sábado, 29 de noviembre de 2008

Rosa Montero, entrevistada por Blanca Miosi

Rosa Montero, una escritora inteligente

El escritor toma un grumo auténtico de la existencia, un nombre, una cara, una pequeña anécdota, y comienza a modificarlo una y mil veces, reemplazando los ingredientes o dándoles otra forma... ... No me gustan los narradores que hablan de sí mismos, y con esto me refiero a aquellos que intentan vengar o justificar su peripecia personal por medios de sus libros. Creo que la madurez de un novelista pasa ineludiblemente por un aprendizaje fundamental: el de la distancia con lo narrado. El novelista no sólo tiene que saber, sino también sentir que el narrador no puede confundirse con el autor. (Extracto de “La loca de la casa”, Rosa Montero)



La escritora Rosa Montero, autora de veintisiete libros publicados, de los cuales diez son novelas, galardonada con doce premios literarios y de reconocimiento a su labor como periodista, suele decir que ella prefiere escribir novelas. Considera que es el género literario que le apasiona. Ama la soledad, y eso se refleja en su manera de ser, independiente y segura de sí misma, aunque la escritura es:

Un trabajo tremendamente inseguro y muy vertiginoso, lleno de vértigos: escribir es encerrarse en una esquina de tu casa, es un trabajo muy solitario. Y escribir novela es muy duro, una carrera de larga distancia. Tardas años en hacer una novela, y durante todo ese tiempo, estás escribiendo mentiras y pensando, "pero esto, ¿puede interesarle a alguien?". Todo el rato estás en el borde de un pozo, preguntándote "¿estaré haciendo el imbécil? ¿Le puede interesar a alguien?" y al mismo tiempo es muy importante para ti lo que estás haciendo, así que es una contradicción. Es un trabajo absurdo, escribir. Y le pasa a todos los escritores.

Pensé que me gustaría conocer un poco más de cerca a una mujer de este calibre; he leído su libro “La loca de la casa”, que no me atrevo a llamar novela, porque es más una mezcla de ensayo y novela, o una suerte de recorrido por la vida y secretos de los grandes de la novela. Me puse en contacto con ella y accedió gustosa a esta entrevista, una agradable sorpresa, pues pensé que sería casi inaccesible.

Delgada, su corto cabello castaño luce impecable, y su sonrisa familiar, cálida, como en tantas fotos que he visto de ella. Tiene el encanto de los que llenan la pantalla. Me invita a entrar y nos dirigimos a su rincón, el lugar donde fabrica sus sueños. O mejor dicho, donde los plasma, pues Rosa está fabricando constantemente, en cualquier sitio y a cualquier hora. Su escritorio es de recia madera, y se puede ver a través de la ventana un frondoso abedul.

Me ofrece asiento frente a ella y me mira sonriendo. Por primera vez me fijo en sus ojos, enormes, negros. No puedo evitar sentir que su mirada es triste; por eso, le pregunto:

—¿Te sientes satisfecha de tu vida? De tu vida fuera de la literatura.
—Me siento una verdadera privilegiada. En primer lugar, para mí escribir, y leer, también es vida, y además vida de primera calidad. Pero aparte de eso, soy muy vitalista, muy disfrutona, me encantan muchísimas cosas y he tenido una vida muy intensa, llena de viajes, de amigos, de amores y desamores, de alegrías y angustias, de peripecias…. Estoy satisfecha, sí.

—Ya sé que es difícil separar ambas cosas, pero supongo que habrá momentos que los dedicas simplemente a pasarla bien, como tomar una buena copa de vino con alguien que te agrade, aunque no sepa nada de libros... ¿o tu pareja tiene que, necesariamente, formar parte de ese mundo?
—Vuelvo a decirte lo mismo. Yo lo paso de maravilla leyendo y escribiendo. Pero además de eso, tengo muchos amigos y los cuido muy bien, creo que lo mejor que soy en la vida es ser buena amiga. Y vivo con el mismo hombre desde hace veinte años, con sus más y sus menos, claro, pero una relación viva, precisamente por eso, por los altibajos. Me encanta caminar por el monte, salir con mis perros, bueno, mi perra, porque mi perro grande acaba de morirse, eso sí que ha sido un dolor. Y me encanta estar con mi familia, escuchar música, ir al cine, ir al teatro, ver exposiciones, incluso bailar me gusta… Y en efecto, no es necesario que todas las personas a las que quiero sepan de libros.

