalla que gané hace mucho. Sé que no me tratan demasiado bien, cosa que antes me molestaba, pero ahora ya no. Me imagino que habrá muchos escritores que no consiguen publicar o que venden muy poco que se sienten amargados y no pueden soportar que haya escritores que venden a mansalva, pero en todo caso no tengo trato con ellos. Ni los conozco ni los voy a conocer nunca. Lo único que me importa es que mi próximo libro sea el mejor que he escrito jamás. Me debo a mi público. Mi única preocupación es satisfacer a mis lectores. Lo demás da exactamente igual.


Estoy de acuerdo con él. No todos los escritores se atreverían a afirmar algo así. Existe una especie de compulsión, especialmente en los escritores noveles, de hacer obras experimentales, emulando a algunos genios de la literatura. Muchos suelen decir que escriben para ellos, que jamás se rebajarían a escribir obras catalogadas como «comerciales». Pienso en lo personal que los escritores nos debemos antes que nada a los lectores, pues es a ellos a quienes va dirigido todo lo que escribimos, no concibo a un autor escribiendo para sí mismo. A veces se juntan ambos ingredientes: una historia extraordinaria y un estilo calificado como «literario». Lo entrecomillo para resaltar que no me refiero al estilo literario con el que solemos pulir nuestros escritos, sino a ese toque maestro que los ávidos de la literatura seria encuentran en algunos autores, a los que llegan a convertirlos en genios y modelos a seguir. Por supuesto que cada cierto tiempo emerge un innovador, como en el caso del creador del realismo mágico, Gabriel García Márquez, que aunque no es propiamente el creador del género, es uno de los mejores o por lo menos el más conocido por su novela Cien años de soledad, aunque tiene otras en la misma línea como El otoño del patriarca y Crónica de una muerte anunciada, escritas posteriormente.

El realismo mágico tiene sus inicios en tiempos tan lejanos como 1532, con François Rabelais, un escritor francés, ex-monje franciscano que escribió Pantagruel. Trata de la vida de un gigante dotado de una fuerza increíble y de un apetito voraz. Tres años más tarde escribió La vida inestimable del gran Gargantúa; la historia del padre de Pantagruel, ambos libros publicados bajo el seudónimo de Alconfibras Nasier, y tuvieron gran éxito pero fueron condenados por La Sorbona por heréticos y obscenos. Los académicos no estaban tan preparados para el realismo mágico como los lectores. Lo contrario de lo que sucede ahora, cuando son los académicos los que indican cuáles libros son valiosos y cuáles no. Pero siempre son los lectores los que marcan la diferencia.


Para no alejarme de la entrevista Grisham copio una pregunta del entrevistador que yo misma le hubiera hecho de haber tenido la oportunidad:


De todos modos, los ‘best sellers’ no dejan de ser un misterio cuya lógica escapa incluso a las leyes del mercado. Son muchas las grandes operaciones comerciales que desembocan en fracaso. Por otra parte, no escribe un ‘best seller’ quien quiere, sino quien puede. A veces, ni siquiera el propio autor es capaz de explicar en qué consiste. ¿Cuál es su opinión? ¿Hay una fórmula mágica?


Y aquí la respuesta:


No puedo hablar en general. Lo que puedo hacer es tratar de explicar mi caso. Se da toda una mezcla de factores. En primer lugar, para que un libro llegue a ser un best seller es indispensable que tenga suspense. Si el autor sabe manejar con destreza el elemento de suspense, las posibilidades de que el libro se venda bien son muy elevadas. El suspense es algo que engancha a todo el mundo. A todos nos encanta ver una buena película de suspense, leer un libro que te mantiene en vilo. En segundo lugar, en la historia tiene que haber un héroe o una heroína que se ganen inmediatamente las simpatías del lector. Una vez que se han identificado con él, hay que hacer que el protagonista se meta en una situación difícil, convertirlo en víctima de alguna traición, quizá poner su vida en peligro, para al final rescatarlo de las dificultades. Ésos son los ingredientes básicos del género de suspense. Luego están las marcas de identidad de cada autor; en mi caso, un buen conocimiento del mundo de la ley. En nuestra sociedad, en nuestra cultura, hay un apetito insaciable por las historias con un trasfondo legal. El mundo de la ley es algo que fascina a todo el mundo. A todo el mundo le encantan los juicios, los procesos legales, los tribunales y jurados que tratan de dirimir un asesinato; todo eso es parte de nuestro ADN. En resumidas cuentas, que la combinación de un buen suspense con un marco legal es formidable. En mi caso hay un tercer elemento, que no se da en todos los escritores, y es que mis libros son limpios, no hay nada escabroso ni moralmente objetable en ellos. Si un lector de 50 años lee una novela mía, sabe que se la puede recomendar indistintamente a su hija de 15 años o a su madre de 80, porque tiene la seguridad de que no hay nada moralmente reprobable en el libro. La clave de la fidelidad que me profesan muchos lectores es esa cualidad, que no es tan frecuente como parece. Hay una sobreabundancia de libros turbios y escabrosos.


