miércoles, 30 de diciembre de 2009

Un escritor con el alma impresa

Y bueno… llegó el último día del año, y como en el continente europeo la Nochevieja llega antes, cuelgo de una vez la entrada que despide este magnífico año, y no podía ser nada menos que con una entrevista a Sergio G. Ros; nuestro súper conocido compañero Deusvolt. Sí, el mismo de la risa contagiosa y del optimismo desbordante, que nos hace partícipes de sus buenos y de sus malos momentos, y que espero que el año próximo sean más buenos que malos.


Como todos saben, Sergio ya ha empezado a recorrer el camino a la fama. Una reseña que hizo al escritor Patrick Ericson, de su novela El ocaso de las siete colinas, ha sido escogida por la mismísima Editorial Viamagna para que figure en su web, (esperemos que Sergio logre convencerlos para que hagan lo mismo con el próximo manuscrito que les envíe), ¡claro que sí Sergio! Un poquito más y los convences, ¡todos te apoyamos!


Pero eso no es todo. La próxima novela de Patrick Ericson será prologada por Sergio Deusvolt G. Ros. Sí señor, está confirmado por el compañero Oriafontan. Y es que entre grandes se entienden. Pero dejo de cotorrear (se nota que es fin de año y las copas van y vienen) y los dejo con Sergio en una entrevista que salió publicada en la revista Prosofagia de diciembre:


Deusvolt, un escritor con el alma impresa


Deusvolt (Sergio G. Ros) es un participante de Prosófagos que aunque casi no ha colgado relatos —tiene la inveterada manía de escribir novelas, y muy largas, por cierto—, es un colaborador silencioso del foro. Y hacia él estará dirigida mi andanada de preguntas en esta sección de mini-entrevistas:

—Dime, Deusvolt, ¿desde cuándo sentiste la necesidad de escribir?
—La necesidad de “escribir en serio” me llegó relativamente tarde, hace apenas tres años. Estaba ya hecho un viejecillo (tenía treinta y uno, y ni un pelo en la mollera, ja, ja…) Hasta esa fecha había intentado algún escarceo en forma de relato corto o historietas con caricaturas para los amigos.

—¿En qué ha cambiado tu vida la escritura?
—En la vida cotidiana, básicamente me ha restado horas de sueño; también me ha hecho merecedor de algún coscorrón por parte de mi esposa, con toda la razón del mundo. Por otro lado, asumo que la escritura me ha convertido en un ser más introspectivo, pero solo cuando estoy en “mi mundo”. Yo entiendo que tanto la escritura como la lectura son una fuente inagotable de evasión. No necesariamente una evasión de los problemas diarios, porque, después de todo, tanto escribir como leer son dos grandes placeres, que, además, te permiten vivir otras vidas. Puede sonar a tópico pero sé que aquellas personas que aman los libros lo entienden a la perfección. Tenemos una sola vida, con limitaciones personales, económicas, geográficas… pero la escritura y la lectura no tienen límites.

—En tu exitoso blog haces reseñas de libros, y he visto que tu lectura es muy variada, por no decir ecléctica: desde Jack London, pasando por Murakami, hasta Tiburón, de Peter Benchley. En realidad, ¿tienes preferencia por algún autor en especial? (Por favor, déjame fuera, ja, ja)
—Dejarte fuera sería un crimen, Blanca… Por cierto, gracias por lo de “exitoso blog”, ja, ja… ¿Sabes? Stephen King, uno de mis escritores preferidos, es un defensor a ultranza de la lectura de todo tipo. Yo coincido con él en ese punto (y en otros). Por supuesto que tengo mis preferencias literarias, pero intento leer todo lo que se me pone a tiro. Y cuando digo todo, me refiero a todo, no sólo novelas. Leo revistas (del corazón, culturales, de artes marciales…), artículos, periódicos, panfletos, ensayos, fichas técnicas… Además de blogs, entradas en foros, relatos de otros compañeros… Para crear hay que observar, ¿no? Y novelas, pues lo mismo. A veces, leyendo cosas malas, realmente malas, aprendes mucho, muchísimo más que de las cosas buenas.


—¿A qué crees que se debe el que algunos blogs sean tan visitados, como el tuyo, y otros pasen por debajo de la mesa?
—Pues, como suele decirse, es la pregunta del millón. Yo no sabía si el número de visitas de mi blog El Alma Impresa era alto o no. De hecho había entrado a tientas en este mundo de los blogs con la intención de tener “mi propio espacio” después de haber participado en diversos foros literarios. Un mes después de empezar con el blog, fueron otros compañeros los que me hicieron ver que las cifras de visitas estaban siendo muy buenas. Independientemente de las cifras, lo mejor de todo es conocer gente que ama la literatura, que da opiniones, que tiene inquietudes y que puede aportarte su punto de vista. A mí, personalmente, me ha ayudado mucho, me ha abierto los ojos y me ha hecho mejorar como escritor y como persona. Por eso me entristece ver que hay blogs de calidad, de gente que merece la pena, que no reciben casi visitas. Así que animo a todo el mundo a que visite los blogs de nuestros amigos y amigas escritores, y que comenten en ellos. Os aseguro que para alguien que tiene un blog supone una gran alegría.


—¿Cuántas novelas has escrito? Me gustaría que dijeras la extensión de cada una.
—Pues llevo escritas cuatro novelas: El ladrón de compresas (2007, 62 000 palabras, 256 páginas, género: policiaco); El escritor de Kung Fu I. Mâ (2007, 335 000 palabras, 900 páginas, género: histórico-acción-artes marciales, primera parte de una trilogía); El valle del demonio (2008, 172 000 palabras, 495 páginas, género: terror); Su nombre empezaba por E (2009, aprox. 155 000 palabras, 475 páginas, género: negro-realismo mágico-terror)


—Bárbaro, y en solo tres años. Y por último: ¿qué sentirías si una editorial dijera que desea publicar uno de tus libros? Tienes quince segundos para contestar.
—Empezaría a pegar botes y sería un hombre muy feliz.

—Muchas gracias, Deusvolt, ha sido una charla encantadora. Espero que esto último se cumpla, es mi deseo de Navidad.
—El mío es que pronto ese magnífico libro que es El legado se traduzca a otros idiomas.


Como pueden apreciar, queridos amigos, Sergio es una caja de sorpresas, ¡lee de todo! revistas del corazón, de artes marciales, ¡estoy segura de que no se salva ni el directorio telefónico!, pero creo que una de las virtudes de todo escritor, es justamente el amor a la lectura.

De la entrevista que le hice solo me quedó una pregunta, y fue por culpa de Esther, sí, señor, dijo clara y categóricamente: «No debe pasar de ochocientas palabras incluyendo el título» y donde manda capitán, no manda marinero, como decimos por acá, así que ahí va la pregunta que quedó en el aire:


—¿Por qué un título como El ladrón de compresas? Se trata de un enfermero en problemas, estabas pagando una promesa, ¿o qué?
—Ja,ja.. ¡Voy a tomarme una copita a tu salud, amiga!… Bueno, a ver si lo explico medio decentemente: "El ladrón de compresas" es, de todas mis obras, la más imperfecta diría yo, pues fue escrita cuando empezaba a conocer el oficio; se trata de una novela policiaca, con tintes un tanto escabrosos. Narra el secuestro de una joven, y las investigaciones de la policía y unos detectives para encontrarla. Todo cambia de rumbo cuando se topan con la posibilidad de que el secuestrador tenga una retorcida particularidad… Y hasta aquí puedo leer porque si sigo, destripo el libro, je,je...
De todas formas, no te apures, siempre me han dicho que los títulos de mis novelas son un tanto “originales”, je, je… Yo es que soy así, qué quieres que te diga.
Si me dejas, aprovecho la ocasión para darte las gracias, Blanca, por este hermoso detalle de fin de año. Conocerte ha sido una de las grandes cosas del 2009, amiga. Tu ayuda, consejos, y la simpatía que aportas en blogs, foros, y webs, son gestos cargados de generosidad, siendo además, como eres, una escritora consagrada. Ese tipo de actitud hacia los noveles no suele ser muy común y seguro que todos los que lean esta entrevista sabrán valorarla como es debido. Y ya acabo, ya acabo…je, je..


¡Brindo porque este año 2010 sea exitoso para todos nosotros! ¡Chin, chin!


Muchísimas gracias, Sergio, por ser un buen compañero y por ser un asiduo visitante a los blogs, siempre con un comentario inteligente. Estoy segura de que todos estarán de acuerdo conmigo.
Y eso es todo, amigos, por este año. ¡Les deseo un feliz 2010!