—Lo digo porque en tu obra se palpa el fatalismo, he leído un cuento precioso: “El puñal en la garganta” y el comienzo de “Historia del Rey Transparente”, ambas escritas en primera persona, ambas cuya protagonista es una mujer, y aunque los temas son diferentes, se nota mucho de rebeldía en ellas. ¿Es así como sientes que debería ser la mujer?
—Mil gracias por tu elogio, cariño, pero qué va. Yo no escribo sobre mujeres, no me interesa absolutamente nada escribir sobre mujeres, escribo sobre seres humanos, y lo que sucede es que la mitad del género humano, la mitad más uno, somos mujeres…. Así es que, ¿por qué no poner protagonistas femeninas? Pero mi Leola, la protagonista de Historia del Rey Transparente, rebelde y luchadora, habla de esa búsqueda esencial en el ser humano que es el intento de encontrar tu propio lugar en el mundo, y eso es exactamente igual en los hombres y en las mujeres. Por otra parte, no soy nada fatalista, justo al contrario. Todos mis libros hablan de que el destino no está escrito, soy una voluntarista y creo que siempre tenemos una elección. No podemos controlar lo que nos sucede, somos hijos del azar, pero sí podemos controlar, sí podemos decidir cómo respondemos a lo que nos sucede. Y en esa elección, por pequeña que sea, se juega nuestra humanidad y nuestra dignidad. Como dije en Historia del Rey Transparente, “los hombres suelen llamar destino a aquello que les sucede cuando pierden las fuerzas para luchar”.

—Como periodista tienes oportunidad de conocer a muchos personajes famosos, ¿qué significa para ti hacer una entrevista?
—Es un género periodístico precioso, pero llevo demasiados años trabajando de periodista, he hecho más de dos mil entrevistas y estoy un poco cansada de hacerlas.

—En cambio, yo que empiezo a hacerlas, siento mucha ilusión al poder comunicarme con las personas que admiro. Entre las más de dos mil que has hecho, ¿podrías recordar cuál fue la más difícil y por qué?
—...Uf, no sé, por fortuna se te van olvidando, porque, si no, no te quedaría espacio en la memoria para nada más. Pero bueno, una muy difícil fue la de Yasir Arafat. Me tuvo un año detrás hasta conseguirla, luego estuve como diez días en Túnez en stand by, esperando a que me llamaran para hacerla en cualquier momento, y cuando la hice, en dos madrugadas seguidas, resultó ser un tipo terrible, correoso, dictatorial e intratable. Alguien con quien era imposible hablar. Solo declamaba consignas.

—Supongo que en las madrugadas es muy difícil ser tratable —comento, y ella hace un gesto con los ojos mirando hacia arriba—. ¿Te preocupa cuando una novela tuya no tiene la misma acogida que la anterior?
—...Ya no. Es difícil salirse de esa presión absurda del mercado, todo a tu alrededor te empuja para competir contigo misma, pero si haces una buena gimnasia mental, consigues salirte de esa trampa. Aprender este tipo de cosas te hace más libre, y es una de las pocas ventajas de envejecer.

—¿Crees que alguien feliz pueda ser buen escritor? —Me mira y sonríe levemente mientras juguetea con su collar. Tal vez no es la primera vez que se lo preguntan—. Tienes la apariencia de ser una mujer de éxito, y escribes precioso, tal vez haya algo en tu vida que te haga infeliz y tu inspiración provenga de esa insatisfacción, de ese desear algo que no tienes, no sé, dime tú...
—Gracias por lo de escribir precioso. Pues verás, nadie puede ser feliz todo el tiempo…. La felicidad absoluta no existe. Y, por otro lado, creo que tanto los escritores como los lectores voraces, y los escritores también somos lectores voraces, tanto unos como otros, digo, somos personas que a lo mejor aparentamos ser muy sociables y estar plácida y sólidamente insertados en la vida, pero creo que todos somos gente con una cierta fisura que nos separa del mundo. Digamos que somos personas que no acabamos de integrarnos del todo en nuestro entorno, en nuestra sociedad, o en nuestra familia, o en nuestra época, o… hay una cierta incomodidad, un pequeño abismo que cubrimos con un puente de palabras, palabras leídas o palabras escritas. Por otra parte, como decía el escritor romano Terencio, “nada de lo humano me es ajeno”. Todos llevamos dentro el germen de todo, el barrunto de los dolores más atroces y de la alegría más extrema. Por último, detesto ese tópico que une la desgracia con el arte, como si cuanto más desgraciado, mejor artista fueras. Es una estupidez que la historia de la literatura se encarga de desmentir.