Interesante, ¿verdad? Dejo el enlace para quien desee leer la entrevista completa: Aquí

Es curioso que no todos tengamos la misma percepción de calidad. La obra de Grisham que lo llevó a la fama fue "La tapadera", "The firm", en inglés. Es la que menos me gustó. Sin embargo tengo un recuerdo imborrable de El cliente.



Y doy gracias a la Enciclopedia Encarta por los datos de François Rabelais, ¿qué haría yo sin Encarta? La recomiendo ampliamente para los que escriban y busquen datos fidedignos, sin despotricar de Internet o Wikipedia, sitios de donde se debe sacar la información con pinzas, pues como sabemos, la red está repleta de datos de todo tipo.
Blanca Miosi

jueves, 4 de septiembre de 2008

ALBERTO VÁZQUEZ FIGUEROA

Compruebo una vez más que en toda situación existe una parte negativa y otra positiva. De los sucesos ocurridos días atrás respecto al asunto del plagio, me ha quedado una agradable experiencia, muy positiva desde luego, y fue tener la oportunidad de entablar contacto con el escritor Alberto Vázquez Figueroa. Confieso que de él no sabía mucho excepto alguna que otra noticia leída en Internet, ya que aquí en Venezuela sus obras son poco difundidas, o por lo menos no con la eficacia que conceden a otros autores, también hispanos.

Tratando de comunicarme con él al ver el vídeo donde promocionaba a Bubok, di con su correo electrónico y le escribí con la agradable sorpresa de recibir su respuesta rápida y oportuna pese a encontrarse para esos momentos en un horario tan diferente del mío. En la ciudad donde él se hallaba en ese momento eran las dos de la madrugada, pero comprendía la urgencia de mi llamado. Fue una contestación contundente, amable, y creo que definitiva en cuanto al feliz desenlace que tuvo el asunto del que no quiero volver a tratar.
Mi curiosidad por saber más de él me llevó a descargar su novela «Por mil millones de dólares», publicada por Editorial El Andén, y puesta a disposición del público en su página web oficial: http://www.vazquezfigueroa.es/ de manera gratuita.
Ayer empecé a leerla y la verdad, me ha sido difícil detenerme. Es una novela que tiene un comienzo de esos que tienen la virtud de atrapar en el primer párrafo:

Salka Embarek se convirtió en mujer la noche que comenzaron a caer bombas sobre Bagdad.

Una línea que tiene varios significados, sin embargo, es el que menos se imaginaría el lector. La novela empieza obviamente en Irak, ocupada por los americanos, una guerra que según la teoría que expone en la trama es «fabricada» por motivos que nada tiene que ver con el asunto de las armas de destrucción masivas ni con la liberación del pueblo iraquí de la dictadura de Sadam Husseim. Una tesis tan alucinante que uno se pregunta por momentos si Alberto Vázquez Figueroa en realidad tiene, además de un altruismo poco común al permitir la descarga gratuita de su novela, algún motivo soterrado, algo como para «cubrirse las espaldas» por lo que le pudiese ocurrir, haciendo de esa manera conocida una historia tan tenebrosa que pone los pelos de punta.

En una de las entrevistas que se le hizo dijo que no quería que quedasen personas que por no tener acceso económico se quedasen sin leerla. Eso dice mucho en pocas palabras. Creo que voy comprendiendo a qué se refería, y me parece que la verdad supera la fantasía.

Por otro lado, estoy gratamente sorprendida al leer por primera vez una obra suya; su estilo es comparable al de por ejemplo, Frederik Forsyth en Odessa, o al de Irwin Wallace en El séptimo secreto, dos novelas trepidantes, y no peco al decir que las supera, pues tiene en adición una calidad literaria con trozos excepcionales, como:

«Guerra» era desaparecer de la faz de la tierra a los veintidós años.
«Guerra» era no ver llegar a la muerte en forma de un anciano achacoso.
«Guerra» era perder la esperanza de tener hijos y nietos y dar origen a una estirpe que llevara sus propios genes hasta el fin de los siglos.
«Guerra» era la palabra que habían pronunciado una aciaga noche unos hombres que sabían que aquel era el camino más corto a la hora de saciar su avaricia.

O también:

Pero su familia había muerto, y con ella los olores y las voces, al igual que había muerto el lugar en que habitaron, puesto que un edificio al que han abandonado sus habitantes no es más que un conjunto de paredes y techos que no tardan en convertirse en ruinas, del mismo modo que un ser humano al que le ha abandonado el alma no es más que un montón de carne y huesos que no tardan en convertirse en polvo.

Pero no todo es dramático, hay partes realmente hilarantes.

No quiero desvelar toda la trama, pero creo que es altamente recomendable, y creo que después de que termine de leerla, enviaré al autor mis impresiones, no porque me considere una experta en crítica literaria, es porque creo que a todo autor le interesa saber la opinión de sus lectores.

Blanca Miosi