Fuentes:
http://www.revistaliteraria.prosofagos.com/
http://s244398144.mialojamiento.es/blog/
http://elalmaimpresa.blogspot.com/

sábado, 26 de diciembre de 2009

ATILA, EL AZOTE DE DIOS

La lista de libros que he leído en el 2009:

1. Rosa de Sangre — Arthur Wise
2. El gigolo — Lawrence Sanders
3. Como los cuervos — Jeffrey Archer
4. Misión en Damasco — Howard Kaplan
5. La estrella de David — Daniel de Córdova
6. El especialista siciliano — Norman Lewis
7. Heredarán los ricos — Elizabeth Adler
8. La isla de las tormentas — Ken Follett
9. La esmeralda de los Ivanoff — Elizabeth Adler
10 .Sepulcro maldito — J. Hebert
11. Molloy — Samuel Beckett
12. Narraciones extraordinarias— Edgar Allan Poe
13. El leopardo de piedra — Colin Forbes
14. La última pieza — Joy Fielding
15. Testigo en la sombra —Mary Higgins Clark
16. El retrato de Dorian Gray — Oscar Wilde
17. Narraciones — Anton P. Chejov
18. Juego Mortal — Larry Collins
19. El ojo de Eva — Karin Fossum
20. Así habló Zaratustra — Friedrich Nietzsche
21. La religiosa — Denis Diderot
22. Madame Bovary — Gustave Flaubert
23. El diamante de Jerusalén — Noah Gordon
24. Tuareg — Alberto Vázquez Figueroa
25. Gog — Giovanni Papini
26. El libro negro — Giovani Papini
27. Narciso y Goldmundo — Hermann Hesse
28. El amor en los tiempos del cólera — G. G. Márquez
29. Nana — Emile Zola
30. Las luces del alba — Henry Troyat
31. Raimon, La alquimia de la locura — Lluís Racionero
32. Al este del Edén — John Steinbeck
32. Frente al espejo — Sidney Sheldon
33. Atila. El azote de Dios

Desde que descubrí el placer de la lectura me convertí en una lectora voraz, prueba de ello es la lista que antecede. No había reparado en la cantidad de libros que leí este año hasta sentarme a enumerarlos, y hasta es probable que se me hayan pasado algunos, pues no acostumbro llevar una relación de lo que voy leyendo.

Tengo la fortuna de contar con un lugar donde consigo libros raros, poco conocidos, en algunos casos de escritores famosos, pero poco divulgados en la actualidad. No voy a hacer un comentario de cada uno, algunos de los cuales tuvieron una entrada especial en el blog, pero sí quería referirme antes de terminar el año a la novela que acabo de terminar de leer: Atila, el azote de Dios, de William Dietrich, un escritor norteamericano, historiador, periodista, y ganador del Premio Pulitzer.

Me llamó la atención el título: Atila. ¿Quién no ha escuchado: «Cuando las hordas de Atila pasaban, nunca más volvía a crecer la yerba», o algunos refranes refiriéndose al aludido, la mayoría de las veces de manera despectiva, o en el mejor de los casos como ejemplo de destrucción? La curiosidad que este personaje me despertaba me llevó a tomar el libro de la estantería, y ahora, después de llegar a la última página sé que no me ha defraudado.

La época del rey de los hunos, Atila, se establece en 449 d. C., en las postrimerías del Imperio romano, dividido en el Imperio romano de Occidente, gobernado por Valentiniano III, y en el Imperio romano de Oriente, cuya cabeza principal era Teodocio II, quien gobernaba desde la ciudad de Constantinopla.

Atila poseía el ejército más numeroso para su época; no todos eran hunos: estaba conformado por sus aliados bárbaros: ostrogodos, gépidos, rugianos, escirios, turingios, vándalos (pueblos bárbaros procedentes de Escandinavia), refugiados bagaudas de la Galia, y guerreros de más allá del Báltico. Arrasaban con todo lo que encontraran a su paso. Pero Atila quería apoderarse de Roma. Ustedes saben
que en la historia de Roma siempre existieron las componendas, las luchas intestinas por el poder, y ese fue uno de los motivos que desencadenaron esta parte de la historia. La hermana del emperador Valentiniano, Honoria, envió un emisario a Atila para que la rescatase de la prisión a la que la había sometido su hermano. El rey de los hunos sería emperador de Roma si acababa con el ejército romano y se casaba con ella. ¿Cómo resistirse ante semejante oferta? Así pues, las hordas de Atila empezaban a acercarse a Occidente cuando el general Aecio, considerado por algunos historiadores como el «Último de los Romanos», logra reunir a los pueblos bárbaros (que también los había del otro lado) y convence a Teodorico, el rey de los visigodos, para unírsele, sabiendo que si lo hacía, las demás tribus que permanecían neutrales, también lo harían.

El ejército conformado por los romanos resultó pues, en una pléyade de aliados de toda índole, casi tan parecida a las que formaban las hordas de Atila, con la diferencia de cierta disciplina remanente, inculcada a través de los siglos. Se libra entonces una de las batallas más impresionantes de la historia: la del Pueblo del Alba, como llamaba Atila a su ejército, contra las legiones de Roma, reforzadas por los alanos, francos, borgoñones, olibriones (veteranos romanos), astrogodos, francos sálicos, sajones del norte, armoricanos , arqueros sármatas, honderos sirios y africanos, y los visigodos, unos de los combatientes más rudos y temibles, en una confrontación bélica que se llamó «La batalla de las naciones».

El que Atila lograra cohesionar a los aliados de Roma resulta paradójico, pues el ejército disciplinado e invencible; las famosas legiones romanas, se encontraban en franca decadencia, y por sí solas hubiesen sido incapaces de contener las ansias de poder del rey de los hunos. En el 451 d. C., en la Batalla de las Naciones, o la batalla de los Campos Cataláunicos como se la recuerda hoy en día, que, según los historiadores se cree, ocurrió en las inmediaciones de la actual Troyes, en el nordeste de Francia, finalmente salieron vencedores los romanos. Sin embargo, otro hecho paradójico como resultado de esta victoria, es que el general Aecio, fue acusado por su emperador de dejar escapar a Atila.


¿Cuáles serían sus motivos? Sin Atila, el ejército romano no tendría razón de seguir existiendo, ya que cada vez era más costoso su mantenimiento en un decadente Imperio romano. Valentiniano III asesinó al Último de los Romanos, como agradecimiento de haber salvado Roma de los hunos.

Atila se retiró con sus huestes a Oriente, para al año siguiente invadir el norte de Italia con un diezmado ejército, en un intento de recuperar su maltrecha reputación, sin embargo, fue vencido por la peste y las hambrunas que asolaban la región. Muere un año después, en el 453 a. C., según la leyenda: ahogado en su propia sangre, debido a una hemorragia nasal mientras dormía en estado de embriaguez, la noche de bodas con su nueva esposa. Pero esto forma parte del anecdotario popular, pues al no poseer escritura, son muchos los detalles perdidos.

La historia que ha llegado hasta nosotros es la que cuenta la parte romana. Y es lo más relevante de la novela, pues William Dietrich ha sabido recrear los momentos históricos de los verdaderos protagonistas, cubriendo los grandes huecos con escenas lógicas, que bien pudieron suceder en los escenarios reales.

Atila, el azote de Dios, no es un libro de historia, es una novela con datos verídicos, con una trama interesante que se desenvuelve en un argumento apasionante.

William Dietrich es autor de El muro de Adriano, otra gran obra que pienso leer apenas la encuentre. Otras obras: El Reich de hielo, Las pirámides de Napoléon.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Un pequeño Balance Anual



En este año 2009 se consolidaron las emociones que venía arrastrando desde el año anterior. Una de ellas: la publicación de mi segunda novela: El legado. A cinco meses de su lanzamiento sigo recibiendo correos y reseñas de personas que la han leído y, créanme: no existe un mejor premio.

De las opiniones que me han llegado, la mayoría son positivas, supongo que dadas con una pátina de la simpatía y amistad que nos une a la mayoría de los blogeros, lo que agradezco de todo corazón. Pero también he recibido sorpresas de personas que ni conozco, articulistas como José Rivera de El tiempo Digital, o un artículo publicado en la revista de la UNAM
RevistadelaUniversidadNacionalAutónomadeMéxico , en donde mi libro aparece como referencia —en uno porque habla del veinteavo aniversario de la caída del Muro de Berlín, y en el otro porque trata el tema del inusitado interés en el mundo editorial español por los temas relacionados al nazismo contra el poco o casi ninguno demostrado por los lectores mexicanos—, lo cual no me parece extraño, dado que el nazismo proliferó y se extendió en otras latitudes, digamos, más al sur de nuestra América hispana. En todo caso, el hecho de que hablen ya es algo.

Hoy puedo decir que me siento relajada y muy a gusto con la cantidad de amigos y amigas que frecuentan este blog, con los que he desarrollado una afinidad parecida a la que se siente por una familia, en la que nos contamos nuestros deseos, proyectos, metas, y nos consolamos de nuestros fracasos, nos damos ánimo y felicitamos a quien da un paso hacia delante o sube un escalón, como es el caso de Daniel de Córdova, con La estrella de David, Teo Palacios, con Hijos de Heracles; a publicarse en enero del 2010, y que estoy segura, pronto le seguirán Lola Mariné y Blas Malo Poyatos.