—Qué bien que lo aclaras, yo también he pensado que no es necesario ser infeliz para comunicar sentimientos de tristeza. Leí en una entrevista que te hicieron que eres de las que cree que es mentira que hoy se lee menos que nunca. Yo estoy de acuerdo. Quería preguntarte: ¿Crees que hoy se escribe más que nunca?
—Pues es una buena observación, y es muy probable que así sea. Sí, seguramente también se escribe más que nunca.

—A esos escritores en ciernes, a los noveles que frecuentan los foros literarios como el de Prosófagos, o que leen este blog, que tienen esperanzas de publicar algún día, ¿cuál sería el consejo de oro que le darías?
—Leer mucho, escribir mucho, tener una paciencia de elefante, tener confianza en ti mismo, quiero decir confianza en que algún día llegarás a escribir algo estupendo, y al mismo tiempo ser muy autocrítico, no enamorarte de lo que escribes y aprender a cortar y tirar. Y, por último, no vivir de la literatura…. Hay que mantener la parte creativa lo más libre posible, y si pretendes vivir de tus novelas, por ejemplo, tendrás que publicar con demasiada frecuencia y seguramente intentarás escribir libros “que se vendan”. Querer ser leído es algo natural, todos queremos que nos lean, y el que diga que no, miente; pero no puedes escribir pensando en lo que tú crees que los otros van a querer leer, tienes que escribir lo que necesitas escribir… Tienes que escribir para el lector que llevas dentro, tienes que intentar escribir el libro que te gustaría leer. De modo que, para poder ser libre, hay que vivir económicamente de otra cosa. Yo vivo del periodismo.

—Sí, creo que la confianza es una de las cualidades necesarias para lograr las metas, pero no todos los que empiezan la tienen, ¿aconsejarías estudiar literatura? Hay muchos talleres de literatura donde enseñan a escribir novelas, ¿crees que se pueda asistir a algún curso para convertirse en escritor?
—No creo que sea necesario estudiar literatura, filología, lingüística…. Es más, lo teórico creo que se da de patadas con la creatividad. O sea que en algún caso incluso podría ser negativo. En cuanto a los talleres y demás, pueden estar bien, porque te ayudan a hacer tu propio camino acompañado de otros que tienen las mismas ambiciones, y con los consejos de alguien con más experiencia. No hay que sacralizar los talleres, pero pueden ser un incentivo y un apoyo.

—Estoy de acuerdo. ¿Cómo fue que Carmen Balcells empezó a trabajar en tu carrera? ¿Fue difícil publicar tu primera novela, “Crónicas del desamor”?
—No, qué va, no fue difícil, al contrario, fue una pura casualidad. Yo era muy conocida como entrevistadora de El País y una editorial recién creada, Debate, que por entonces era muy pequeñita, me propuso hacer un libro de entrevistas y feminista. Dije que sí, me dieron un pequeño adelanto, me lo gasté y empezaron a pasar los meses y me daba una pereza espantosa escribir más entrevistas además de las muchas que hacía para el periódico. Así es que, como por entonces yo siempre tenía algún proyecto de novela entre manos, hablé con ellos y les dije que si querían les escribía algo narrativo y que si no, les devolvía el dinero. Y ellos me dijeron: vale, así abriremos la colección de novela. Porque ni colección de narrativa tenían. Y así salió la Crónica del desamor, que fue la primera novela que publicó Debate. El año que viene hará treinta años. En cuanto a Carmen Balcells, simplemente nos citamos, hablamos, y a ambas partes nos interesó el acuerdo.