Este año 2009 he descubierto que el mundo blogero literario está lleno de gente hermosa, no puedo dar otro calificativo a aquellas personas que dedican gran cantidad de horas a la práctica de la lectura y la escritura, experiencias que enriquecen nuestro mundo interior. Chicos como Armando Rodera, con sus crónicas acerca del mundo literario que él sabe relatar con maestría; a Teo Palacios, que nos enseña cómo movernos en el mundo editorial, y qué esperar (y qué no), a Víctor Morata Cortado, ahora dedicado en cuerpo y alma a su rincón:
ElCafédelAutor , un blog que recomiendo visitar encarecidamente, a Marta Arbelló, y sus Manuscritos del Caos, con artículos que sólo ella sabe dónde encontrar, y sus cuentos ganadores de concursos, a Montse de Paz (Elisabet) y sus reflexiones acerca de lo que significa la literatura para los que hemos escogido este pedregoso camino, a Maribel Soler, de Sucedió en febrero, que este año ha tenido un récord de publicaciones, entre ellas su manual: Todo lo que se debe saber en Derecho, y varias antologías de cuentos compartidos, y en esto de los cuentos no puedo dejar de mencionar a Cristina Puig, quien este año publicó Lankhar. Diario de una vampira, por la editorial Mallorca Fantástica y hace poco otro libro de narraciones al que le están dando mucha publicidad en la prensa mallorquina. Tampoco puedo dejar de mencionar a mi querida Arlette Geneve, de quien ya he perdido la cuenta de sus muchas publicaciones y la próxima, para el 2010: El carcelero de Ysbililla.

Javier Pellicer Moscardó este año batió marca con premios y nominaciones por sus cuentos; para los que quieran enterarse les invito a pasar por Tierra de Bardos. Muchos terminaron sus novelas, y otros empezaron las correcciones. Este es un mundo dinámico, que no se detiene, en el que cada día hay una sorpresa, una noticia, o una meta alcanzada, y dentro de esas buenas nuevas está por supuesto, la impresión de la revista Prosofagia, del foro Prosófagos, en el que algunos de los blogeros participan y al que invito a participar, para que puedan formar parte de esa agradable comunidad literaria, y tengan la oportunidad de publicar sus artículos, entrevistas, cuentos y hasta sus Cartas al Director en la revista, una experiencia nada despreciable.

Quiero hacer una mención especial a Sergio Astorga, un mexicano residente en los Estados Unidos, poeta, pintor y vendedor de albarrotes, quien se dio a la tarea de obsequiarnos con su arte a muchos de los que participamos en su
Blog.


De lo que sí estoy segura es de que, tarde o temprano todos llegarán a publicar. He tenido el privilegio de leer algunos trabajos, y créanme: son mejores que muchas de las novelas que pululan por ahí, incluyendo las mías. Lo digo sin ambages.

Agradezco profundamente a todos ustedes, queridos amigos y amigas, por estar allí, al otro lado de la pantalla, por pasar por mi blog y con su participación haber enriquecido este pequeño espacio, y a todos, sin excepción, quiero desearles unos días agradables en estas fiestas navideñas, y un año 2010 en el que se cumplan sus deseos: ¡solo tienen que ir por ellos!



¡Feliz Navidad!
Y
¡Que el 2010 sea aún mejor que el 2009!


PD: Acabo de enterarme que Guillem López Arnal del blog Leyenda de una Era, ya tiene casi lista la publicación de su novela: La guerra por el Norte, bajo el sello Grupo Editorial AJEC. ¡Bravo, Guillem!

jueves, 10 de diciembre de 2009

Premio al mejor blog literario

Queridos amigos,

Una agradable sorpresa recibí hoy al enterarme de que mi blog, Blanca Miosi y su Mundo, ha sido convocado entre algunos otros para el Premio Literatura 2 de la Revista Digital Premia.

Los que deseen apoyar este sitio, pueden votar entrando al siguiente enlace:

http://larevistapremia.blogspot.com/search/label/Literario%202

o clicando el aviso de la derecha. Al acceder a la página encontrarán un menú en color azul turquesa debajo del aviso y a la derecha, la lista de los blogs propuestos.

De antemano les agradezco su participación, ¡a ver si gano una!

Besos a tod@s!!

Blanca

lunes, 7 de diciembre de 2009

Sólo un deseo más, por B. Miosi


Mariah percibió en el rostro de Nicolai de facciones usualmente plácidas, un rictus de angustia. Sus ojos enrojecidos, su mirada triste. Le dijo que también lo había amado, que la había hecho feliz, le agradeció por ser como era, pero no escuchaba su propia voz. Una lágrima rodó por la mejilla de Nicolai y fue a caer en la suya, y no la sintió. Nicolai se transformó en una mancha informe hasta desaparecer por completo. De pronto, ella estaba arriba. Desde allí se veía a sí misma en el lecho y a su marido sollozando arrodillado al lado de su cuerpo inanimado, a la gente que entraba y salía de la alcoba, y finalmente a Nicolai solo, besándola tiernamente en los labios, murmurando palabras de despedida.
Mariah podía ver todo lo que sucedía abajo, y como si las paredes fuesen invisibles; vio a Víctor, su amante predilecto, encorvado en una esquina de la sala cubriéndose el rostro con las manos; recordó con indiferencia las horas transcurridas a su lado. Más allá, al joven Alexandro que tantos besos le había robado, sentado, con la mirada perdida. Y vio a Ivana llorando en el jardín, la chiquilla cuyo cuerpo palpitante había acariciado tantas veces...

No entendía el dolor de los que estaban abajo, solo sentía apatía por lo que antes había significado todo para ella. Sintió que se alejaba, y a medida que lo hacía, ese mundo en el que desde que tenía memoria se habían hecho realidad todos sus deseos, se volvía pequeño, transformándose en una bola de hilo enmarañado. Comprendió cómo veía la tierra quien sea que la hubiese creado. Y mientras se alejaba sentía una libertad plena y absoluta.
—Ven, te enseñaré el camino... —dijo una voz en su mente, como si fuese su propio pensamiento.
Se dejó llevar y supo que llegaría a conocer al que concedía favores. Y a medida que se internaba en el infinito, se preguntaba por qué había temido tanto salir de aquel envoltorio de piel que había lucido con orgullo.
Un soplo gélido disipó su alegría, la libertad empezó a transformarse en un pesado fardo. La claridad, en tinieblas. Alguien se estaba convirtiendo en el dueño de su alma, de su esencia, de su ser. La libertad se esfumaba.
—Es el pago por los favores recibidos. —Sintió en su mente. ¡Y había pedido tantos!—. Solo un deseo más… —susurró la voz, como hacen los amantes—, solo uno más, y serás mía.

Abajo, todos miraban la fosa, mientras recordaban a Mariah la divina, una mujer con suerte.
—Descansa en paz—. Fue el deseo póstumo frente a su ataúd.
Y fue lo que escuchó Mariah allá en la lejanía de la inmensidad oscura.

Un alarido cruzó el espacio mezclándose con un trueno que anunciaba tormenta. Las últimas lágrimas se mezclaron con las primeras gotas de lluvia, y el ulular del viento fue perdiéndose junto con los pensamientos de los dolientes.
—Se nos fue Mariah, una mujer con suerte. Todos sus deseos eran concedidos. —Murmuraban.
Luego el cementerio quedó vacío.
B. Miosi

sábado, 28 de noviembre de 2009

El cartero llamó a mi puerta: ¡Prosofagia!

Queridos amigos, hoy voy a hablar de cómo un proyecto virtual se convirtió en una realidad tangible.

Como dice el editorial del primer número de la revista
Prosofagia: hace más de un año, en algún lugar del mundo virtual, hubo quienes entonaron una Balada para un loco; y fue respondida de inmediato por un discreto pero entusiasta puñado de voces.

Desde ese día mucho agua ha pasado bajo el puente; al principio un riachuelo que se fue transformando en un torrente de ideas, y que hoy ha dado como resultado que tengamos en nuestras manos los ejemplares de los primeros cuatro números de la Revista Literaria Prosofagia, nacida tímidamente con la inclusión de las entrevistas que algunos de nosotros, también modestamente, iniciamos para el nuevo apartado de entrevistas del foro
Prosófagos.

El número 1, pues, está compuesto por cinco interesantes charlas que sostuvimos con escritores consagrados: Alberto Vázquez-Figueroa, Rosa Montero, Arlette Geneve, Montserrat Rico Góngora y el maestro, escritor y pintor, el entrañable Julio Maruri.

Recuerdo el debate en aquellos días de si se debía hacer una revista únicamente con entrevistas, o si se debía incluir otros temas, además de ellas. Pero una revista requiere mucho más que sólo buena voluntad. Es necesario tesón, disciplina, sentido común, y sobre todo, muchos deseos de hacerlo bien. De manera que Prosofagia 1, ocupó sus cincuenta páginas en relatar la visión del mundo literario de los escritores mencionados, a los que debo agradecer especialmente, por haber prestado su tiempo y su entereza para contestar preguntas que seguramente ya habían respondido infinidad de veces. Unas páginas diagramadas bellamente y con las exquisitas fotografías de Margarita


Y se inauguró la sección: «Cartas al Director», las primeras, y las que determinaron en cierta forma el futuro de la revista. Ah, pero para enterarse, tendrán que descargarla en PDF o como puedan, pues esas dos cartas, las de José María Lafuente y Julio Maruri, son la clave, y les garantizo que más importantes que la del famoso «Códice».

El número 2 estaría dedicado a los cuentos del foro Prosófagos, como se anunciaba en la contraportada del número anterior. Y entonces salió a relucir una antología de cuentos cuyos autores, protagonistas de nuestro querido foro, hicieron gala de su estilo:

Gabi, (Gabriel Martín, un músico metido en el teatro)
Nelo, (Manuel Pérez Recio; autor de varios libros, entre ellos su novela «Cuyabeno la sangre de la tierra» que ya va por su segunda edición),
D, (un intérprete de inglés a español y médico pediatra con la manía de escribir libros de vampiros)
Pepsi, (o Madame Karenina, luchadora por las causas de los animales, y por cualquiera que tenga alguna causa);
Ruín de los bosques, (Juan Manuel Alcedo, un escritor que nació el mismo día que vino al mundo);
Atreyu, (Bárbara Riera Obrador, a quien le apasionan los «bajitos»),
Forke, (Agustín Capeletto, quien tiene la fijación mental de que las comas se miden a ojo);
Esther, (nuestra querida correctora ad honores del foro, amén de otras muchas cosas más),
Elisabet, (Montse de Paz, autora de «Estirpe salvaje» ¿quién no ha visitado su blog Andanzas de una Escritora en busca de Editorial?)
Sierra, (el shostakoviano celinezco estudiante de violín nacido en un país hoy desaparecido)
Felixón, (Félix Jaime Cortés, un aparejador metido a escritor o viceversa, que tiene predilección por los tarros con clavos);
Loboherido, (Edgardo Benítez, un salvadoreño que escribe por no llorar),
Randal, (Mariano Mandil, quien vive rodeado de vampiros energéticos)
Y su servidora, (una escritora que pronto pirateará sus propios libros para que piensen que tiene éxito)

El próximo número anunciado con luces de neón: Entrevistas + Artículos.

Y dicho y hecho, el número 3 salió con todo lo que algunos afanosos deseaban que se publicara en el primero. Así que deseos cumplidos.

Y la editorial rezaba:
Así, y habiendo llegado al tercer número, comenzamos a diversificar la estructura de la Revista, incorporando a un tema central —entrevistas, en este caso— artículos de distinta índole que apuntan a crear nuevos espacios de trabajo...

Empezaron a llover las cartas al director. Cómo no. Algunas ni se entendían. Pero no era para menos, leí una que hablaba de que un día los árboles ya no daban manzanas sino teléfonos móviles. ¿A quién más que a nuestra querida Ñam podría ocurrírsele semejante infundio? ¡Qué agradable debe ser recibir ese tipo de cartas!

Pero también hubo noticias relativas a los participantes del foro, en las que los autores daban a conocer sus proyectos o trabajos realizados: Darthz (Julián Sancha Vázquez); Boris Rudeiko (Manuel Navarro Seva), JuanManué (Juan Manuel); Nelo (Manuel Pérez Recio) Luis Bermer, Malube (Marta Querol Benèch) Ñam, Elisabet (Montse de Paz); Laren (Teo Palacios, y se tuvo que llamar al carpintero para la ampliación de la Biblioteca de Prosófagos.

Los artículos:

La voz y la letra, por Montse de Paz. Un artículo que no pueden perderse, donde Montse hace gala de su dominio de las letras y de las ideas, y nos convence totalmente de que A veces, una palabra vale más que mil imágenes.

Experiencias de un escritor novel, por Teo Palacios. Nuestro querido y conocido Teo, el del blog Fantástica Literatura, nos explica y llega a persuadirnos de que podemos llegar a ser como Tolkien, ¡bravo, Teo! De veras que me gustó la sensación de optimismo que me inyectó tu artículo.

¿Quién dijo punto decimal? Por DNAZ Franco. Y Aquí voy a hacer un aparte. D, o DNAZ, tiene una fijación con el asunto de los teclados. No conforme con contar historias de vampiros a sus pacientes en pediatría, cada vez que un novato entra al foro, D se hace presente con una de sus bienvenidas características:
La combinación ALT + 0151 = — porque en español es menester escribir los parlamentos, los incisos explicativos y los componentes de listados con la raya larga. En pocas palabras: odia el guión pequeño. Hasta ahora me maravilla la enorme fuerza de voluntad de los incipientes prosófagos. ¡Muchos de los nuevos se quedan!

Esta vez los entrevistados fueron:

Guillermo Martínez, ganador del Premio Planeta 2003, su más reciente novela: La lenta muerte de Luciana B. Un éxito de librería que lo catapultó a la vidriera internacional.

Ricardo Coler, autor de El reino de las mujeres, Ser una diosa, y Eterna juventud, publicada en 2008.

y José Manuel García Marín, autor de Azafrán y La escalera del agua. Ambas novelas traducidas a varios idiomas, y convertidas ya en Best Sellers.

Sin duda, unos pesos pesados. ¡Y las entrevistas cada vez más interesantes!, (que una también aprende)

¡Y arribamos al número 4! El menú es tan variado, que sólo pondré la carta:

El caboso en el Charco, Ñam
Lectores e ilusionistas, Esther y Plásido
La escribida en el siglo XXI, DNAZ Franco
La voz interior, Federico Axat y Elisabet
Cómo presentar una obra a un agente o editor I, Teo Palacios
Foros literarios, una experiencia positiva, Boris Rudeiko
Cómo presentar una obra a un agente o editor II, Teo Palacios
El camino, Manuel Pérez Recio
Descubriendo el poder de la palabra, charla entre Montserrat Rico Góngora y Elisabet
Una visión del mundo editorial, Blanca Miosi

Esta vez las cartas al director fueron artículos especiales. La de Raquel Roberti es imperdible —me parece que se excedió de las dichosas 150 palabras—, pero valió la pena. Y la de Javier Rivas, de Escritores en Red, llena de optimismo en la que se intuye deseos de colaborar difundiendo la revista, uno de los aspectos más importantes para que una publicación tenga éxito.

En este número se incluyó un Índice de Imágenes, con las colaboraciones de gran calidad de: Coloso, Plásido, ray12 (NATTs), Boris Rudeiko y Pepsi.

Y, como siempre, se anunciaba en la contraportada lo que traería el número 5:

Proyectos literarios en la Red + Artículos

Antes de que se me olvide, quiero dejar constancia de los responsables de que las cosas hayan salido tan bien:

Dirección: Elisabet
Equipo de redacción: Boris Rudeiko, Elisabet, Esther, Pepsi
Diseño e imagen: Pepsi
Publicidad y comunicación: Esther

A todos ellos: ¡Felicitaciones y muchas gracias!

Espero que los que tuvieron la paciencia de leer esta extensa entrada descarguen las revistas, las lean, y divulguen su existencia. Lo que no se conoce perece en el olvido. Ahora me retiro, volveré a leerlas, pero esta vez las podré tocar y hasta oler, pues ayer el cartero llamó a mi puerta.

B. Miosi

jueves, 19 de noviembre de 2009

Un regalo maravilloso de Sergio Astorga:

Sergio Astorga del blog Antojos me ha obsequiado una pintura maravillosa. Y como suele hacer, acompaña su pincel de su pluma, con un poema que significa mucho para mí. La cabecera de este blog luce con orgullo su precioso dibujo. ¡Gracias, Sergio!

Para Blanca Miosi:

En algún árbol se encuentra la tibieza,
las flores rompen sus capullos
y el estanque, agua día, gotea.

Nada vuelve y permanece.

Los rostros se vacían en el gesto
y la nube de palabras crece y cae
como de lluvia en ausencia.

Viracocha se incendia sin quemarse.

La piedra imagina su erosión a la sombra del puente
y el mundo es una blanca mirada.

Se desvanece el olor colgante.

La casa respira al viento,
la semilla madura al sol
y el verde mece con tacto la hoja.

La perpetuidad en la montaña duerme.