—¿Qué se siente ser famosa? Que te reconozcan en la calle, ¿alguna vez te han detenido para pedirte un autógrafo o tomarse una foto contigo?, ¿te molesta?
—Yo me hice “famosa” muy temprano, cuando El País triunfó de la noche a la mañana en la Transición y nos hizo famosos a unos cuantos jóvenes que colaborábamos en el periódico. Yo tenía unos veinticinco o veintiséis años, y al principio fue algo muy angustioso. Porque primero recibes una ola de amor tremendo, y todos queremos que nos quieran, claro, y te da miedo perder ese amor, pero no sabes cómo retenerlo, porque la gente no te ama a ti, sino a una Rosa Montero que cada cual se ha inventado, de repente hay miles de Rosas Monteros y todos quieren que seas como ellos te ven (tú, por ejemplo, me imaginas triste). Y después de esa ola desconcertante de amor, llega también una ola de odio, tan arbitraria como la primera pero aún más insoportable. Durante dos o tres años fue muy angustioso. De hecho, asumí la dirección del suplemento dominical de El País por entonces, porque quería dejar de firmar y que la gente se olvidara de mí. Por fortuna no se olvidaron, porque que te conozcan también tiene sus ventajas, cuando digieres la angustia y te proteges y distancias de todo eso. A estas alturas ya estoy totalmente protegida… Vivo al margen de ese ruido exterior, o todo lo al margen que puedo, y no me siento famosa en absoluto. Pienso que la gente me reconoce poco, no he querido nunca trabajar en televisión justamente para que no me conocieran más, y además la gente que te conoce, los lectores, son personas de lo más cariñosas, respetuosas y fantásticas. Cuando alguien me para y me dice que lee mis libros o mis artículos, me siento feliz y muy agradecida.

—En “La loca de la casa” dices que recuerdas los momentos pasados llevando la cuenta de los amores que has tenido y los libros que has escrito; debes haber tenido muchos novios —no puedo evitar reír—, ¿tiene ello algo que ver con los temas que escoges escribir?—En primer lugar, La loca de la casa no es un libro autobiográfico. Está lleno de mentiras narrativas, de ficciones…. Por ejemplo, no tengo ninguna hermana, ni melliza ni no melliza. Y luego ten en cuenta que soy muy mayor y tengo bastante vida a las espaldas…. Así es que también tengo algunos amores y algunos desamores, como antes dije. En cuanto a si esto tiene algo que ver con los temas, me parece que no entiendo la pregunta. Mis temas principales son la supervivencia, la memoria, el paso del tiempo, las dificultades de madurar, la aventura de vivir, el dolor de perder, el poder, el fanatismo… El amor también, pero no es el tema principal de ninguna de mis novelas.

—Pensé que era un poco autobiográfico por lo que dice en la contratapa del libro. Ya veo que debemos cuidarnos de ellas. Por último: ¿Estás trabajando actualmente en algún libro?
—Estoy tomando notas…. Pero tardará bastante en salir a la luz. Por lo menos dos o tres años.

Rosa estira la espalda y da un largo suspiro. Es natural y sencilla, pese a que su presencia se impone. Tal vez sea por eso.

—Muchas gracias, Rosa, por acceder a esta entrevista y por tus palabras.Nos despedimos con dos besos en las mejillas, le doy un abrazo, un cálido abrazo.

Mis dedos hacen el gesto acostumbrado y desaparezco para aparecer frente a mi pantalla. Ahora que leo la entrevista, me parece increíble, ¡estuve en casa de Rosa Montero! Los chicos de Prosófagos no me lo van a creer. Es cierto lo que dice Rosa, la imaginación no tiene límites.

Agradezco a esta genial escritora por permitirme unos minutos de su tiempo, y por recibirme en su casa de manera virtual.



Para mayor información acerca de la vida y obra del autor:
Página oficial de Rosa Montero

lunes, 17 de noviembre de 2008

El único deseo


Escondido en mi lugar secreto veo pasar a la cocinera. Una gorda que siempre murmura algo, lo que sea. Y cuando no lo hace es porque está masticando. La cocina es un sitio acogedor, el fogón de carbón casi siempre encendido, con cacerolas a rebosar de comida. Desde arriba lo veo todo y ellos no pueden verme pese a que las rejillas están bajas, yo en cambio, observo sin preocuparme que alguien me pille, aquí arriba está oscuro, y de no ser por alguna rata que de vez en cuando camina sobre mi espalda todo sería perfecto.