Sergio Astorga
Tinta/plumín 20 x 30 cm.
18/11/2009

lunes, 9 de noviembre de 2009

Oscar Wilde, humano, antes que escritor

Oscar Fingal O’Flahertie Willes Wide, nació a mediados del siglo XIX. Fue el máximo representante de la tendencia esteticista inglesa, que en esencia consiste en el culto a la belleza. La revolución industrial llevó a Inglaterra a la par que la civilización mecánica, a una existencia miserable. ¿Por qué digo esto? Porque debido a ella en el espacio de cincuenta años el pueblo inglés se vio reducido a un trabajo esclavizante al tiempo que la clase burguesa, práctica y utilitaria, ávida de dinero y de poder político, se elevaba: Nuevos ricos que aún no tenían el gusto formado, se mandaban fabricar obras de arte y objetos carentes de belleza. Aparecieron entonces jóvenes que frente a la fealdad reinante, se refugiaron en el culto a la belleza, llegando a odiar incluso a su propio país y a su propia época.

A esta corriente perteneció Oscar Wilde. Desde muy joven sintió afición por las extravagancias, aunque su madre parece ser la iniciadora de sus gustos infantiles, pues acostumbraba vestirlo de niña durante su niñez, aceptando un comportamiento acorde a su vestimenta, claro. Tal vez haya sido el inicio de su homosexualidad, la que se manifestó a lo largo de su vida y que lo llevó a prisión y trabajos forzados por un período de dos años, demandado por el padre del joven lord Alfred Douglas, de 21 años. Wilde contaba entonces 38. Acabó destrozado moral y físicamente, su domicilio fue saqueado, se perdieron sus manuscritos, sus obras se retiraron de los carteles, se prohibió la venta de sus libros y terminó su brillante carrera literaria.

Me estoy refiriendo a la vida privada de Oscar Wilde porque está íntimamente ligada a su obra como escritor. En su obra hace referencia constante al hedonismo, el cual formaba parte intrínseca de su vida, y al culto a la belleza. Su primer libro fue publicado cuando tenía 27 años: Poemas de Oscar Wilde. Sin embargo, un tema que se repite en sus obras es la paradoja, así como la extrema ironía. Y después de haber leído su biografía no puedo dejar de reconocer que también su inteligencia formaba parte del triángulo que lo llevó a la fama como rompedor de moldes de su época. Ganó premios y becas de estudio, recorrió los Estados Unidos dictando conferencias acerca del esteticismo que tan bien representaba con sus modelos originales, y su desmesurada extravagancia.

Wilde consideraba que solo el placer merecía que se le consagrase una teoría, y que la vida de los sentidos estaba indisolublemente ligada a la de la inteligencia. Afirmaba que «nada puede curar el alma más que los sentidos, como nada podría curar los sentidos mejor que el alma», tal como pone en boca de Lord Henry en su famosa novela El retrato de Dorian Gray.

Otra de sus frases célebres: «En literatura no existirán libros morales o inmorales, sino simplemente libros bien o mal escritos»

Acabo de leer la única novela que escribió: El retrato de Dorian Gray. Y estoy completamente de acuerdo. Es una obra donde se refleja la maldad y la perversión, uno se puede imaginar a partir de un lenguaje estéticamente bello e imágenes diáfanas y bien logradas, cada acción llevada a cabo por Dorian Gray, y sin embargo no hay una sola línea, ni una sola palabra que transgreda lo que en aquella época se cuidaba con hipócrita esmero: la moral. Me asombra enterarme que el libro causó enorme revuelo por los conceptos que irónicamente supo exponer de manera brillante. No existe sexo explícito, no hay referencia a alguna caricia más allá de un beso juvenil del bello Dorian a la jovencita Sibila, en una relación de amor platónico que la lleva a al suicidio. El libro está impregnado de frases brillantes y de momentos diabólicamente bien camuflados. También he notado su misoginismo en casi toda su obra, por ejemplo, en esta parte, cuando Lord Henry, una especie de Mefistófeles, dice:

—No se volverá a casar nunca, Lady Narborough —interrumpió Lord Henry—. Ha sido usted demasiado feliz antes. Cuando una mujer se vuelve a casar es porque detestaba a su primer marido. Cuando un hombre se vuelve a casar es porque adoraba a su primera esposa. Las mujeres prueban suerte. Los hombres arriesgan la suya.

Y su particular modo de ver la belleza femenina, y la fina ironía con la que sabía envolver sus diálogos:

—¿Es bonita?
—Se comporta como si lo fuese. Muchas americanas lo hacen así. Es el secreto de su encanto.
—¿Por qué esas americanas no se quedan en su país? Nos están diciendo siempre que aquello es el paraíso de las mujeres.
—Y lo es. Esa es la razón por la cual, como Eva, tienen tan enorme impaciencia por salir de él.

Oscar Wilde murió a la edad de 48 años en París, donde vivió el resto de sus días execrado por la mayoría de los literatos ingleses de su época, bajo el nombre de Sebastián Melmoth. Hoy sus restos reposan en la Abadía de Westminster, al lado de los de William Shakespeare, Isaac Newton y Charles Darwin. Este último también atacado duramente por su famosa teoría de la evolución planteada en su libro El origen de las especies.

Algunas de sus frases famosas:

Experiencia es el nombre que cada uno da a sus propios errores.

¿Qué es un cínico? Una persona que conoce el precio de todo y el valor de nada.

Su obra teatral de más éxito: La importancia de llamarse Ernesto.

Cuentos: El crimen de lord Arthur Saville, El modelo millonario, El fantasma de Canterville, La esfinge sin secreto, El retrato de mister W. H., El príncipe feliz, El amigo fiel, El gigante egoísta, El famoso cohete, El ruiseñor y la rosa, El joven rey, El cumpleaños de la infanta, el pescador y su alma, el niño astro.

Cuentos apócrifos: La piel de naranja, Old Bishop’s, Ego te Absolvo. (Aparecieron en una revista americana con el nombre de Wilde después de su muerte, y no se ha encontrado bibliografía alguna)

B. Miosi

sábado, 7 de noviembre de 2009

Una charla con Cristina Puig


Esta vez he sido yo la entrevistada, y por una querida amiga que conocí a través de los blogs y de una persona a la que estimo mucho: Joana Pol, actualmente editora de Mallorca Fantástica.


Los invito a pasar por el blog de Cristina: La Reina Oscura Meila

Y podrán conocer un poquito de lo que hago. Les prometo que no es muy largo, y como siempre digo, cada entrevista es diferente de cualquier otra que me hayan hecho antes.


Desde aquí doy las gracias a Cristina Puig, autora de varias novelas y cuentos, pintora, y toda una artista, además: hermosa.


Un beso a todos!


Blanca

martes, 3 de noviembre de 2009

Entre dos aguas, Blanca Miosi


De chica, cuando pasaba temporadas en San Pedro de Mala en casa de mi padre, debía comportarme como una japonesa, y eso incluía: comer, vestir, actuar, estudiar y hasta sentir diferente. Trataba de imitar a mis hermanas, hijas de su primer matrimonio. A los japoneses no les gusta demostrar sus sentimientos, esconden tras una sonrisa algunas veces sardónica, la frustración o la tristeza; para ellos es mal visto llorar o demostrar debilidad ante los demás. Tal vez ahora sea diferente, pero en aquel tiempo yo lo percibía así.


Recuerdo que cuando tenía cinco años, en cierta ocasión me hice un corte en un dedo con una hojilla de rasurar, y una de mis hermanas mayores me dijo: «¡Ah... no lloras!... Eres valiente». Creo que fue el único cumplido que recibí de ella. Tampoco se nos permitía hacer alarde de nuestro conocimiento o de nuestros bienes, así como de nuestras carencias.


En la escuela, los japoneses siempre ocupaban los primeros lugares; el único punto que no importaba que cumpliera a cabalidad, porque yo, por mis rasgos, era considerada por ellos como peruana. El problema se presentaba cuando estudiaba en Lima, allí, por la misma causa, era considerada japonesa, y debía esforzarme siempre por ser una magnífica alumna.


De mi abuela, lo que más recuerdo es que le gustaba abrir la puerta de nuestro dormitorio y preguntar en japonés: ¿Nan shoto, bacatare?, que es como fonéticamente lo evoco. Quiere decir: ¿Qué hacen, malcriadas?, o algo por el estilo. Kioko y yo, sabíamos cuándo ella se acercaba, por su forma peculiar de arrastrar las sayonaras, y solo esperábamos el momento para desternillarnos de risa. Kioko era pequeña, de rostro redondo y rosado, y tenía el cabello cortado como si le hubiesen puesto como molde un tazón en la cabeza. Yo, en cambio, tenía largas trenzas, por ese motivo, los japoneses me decían chola. Lo extraño de esto, es que cuando vivía con mamá, me decían china, aunque fuese japonesa, pero a nadie parecía importarle. Nunca encontré mi lugar apropiado. Aún hoy, vivo en un país que no es el mío, y a veces siento que estoy en el lugar equivocado.


Pero volviendo al pequeño pueblo llamado San Pedro de Mala, que es donde vivía papá, y donde todo tenía ese nombre, nunca olvidaré las tardes en las que junto a Kioko correteaba por los muros de barro seco, ni cuando íbamos al mar y recogíamos gran cantidad de muy-muyes, unos cangrejos en miniatura que llevábamos a casa, con los que la abuela hacía sus extraños preparados culinarios. Fue en Mala, a los nueve años, cuando tomé gusto por la lectura. Un día, hurgando debajo de la cama de papá, encontré un fabuloso tesoro: una caja llena de libros. Había desde novelas de vaqueros, hasta magníficas novelas de Alejandro Dumás, Julio Verne, Emilio Salgari, Edgar Allan Poe, Agatha Christie. Yo siempre vi a papá leer después de almuerzo echado en su cama, lo que no sabía era de dónde sacaba los libros. A partir de ese día, no me importó más el dilema de saber si estaba o no en el lugar correcto.


Me enfrasqué tanto en la lectura que ni siquiera Kioko lograba alejarme de los libros. Recuerdo ahora, que gané el concurso de narración en el colegio: escribí el trabajo de mi hermana, y también el mío. Ella ganó el primer lugar, y yo el segundo. Hace ya muchos años perdí el contacto con Kioko, sé que está viviendo en alguna ciudad de Japón. De aquella familia y de aquel pueblo, sólo ella queda en mis recuerdos como un cálido soplo en el corazón, la única que compartía mis secretos y, a la que creo yo, enseñé también a vivir entre dos aguas. De mí, ella aprendió a llorar, y de ella, yo aprendí a permanecer imperturbable.


B. Miosi

viernes, 30 de octubre de 2009

Un regalo:

INTRÉPIDO VIENTO CONSOLADOR

Le pregunté al aire, si me oía sollozar, cómplice delator, auguró que sí,
valiente cobarde que disimula, ¡que nadie goce un sufrir!
¡Hay suspiros que os guardo cual tesoro!
Como un loco, y me muero sin vivir, pero no concibo que otras almas,
disfruten mi penar y vivir. Orgullo inmenso, desquiciado,
y que altiva me sostiene en pie, aunque siento mi corazón raspado,
gime, ciento una vez. Intrépida alzo mi cabeza,
¡no me amedrentarás! Aunque no distinga lo que me ciega,
¿quieres por presa mi voluntad? A golpes de lengua me moldearon,
mancillaron mi espíritu sin más, lo que perdí… no lo doy por malo,
y resisto, ¡más! ¡Más! De nuevo resurgida, fulgurante,
canto risueña sin tropezar. Mi madurez,
me hace ¡gloriosa! La experiencia…, recapacitar,
Intrépido viento que consuelas, a mi alma en agónica voz,
y con tus embates me meces en la penumbra,
aunque de frío me hieles, corazón.


Dedicado a Blanca con mucho cariño de Arlette Geneve


Arlette es escritora, ha publicado cinco novelas: Embrujo seductor, La última cita, Mil y una noches de amor, Waterfallcastle y Las espinas del amor. En enero 2010, saldrá El carcelero de Isbiliya, novela que quedó finalista en el Premio Planeta 2008.


¡Gracias, amiga!

sábado, 17 de octubre de 2009

PARAÍSO, B. Miosi

Sentado frente a la ventana, Pedro divisaba con insistencia enfermiza el horizonte. Un camino que se perdía tras las colinas por el que rara vez pasaba un vehículo. El único que llegaba de vez en cuando al pueblo era el que recogía la cosecha de boniato. Los habitantes lo llamaban caserío: el Caserío del Río. Un nombre inventado por Dios sabe quién. Lo cierto era que el río quedaba bastante lejos, y el agua la traían desde allá por una acequia que cruzaba por el centro de las cuatro casas sirviendo de agua y desagüe al mismo tiempo, y cada cual se las apañaba como mejor pudiera para su uso.


Se puso de pie y dejó la ventana, sería otro día más en el que ella no regresaría. Caminó tirando de su vieja mula con pasos lentos y la cabeza gacha. Tantos años siguiendo la misma rutina que los demás ya ni caso le hacían. Había pasado a formar parte del caserío como la acequia o las cochineras. Casi arrastrando los pies se adentró en el bosque, pensando en el tiempo transcurrido. Ella le dijo que volvería y aún no lo había hecho, ¿por qué prometería algo así?, ya ni recordaba bien su rostro. Sólo sensaciones. La suavidad de su piel trigueña, el olor de sus cabellos que se agitaban al viento como el velo de una novia, las florecillas alrededor de su frente; el sonido de las panderetas. Y sus palabras... «Algún día estaremos juntos, mi cielo, debo ir a arreglar unos asuntos, y cuando deje todo en orden regresaré, mi vida.» Y se había ido con el resto de las muchachas que formaban el sainete que pasó por allí hacía tantos años, cuando el caserío tenía quince casas y parecía que seguiría creciendo, pero que después de la malaria se redujo a como era ahora, casi un pueblo fantasma.


Tropezó con una piedra y el trastabillón le hizo llorar. No por el dolor causado en uno de los dedos de sus pies descalzos, ni por la astilla que se clavó en su otro pie. Lloró porque entendía que era un inútil, una piltrafa, un bueno para nada. Porque sospechaba que durante toda su vida se había aferrado a una esperanza ilusa, y que los demás, que no eran mejores que él, lo miraban compasivamente. Incluyendo a su mula, que a través de su vieja mirada de pestañas blancas parecía cómplice de su tristeza. Lloró por estar en ese caserío inmundo, donde todo tenía olor a cloaca y de donde nunca decidió apartarse por esperarla. Pero él sabía que fue un pretexto para no hacer nada, y que había desperdiciado su vida, y que siempre culpó a una mujer que ni se acordaría de su existencia. Ya no tenía memoria de la última vez que fue tratado amablemente. Sólo ella, que lo llevó detrás de las tiendas y le acarició el rostro. Sólo ella, que con un beso en la boca selló su amor y él pensó que ya no había nada mejor que aquello, hasta que la vio quitarse la blusa y ofrecerle su cuerpo.


Se dobló por la fuerte punzada en el pecho, mientras las lágrimas buscaban camino por su rostro curtido de otear el horizonte. Siempre supo la verdad, pero se aferró a su mentira. Agachado, no reparó en una sombra lejana que por momentos cubría la luz del sol que se colaba entre los árboles. Estaba concentrado en acomodar el nudo que últimamente había hecho correr tantas veces, pues en ello le iba la vida. Se limpió la humedad de sus ojos de un manotazo, y con la dificultad que acarreaban sus años, logró lanzar la cuerda y pasarla al otro lado de la rama generosa del árbol que tantas veces acariciara, como ella lo hiciera el lejano día en que por primera vez escuchó los gemidos que quedaron grabados en su alma. Un árbol fuerte, que parecía darle la bienvenida con sus brazos abiertos. Puso la cuerda alrededor de su cuello y azotó con el látigo a la vieja mula que por primera vez se comportó a la altura, pegando un fuerte salto para lanzarse a la carrera, con tan mala suerte que el cuerpo colgado del árbol se lo impidió.


La figura que se acercaba lentamente, titubeante, indecisa, como cuando no se sabe qué hacer ni qué decir en un momento crucial, corrió los últimos metros al percatarse que lo que sus ojos cansados no habían sabido apreciar, era un hombre colgado de un árbol. Haló a la mula que, terca, no quiso moverse ni un centímetro hacia atrás. Se arrodilló, desesperada alzó la vista y gritó: «Pedrito, he vuelto, lo hice por ti». Pedro clavó su mirada en ella con la sombra de la muerte velándole los ojos.

Reconoció en la anciana a la gitana de los besos de fuego, y supo que finalmente había tomado la decisión correcta, sonrió satisfecho, había llegado al paraíso.

B. Miosi

lunes, 12 de octubre de 2009

Hace dos años...


Hace dos años, cuando aún no había publicado mi primera novela, no sabía a lo que me enfrentaba. Hasta ese momento mi única preocupación consistía en escribir. Había empezado ocho años atrás sin intenciones de publicar, como pienso que lo debe hacer la mayoría de aficionados. Mi novela El pacto fue una coedición regalo de mi esposo, pues según él la novela le había encantado, y al ver un anuncio en una revista: «¿Quiere publicar su manuscrito?» Pensó que sería buena idea ver mi novela en forma de libro.

Después de aquella experiencia y de varias novelas escritas, empecé a averiguar, y comprendí que para ser considerada una escritora debía pasar por la criba de una editorial regular, de aquellas que no cobran por editar. Consulté el directorio telefónico y me fijé en la Editorial Alfaguara; quedaba cerca de mi lugar de trabajo y más por ese motivo que por cualquier otro les llevé mi segunda novela: «La búsqueda».