El jardinero se sienta y espera a que la cocinera le sirva su ración de sopa. Viene cada dos días y pone cara de carnero degollado cuando la mucama merodea por la cocina. Ella siempre usa unos escotes que dejan medios pechos fuera y suele agacharse frente al jardinero para mostrarle cualquier cosa. A la gorda que cocina no le gusta las miradas que ellos se dan, es una mujer amargada, pero no se puede negar que su comida huele bien. Y a mí me trata mejor que los demás. Es la única que de vez en cuando me dice: cada día estás más guapo, cariño. Sin embargo yo casi siempre prefiero pasar inadvertido. Mi madre, a quien nunca conocí, me dejó al cuidado de la señora de la casa, pero nadie me cuida, en realidad lo hago yo solo, excepto cuando la cocinera se preocupa por mantenerme limpio. Me gusta pasear por los recovecos interminables de este caserón que contiene lugares que estoy seguro, los dueños jamás han pisado. Mi lugar preferido es el agujero que da al cuarto de las niñas. La mayor, de dieciséis años, es preciosa, y ya no es tan niña, por lo menos yo no la veo así cuando se desviste. Sus senos se parecen a los de la mucama, y su cabello suelto le da la apariencia de la virgen. Y cuando se baña... ¡ah qué espectáculo grandioso! Llenan una enorme tina con agua caliente y ella se sumerge como una ninfa de esos cuentos que encontré la otra vez en la enorme biblioteca. Yo la puedo ver por la rendija de aire que da al baño. La mucama que la ayuda enjabonarse pasea por su cuerpo la espuma y la niña se deja hacer cerrando los ojos. Me parece que ella disfruta de esas caricias, cómo quisiera ser yo quien la enjabonase, creo que es una tarea más dada a un varón que a otra dama. Lo que vi la semana pasada hizo que el bulto de mi entrepierna se pusiera más duro que nunca. La mucama le acarició febrilmente sus partes bajas mientras la niña gemía, creo que ya no la estaba aseando, y lo que veo ahora es inaudito. Le está besando los senos.

No puedo seguir mirando. Siento que el miembro me empieza a latir punzante y no puedo evitar lanzar un agónico gemido. Espero que no me hayan escuchado. Mi pantalón está húmedo, mojado. La niña Isabel se me ha metido entre ceja y ceja y no puedo vivir sin pensar en ella. Si no fuese porque en la misma habitación duerme su hermana menor ya habría entrado de noche en su cuarto. Ella no sabría que soy yo, no me vería en la oscuridad, sólo sentiría mis caricias y mi deseo de amarla, y la haría feliz, no podría decirle cuánto la amo porque nunca pude hablar, pero sí le haría lo que le hace la mucama y que a ella parece gustarle tanto. Jamás se daría cuenta que soy yo, procuraría que no tocase mi cuerpo deforme y mi rostro caído de un lado, y esta maldita joroba por donde les gusta jugar a las ratas como si fuese una montaña rusa. La amo. La amo con toda mi alma, sólo deseo que sea feliz. Mañana es mi cumpleaños, pero será otro año en el que sólo la cocinera regañona se acordará de mí. Me preparará un pequeño pastel que compartiremos en la cocina, y habrá esta vez catorce velitas. Hace ya muchos años ella me prometió que se enderezaría mi espalda y mi cara dejaría de ser una masa informe que lleva mi mejilla izquierda cada vez más abajo. Dice que estoy mejorando de aspecto, pero yo creo que sólo son sus deseos. Pero lo que haré mañana cuando apague las velas de mi pastel de cumpleaños es lo que hizo la niña Isabel en el suyo la última vez: pidió un deseo y dijo que se había cumplido. Yo pediré el mío: Quiero convertirme en un apuesto príncipe para que ella se enamore de mí. Estoy seguro de que mi deseo será cumplido. Lo sé.

B. Miosi

martes, 4 de noviembre de 2008

Alberto Vázquez-Figueroa, una entrevista diferente. Por Blanca Miosi

No le agrada que le llamen escritor de best sellers; dice que sus libros no tienen los ingredientes básicos que los conforman, y tiene razón. Cualquiera que lea algún libro tomado al azar del gran repertorio de su bibliografía, encontrará historias interesantes que, además de proporcionar entretenimiento, dejan alguna enseñanza. Tal es el caso de «Coltan». Una novela publicada después de «Por mil millones de dólares», y que toma algunos de sus personajes; sin embargo, «Coltan» es más que una novela de ficción: es una denuncia a una triste realidad que se está viviendo actualmente en la República Democrática del Congo. Su actual presidente, Joshep Kabila, hijo del dictador que depuso al anterior por medio de un golpe de estado con la ayuda de los presidentes de Uganda y Ruanda, hizo nuevos tratados con empresas canadienses y norteamericanas. El sanguinario dictador anterior tenía fuertes lazos comerciales con capitales imperialistas de origen francés. ¿Pero por qué todo este embrollo?, se preguntaría uno. ¿Qué tiene que ver la desproporcionada pobreza de una tierra tan rica como la del Congo con una novela llamada «Coltan»?

La República Democrática del Congo, dueña de las vetas diamantíferas más importantes, así como de minas de cobre y cobalto, explotadora de petróleo en su reducido litoral desde 1975, y que por si fuera poco, se estima que posee alrededor de un octavo del potencial hidroeléctrico mundial, también tiene los yacimientos más importantes de coltan. Un mineral escaso e indispensable para la fabricación de aparatos de uso generalizado en comunicaciones, satélites, misiles y todo lo relacionado con los sistemas electrónicos de aviones, centrales atómicas y espaciales, fibra óptica, y en un aparato que se ha vuelto insustituible: los teléfonos móviles. El Congo tiene el ochenta por ciento de este mineral en sus tierras. El resto está repartido entre Tailandia y Brasil. Copio un extracto de la polémica novela:

La Sociedad Minera de los Grandes Lagos tiene el monopolio en el sector y financia al movimiento rebelde Reagrupación Congoleña para la Democracia que cuenta con unos 40.000 soldados, apoyados por Ruanda. Con la venta de diamantes ganaban unos 200.000 dólares al mes. Con el coltan ganan más de un millón. Informaciones reservadas de las Naciones Unidas revelan que el tráfico lo organiza la hija del presidente kazako, Nursultan Nazarbaev, que está casada con el director general de una empresa kazaka que extrae y refina uranio, coltan y otros minerales estratégicos.
Ésta es, a grandes rasgos, la tela de araña de un negocio internacional que está alimentando una guerra en el corazón de África y empobreciendo a los ciudadanos de uno de los países más ricos de la Tierra. Pero hay más: el Servicio de Información para la Paz Internacional ha realizado un minucioso estudio sobre las vinculaciones de empresas occidentales con el coltan y, por tanto, con la financiación de la guerra en la República Democrática del Congo.
Alcatel, Compaq, Dell, Ericsson, HP, IBM, Lucent, Motorola, Nokia, Siemens y otras compañías punteras utilizan condensadores y otros componentes que contienen tántalo (coltan); también lo hacen las compañías que fabrican estos componentes como AMD, AVX, Epcos, Hitachi, Intel, Kemet, NEC. Hay que subrayarlo una vez más: estos oscuros negocios son, en primera instancia, los culpables de una guerra no por olvidada menos dramática. Con un agravante: se teme que sobre el mismo territorio de la República Democrática del Congo pese la amenaza de la fragmentación. Es decir, la división en varios estados, lo que facilitaría la explotación de sus recursos. Ya lo denunció en su día —y por eso lo asesinó el ejército ruandés— monseñor Christophe Munzihirwa, arzobispo de Bukavu.

El escritor ha recibido amenazas, pues toca intereses de empresas transnacionales, tal como ocurrió cuando publicó su novela «Vivir del viento», en la cual trata el tema de los consorcios dedicados al oscuro negocio que existe tras las aspas de la energía eólica. Él ha dicho públicamente que a estas alturas de la vida no se volverá un cobarde, no después de haber sorteado el fuego de bandos enemigos mientras trabajaba como corresponsal de guerra.