Casi un mes después llamé por teléfono y la Directora de Publicaciones para Adultos dijo que deseaba hablar conmigo. Fui a la hora acordada con toda la ilusión del mundo, y en efecto, me atendió con gentileza, fue tan amable, que me dijo que mi novela les había interesado, pero que necesitaba que le hiciera algunos arreglos:

«Blanca, la historia es muy interesante, y voy a hacer algo que no se acostumbra: te entrego la carta de los evaluadores (que fueron dos); sé que es un poco contradictoria, pero léela y toma en cuenta sus indicaciones, pues valen la pena».

¿Y cuáles fueron aquellas sugerencias?

Básicamente la carta decía que la novela era interesante desde el principio hasta el final, pero que la autora (o sea yo), carecía del conocimiento de la lengua castellana. Que parecía que la novela hubiera sido escrita por una persona cuya lengua materna no era el español, que abusaba de la falta de sintaxis, y que algunas ideas carecían de concordancia. La carta también se refería a que yo era una narradora omnisciente, que todo lo sabía, que todo lo explicaba, y que el libro estaba plagado de mis opiniones. Sin embargo, que si lograba corregir estos errores, ellos se inclinaban por aconsejar su publicación, porque la historia era original, convincente y comercial.

Como podrán suponer, yo me sentía entre el cielo y la tierra. De aquello hace ya cinco años.

Me propuse cultivarme. Debía aprender a escribir, a expresar exactamente lo que deseaba que el lector comprendiera, a dejar de explicar todo como si lo que yo escribiese estuviera dirigido a un público retrasado mental. Comprendí que existe una técnica, y que sin ella, tendría muy poca, por no decir ninguna posibilidad de publicar. Así, rescribí la novela tres veces. En la última adopté el modo de primera persona, porque me pareció que podría darle mayor contundencia al personaje principal.
Soy una persona que trabaja tiempo completo, la escritura para mí era y sigue siendo una pasión, pero al fin y al cabo un hobby. No vivo de ella y creo que estoy lejos de hacerlo, de manera que asistir a cursos literarios era para mí bastante dificultoso, además de oneroso.

Indagué en Internet y encontré esos sitios maravillosos llamados Foros Literarios. Recuerdo que llegué a Bibliotecas Virtuales y me di con la sorpresa de saber que había muchos otros que al igual que yo, estaban en el mismo camino y con las mismas inquietudes, aunque reconozco que mis conocimientos eran inferiores. Empecé a escribir cuentos, para poder participar y ser comentada por aquellos que más sabían, y fue así que aprendí a “leer”.

Ya he comentado en anteriores entradas que fue gracias a una persona que conocí en Bibliotecas Virtuales, que accedió a leer la última versión de mi manuscrito que logré aprender a escribir con cierta propiedad. Fue un año dedicado a la corrección de La búsqueda, un trabajo arduo en todo sentido, pero al mismo tiempo placentero, pues poco a poco veía que mi novela cobraba forma, empezaba a tener estilo, sus páginas se iban embelleciendo, al tiempo que yo iba creciendo como escritora.

Al finalizar, sabía mucho más acerca del mundo editorial. En Venezuela hay varias representantes de editoriales conocidas, como Ediciones B, Alfaguara, Norma, Planeta, pero el mercado es exiguo. Fue el motivo por el que decidí incursionar en el mercado español. No me arrepiento haberlo hecho, pues para cualquier escritor empezar en España es todo un reto.

Todo fue relativamente sencillo: Presenté la novela a Editorial Roca en abril de 2007 y en un lapso de quince días tenía respuesta afirmativa. Finalmente La búsqueda se publicó en enero de 2008.

Durante los años 2007 y 2008 corregí mi siguiente novela: El legado. Ya tenía las herramientas necesarias para hacerlo; había aprendido con La búsqueda, y sabía, además, que debía hacer un esfuerzo por superarla. No sé si lo logré, pero creo que el resultado fue bastante atractivo, pues conseguí que me representase una agencia literaria. Gracias a ella El legado está actualmente en librerías, editada por la Editorial Viceversa, y ambas novelas en camino a la Feria del Libro de Francfort, en busca de otras oportunidades. No quiero hacerme muchas expectativas, pues sé que la competencia es muy dura, y yo apenas estoy incursionando en el mundo editorial. Y como siempre digo: un paso a la vez, pero en la dirección correcta.

¿Por qué he dedicado esta entrada a mis inicios?

Desde que incursiono en Internet, y más ahora que llevo este blog, he conocido a personas maravillosas, que como yo, tienen deseos de publicar. Algunos ya lo han hecho; otros están en camino de hacerlo, pero también hay quienes encuentran más escollos, y a veces hasta percibo cierto desánimo en sus palabras. Para estos últimos va lo siguiente:

Publicar no es imposible. Solo hay que tomar en cuenta tres puntos:

Tener una historia original, esté o no en boga. Me refiero a que algunos escritores temen ser repetitivos porque están en el mercado muchos temas similares al que han escrito. Siempre se puede escribir desde otro punto de vista. Si yo hubiese pensado que ya se ha hablado demasiado de los campos de concentración nazis, jamás hubiese escrito La búsqueda. Se debe creer en lo que se escribe, y buscar la manera más original de hacerlo.

Escribir es un placer. Creo que es un error hacerlo pensando en publicar. Se debe entregar el alma en la obra que estemos haciendo, que cada línea, que cada diálogo, signifique para nosotros una parte de nuestra vida. El que no se emociona cuando escribe, no lo está haciendo a conciencia.

Y el punto más importante: Aprender la técnica. Sin ella no tenemos nada. Se puede escribir una novela de cuatrocientas páginas en cinco meses, pero para que sea digna de ser publicada, el proceso de corrección debe durar el tiempo necesario hasta que nos sintamos convencidos de que la obra esté lista.

Es el respeto que le debemos a las editoriales que arriesgarán su tiempo y dinero en apostar por nosotros, porque con la publicación no termina todo. A partir de allí empieza una etapa en la que entran en juego otros factores que escapan a nuestro esfuerzo. Como me dijo sabiamente mi querida amiga Maribel Romero: “Las obras comienzan a caminar en el mismo instante que pisan una librería, y encuentran su espacio y saben defenderse solas.”

Espero que mis libros contengan un poco de la sangre que corre por mis venas y sepan por alguno de mis ancestros algo de Jiu-Jiutso, para que puedan defenderse.

Y también que esta entrada haya servido de inspiración para los que deseen ir tras su sueño de publicar: es posible, y si yo lo hice, con mayor razón, ustedes también pueden.

B. Miosi

sábado, 3 de octubre de 2009

Antón Chéjov, maestro de los cuentos


Antón Pávlovich Chéjov nació en 1860 en Tangarog, una ciudad a orillas del mar de Azov, donde su padre tenía una tienda de ultramarinos. Su abuelo, que había sido un siervo que logró rescatar su libertad, se apellidaba Chej. A partir de allí el apellido primitivo de la familia se convirtió en Chéjov.

¿Por qué hablo hoy de Chéjov? En realidad tenía que hacerlo desde hace un tiempo.

Los consejos de grandes escritores siempre me remitían a Chéjov: «Lea a Chéjov», era la clave, y aunque yo había leído un par de sus cuentos en
Ciudad Seva, (donde pueden encontrar una veintena de sus cuentos) no lograba dilucidar en qué consistía la perfección de su arte.

Un buen día buscando algo qué leer, me topé con un pequeño libro; pertenecía a una colección de grandes cuentistas, editada por Salvat. Fue una agradable sorpresa conseguir de esa manera los cuentos extraordinarios de Poe, de Bécker y por supuesto, de Chéjov.

Tras un prólogo interesantísimo por medio del cual me enteré un poco acerca de su peculiar vida, leí sus cuentos, no todos, pero creo que los más característicos de su pluma:

La sala número seis, Vecinos, Un asesinato, Ladrones, Cirugía, Kashtanka, La boticaria, Una corista, Zinochka, el camaleón, entre otros. Me perdonan si no pongo los enlaces, pero extraje los títulos del libro, publicado en 1970. Una verdadera delicia.

Se dice de sus cuentos que son pequeñas estampas magistrales de las clases medias y bajas. Y tienen razón lo que así lo afirman. Chéjov fue un maestro de la brevedad: el arte de decir muchas cosas con pocas palabras. Y eso aunque entonces le pagaban por línea —hablo de la época en la que él tenía veintidós años, en 1882— ocho kópeks que luego subieron a doce. Para él la concreción del relato era tan indispensable como la sencillez del estilo: exacto y breve. Empezó a escribir sus relatos a los diecinueve años cuando llegó a Moscú y se matriculó en la Facultad de Medicina; un género poco aceptado en la actualidad entre las editoriales españolas y que sin embargo grandes autores como Kafka, Gustavo Adolfo Bécker, Isaac Bashevis Singer, Hemingway, Raymond Carver, Stephen King, por mencionar unos pocos, llevaron adelante con indiscutible talento.