Con lo antes expuesto, creo que es fácil comprender los motivos que me llevaron a entrevistar a este famoso escritor, y dado que no le gusta hablar demasiado acerca de las setenta y cuatro novelas que lleva escritas; la última: Saud el leopardo, a la venta únicamente a través de Internet, llevaré a ustedes una entrevista sui géneris, pues se trata de una visita virtual a su estudio en Lanzarote, una isla del archipiélago canario, frente a las cosas del sur de Marruecos.
Alberto se prestó con la entereza que lo caracteriza y me siguió el juego:

Principios de noviembre, 2008

Un poco intimidada por encontrarme en presencia de Alberto Vázquez-Figueroa, respiro profundo, como aconsejaba mi profesora de oratoria; según ella, haciéndolo con el diafragma se perdía el miedo. Estoy en su casa de Lanzarote, arriba, en su estudio, el lugar donde cobran vida las maravillosas historias que millones de personas disfrutan. Las cortinas descorridas ofrecen una soberbia vista al mar.
Me invita a tomar asiento mientras él se sitúa detrás de su escritorio, deseando tal vez resguardarse de las preguntas que sabe haré. Sus ojos traviesos de color azul intenso me miran sonrientes, mientras pregunta en tono familiar:
—¿No te molesta si fumo, no?
—Por supuesto que no, está usted en su casa—. En realidad detesto el olor del puro, pero no pienso echar a perder una oportunidad como esta.
Viste una camisa de color azul marino de mangas largas que lleva medio arremangadas, en un estilo casual que le va muy bien con su aspecto de hombre de mundo, que sabe hacer uso de su poder; porque aunque él diga que no, lo tiene. Por lo menos en el mundo editorial.
—Soy todo tuyo. Pregunta lo que quieras —dice en tono jovial.
—¿Tiene usted un ritual para escribir? Me refiero al momento de empezar una nueva novela, algo que acostumbra hacer o que le signifique concentración.
—En absoluto: escribo cuando me apetece y no tengo ninguna “manía de escritor”.
—¿Puede escribir con ruido? ¿Necesita música o prefiere el silencio?
— Prefiero el silencio. Soy sordo de un oído a causa de un accidente de inmersión y la música me disturba.
—En alguna parte leí que era usted un mujeriego empedernido, ¿alguna mujer que lo marcó en su vida, formó parte de alguna de sus novelas?
—Varias mujeres marcaron mi vida pero desde luego nunca han formado parte de una novela; todas fueron maravillosamente reales.
—He leído algunos libros suyos, y lo que más llama la atención en ellos es el ritmo. La acción es uno de sus sellos, ¿tiene algo que ver con su forma de ser?
—Supongo que se me puede considerar “un hombre de acción”, aunque sea por el hecho de que jamás estoy quieto.
—Usted tiene la impresionante cantidad de setenta y cuatro novelas escritas, sería igual de impresionante que todas fuesen igual de buenas. ¿Cuáles cree usted que son sus peores novelas? Si es que las puede recordar...
—No podría tener memoria para eso puesto que casi la mitad son malas; algunas incluso malísimas.
—¿Qué lo mueve a seguir escribiendo? ¿Cree que aún le queden temas por tocar?
—Cada día al abrir la prensa o ver la televisión descubres que hay tema por tocar. Lo malo es que me falta tiempo.
-Está escribiendo algo en estos momentos?
-Estoy mejorando mi novela Saud el leopardo.
—La mayoría de los escritores con cierta fama, son prácticamente inaccesibles. Sin embargo he visto que usted pone sus obras al alcance de todo el que desee, y también tiene la amabilidad de responder los correos que le envían, no sólo eso, en su blog le hacen peticiones de novelas que según parece usted envía a los lectores que no pueden adquirirlas. ¿A qué se debe que sea usted diferente? ¿Es acaso una promesa por algún favor recibido?
—El que actúa por una promesa hace algo que no està en consonancia con su forma de ser natural. Yo actúo así porque es mi manera de ser y me apetece.
—En todo caso, le aseguro que su táctica es muy buena. Tiene lectores incondicionales por millones; pocos escritores pueden decir lo mismo. ¿Nunca le ha sucedido que de pronto se encuentra sin ideas para su próxima obra?
—Me quedan ideas para el resto de mi vida; lo malo es que no puedo publicarlas todas.
—Me lo imaginaba. Su creatividad es envidiable.
—Gracias.
—La desalación del agua de mar por osmosis inversa, es un invento que parece que no ha tenido una entusiasta acogida en su tierra. ¿Cómo le vino la idea?
—Es fruto de mi época como buceador profesional y un poco de sentido común, En realidad es muy simple; tan solo había que pensar un poco.
—Usted ha escrito mucho acerca del desierto, también ha vivido en él, ¿sueña con la idea de que algún día pueda hacer de él un edén?
-El desierto debe seguir siendo el desierto, aunque me gustaría pensar que algún día podría cambiar una minúscula parte de él y hacerlo habitable. Con eso me basta.

Alberto arruga la frente y mira a través de la ventana hacia el horizonte. Exhala el humo del puro y se queda en silencio. Parece sentirse muy cómodo en mi presencia, como si yo no existiera. Respeto esos momentos de introspección o quién sabe, de creatividad. Después de todo, estamos en el sitio donde nacen todas sus novelas; el ambiente está impregnado de imaginación, de olor a tabaco, de noches en vela. Me siento privilegiada. No siempre se está en presencia de la creación.
Se vuelve hacia mí y pienso que va a preguntarme si es todo.
—¿Cómo se te ocurrió hacerme esta loca entrevista?
—Sólo lo pensé y me dije: tal vez a Alberto Vázquez-Figueroa le guste que lo visite virtualmente en su estudio, tal vez él quiera participar en este juego, y veo que no me equivoqué. Usted tiene espíritu aventurero, le entusiasman los experimentos, si no, no fuese inventor, tal vez algún día escriba algo al respecto, tal vez...
—Está bien, Blanca, no sigas, aquí el entrevistado soy yo —dice, abrumado por mi balbuciente verborrea.
—Bueno, pues, entonces mi siguiente pregunta sería: ¿Se siente satisfecho de su vida? ¿Si tuviera que cambiar algo de lo que ha hecho, qué sería?
—Esa no es una pregunta, son dos, y bastante trilladas, por cierto -comenta, sonriendo.
—Es verdad. Se nota que es un hombre satisfecho. Le diré entonces lo que pienso de usted: Ha tenido la suerte de vivir experiencias que marcaron su vida desde muy joven, ha tenido el arresto suficiente como para enfrentar los trabajos más extremos, ha tenido la suerte de poseer a las mujeres más apetecibles, y encima, ha tenido la brillantez suficiente como para ser el escritor más leído de España y tal vez del mundo, y a estas alturas de la vida, vive con una mujer que lo adora y a quien usted ama. Tomando en cuenta todo eso, siente usted temor de tener demasiado de la vida. Y sabe que todo tiene un precio. ¿Cuál podría ser el suyo a cambio de todo lo que ha recibido? Hasta estoy por creer que ha hecho un pacto con el diablo, pues ser corresponsal de guerra y salir ileso ya de por sí es increíble. Por eso le pregunté si estaba pagando una promesa... y usted se rió.

Alberto V-F, mira el reloj que lleva en la muñeca. Siento que es hora de salir de su vida, de su estudio y de Lanzarote. Me mira y me hace un guiño cómplice.
—No puedo afirmar ni negar lo que has dicho. ¿Comprendes?
—Está bien, Alberto, gracias por la entrevista: es usted tal como lo había imaginado.

Siento que muchas cosas quedaron en el aire. Siento que tras la fachada de hombre amable existe un misterio.
-Detrás de mí no hay ningún misterio; soy tan simple como parezco -. Afirma rotundo, como si me hubiese leído el pensamiento, pero creo que ni es tan simple ni lo parece.
-Sólo algo más: ¿Qué le diría a sus lectores?
-Procuren que no les devore la crisis.

Sonríe y se despide con un beso en mi mejilla.

Hago un gesto y me esfumo. Tengo ahora en mis manos la entrevista; creo que nunca hice una igual. También es verdad que nunca antes hice una entrevista.
Agradezco a Alberto la oportunidad de prestarse a este experimento. Es sin lugar a dudas un personaje fascinante.

Para mayor información acerca de la vida y obra del autor:
http://www.vazquezfigueroa.es/