Volviendo a Chejov, en gran medida a él se debe el relato moderno en el que el efecto depende más del estado de ánimo y del simbolismo que del argumento. Sus narraciones, más que tener un clímax y una resolución, son una disposición temática de impresiones e ideas. Por medio de temas de la vida cotidiana, retrató los caracteres de la vida rusa anterior a la revolución de 1905: las vidas inútiles, tediosas, solitarias y decadentes.

Uno de los cuentos que más me impresionó fue La sala número seis, en realidad una novela corta, pues consta de cincuenta y dos páginas.
El argumento es sencillo: En una pequeña ciudad apartada del resto del mundo hay un hospital al frente del cual se encuentra el doctor Andrei Efímich. En él los enfermos están abandonados, reina la suciedad y la gente desaprensiva hace su agosto. El director Efímich que al principio había tratado de cambiar las cosas, no tardó en convencerse de la inutilidad de sus esfuerzos. Al chocar con la indiferencia general llegó a la conclusión de que la existencia de semejante hospital era una inmoralidad que él no podía corregir. Se recluyó en sí mismo, en su despacho, en sus libros de historia y filosofía y en la cerveza y el vodka. Y sus frecuentes visitas a la sala número seis. Se hizo tan amigo de un loco que la conversación con él se convirtió cada vez en una necesidad más imperiosa, pues era el único con quien podía tratar de materias elevadas en aquel hospital. Estas visitas lo hacen sospechoso. Su suplente, un individuo sin escrúpulos que ambiciona reemplazarle en la dirección del hospital hace correr la voz de que Andrei Efímich está loco y lo encierra en la sala número seis.

El cuento, que es toda una filosofía de vida, está narrado de manera descarnada con el estilo simple y llano pero impecable de Chéjov. ¿Cómo terminó el director del hospital siendo uno más de los pacientes? Es un pasaje realmente digno de leerse:

“Andrei Efímich lo comprendió todo; sin decir una palabra se trasladó al camastro que Nikita le indicaba y se sentó en él. Al ver que el guardián seguía ante él esperándolo, se desnudó por completo y le invadió una sensación de vergüenza. Luego se puso la ropa del hospital; los calzoncillos le estaban cortos, y la camisa, larga; la bata olía a pescado ahumado.
—Dios querrá que recobre la salud —repitió Nikita.

Recogió la ropa de Andrei Efímich, salió y cerró la puerta tras él.

«Es lo mismo... —pensó Andrei Efímich, envolviéndose avergonzado en la bata y advirtiendo que con su nueva indumentaria ofrecía el aspecto de un preso—. Es lo mismo... Da igual un frac que un uniforme o que esta bata...»

Pero ¿y el reloj? ¿Y el cuaderno de notas que guardaba en el bolsillo? ¿Y los cigarrillos? ¿Qué había hecho Nikita con la ropa? Ahora, probablemente no volvería a ponerse un pantalón, un chaleco ni unas botas. Todo esto le parecía tan extraño y hasta incomprensible en un primer momento. Andrei Efímich seguía convencido de que entre la casa de la Vielova y la sala número seis no había diferencia alguna, que en este mundo todo era un absurdo, vanidad de vanidades; pero las manos le temblaban, los pies se le quedaban fríos y le producía horror pensar que Iván Dmitrich se levantaría pronto y le vería con semejante bata. Se puso en pie, dio unas vueltas y se sentó de nuevo.

Así estuvo media hora, una hora. Aquello le cansaba hasta producirle una sensación de angustia. ¿Sería posible pasar allí un día, una semana, incluso años, como aquella gente? Siguió sentado, se levantó de nuevo para dar un paseo y volvió a sentarse. Podía acercarse a la ventana y reemprender sus paseos de un rincón a otro. ¿Y después? ¿Seguir allí eternamente, como una estatua, y pensar? No. Apenas sería posible.

Andrei Efímich se tendió en la cama, pero inmediatamente se puso en pie, se limpió con la manga el sudor frío de la frente y notó que toda la cara le olía a pescado ahumado. De nuevo volvió a sus paseos.
—Aquí hay un malentendido... —articuló, abriendo perplejo los brazos—. Hay que poner en claro las cosas, se trata de una confusión...”

Pero no les voy a revelar el final, lo puse como un abrebocas, para los que se interesan en la narrativa corta. Tal vez por medio de la utilísima Internet puedan conseguir ésta y otras de sus obras.

Chéjov murió a los cuarenta y cuatro años, el 2 de julio de 1904 en el balneario alemán de Banderweiler, adonde había llegado en un intento de combatir la tuberculosis, en aquella época una enfermedad incurable, que minaba su organismo desde mucho tiempo atrás.

B. Miosi

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Y para terminar con el asunto...

Un autor que ha escrito cerca de setenta novelas y no por ello se le ha subido el humo a la cabeza, me enseñó a ser humilde. Y creo que es lo que necesitamos todos los que empezamos este duro camino que es escribir. En una entrevista que le hizo Antonio G. Iturbe hace ya algún tiempo, Alberto Vázquez Figueroa respondió a esta pregunta:

¿Y tú qué tal te llevas con los intelectuales? ¿O no te llevas?


Había un crítico que era el Papa Upa de las críticas, que se llamaba Leopoldo Azancot. Una vez vi un libro de él y lo compré. Empiezo a leerlo y en la página diecisiete dice: "Y en el silencio de la noche del pueblo del desierto, tan solo se escuchaba el resonar de los cascos de los camellos sobre el empedrado de la calle". Un momento. En primer lugar, ¿una calle del desierto empedrada?, la arena en dos minutos la habrá cubierto, pero bueno. Y segundo y principal, "los cascos de los camellos"... ¡Este tío no ha visto un camello en su vida! Ni siquiera se ha molestado en ir al zoológico a ver que los camellos tienen unas patas blandas y almohadilladas para no hundirse en la arena. "Los cascos de los camellos"... ¡tócate los cojones! Sigo adelante y dice: "En el fondo de una de las cestas que el camello llevaba a cada lado estaba escondida Fátima la cautiva". Joder, Fátima la cautiva debía de ser de ochenta centímetros, porque un camello lo máximo que puede llevar, yendo muy jodido, son treinta o cuarenta kilos a cada lado. ¡Me cago en la madre que lo parió! ¿Qué era, una mezcla de camello y elefante? Así que pensé, mira, el mejor crítico de España que se vaya muy lejos a escribir novelas y a criticar. Cuando tienes mi edad hay un momento en que llegas a la conclusión de que lo mejor es pasar de todo. Tú sabes quién eres. Yo soy así, que te gusta, pues bien. Que no te gusta, pues me da igual.

Creo que todos los que en algún momento hemos tenido la gran oportunidad de publicar pasaremos por la criba de los críticos, pseudocríticos, y lectores comunes y silvestres, a todos ellos debemos estar agradecidos porque se tomaron el trabajo de leer y desmenuzar nuestra obra, y el resultado, nos guste o no tendremos que aceptarlo. A mí las críticas a mis manuscritos me han ayudado a crecer. Y por qué no, también la de los únicos dos libros que he publicado hasta ahora. Sin embargo, cuando leo algo como lo que está escrito arriba, no puedo menos que sonreír, pues tiene mucho de verdad.

Consecuencia de mis dos entradas anteriores he recibido algunas respuestas privadas, las cuales agradezco de todo corazón, los que han preferido mantenerse al margen, los comprendo perfectamente. Hay muchos que tienen el afán de publicar y no desean desde ya verse involucrados con las herramientas que más adelante les podrían servir de plataforma.

Para todos, vaya un abrazo y creo que mi próxima entrada se la dedicaré a Chejov.

B. Miosi


P.D. Acabo de recibir esta linda sorpresa. Aquí Por favor, no empiecen a decir que sólo me gustan las buenas críticas, ¡ me fascinan! pero también acepto las malas, no con la misma felicidad, por supuesto, pero las acepto. Espero que leyendo esto puedan conocerme un poco más como persona. ¡Gracias, Conchi!

viernes, 25 de septiembre de 2009

El legado y las críticas


Queridos amigos y visitantes a mi blog:

Muchos saben que en julio de este año salió publicada mi segunda novela, “El legado”, y algunos de ustedes la han leído y han tenido la gentileza de enviarme sus comentarios, que en su mayoría he publicado en el blog correspondiente a El legado, al que por cierto, la Editorial Viceversa visita con frecuencia. Si algo puedo decir de ellos es que están muy cercanos a sus autores, (y viceversa)

No sé si mi novela sea buena, buenísima, mediocre o mala. Tampoco sé si los comentarios fueron escritos de manera sesgada o divinamente complacientes por tratarse de que me conocen y desean ser amables conmigo, yo se los agradezco de todo corazón, porque se dieron a la tarea de buscar, comprar, leer y ¡comentar! ¿Qué más podría pedir una autora? Algunos hasta me han enviado fotos de los lugares donde la han conseguido, y de veras, son gestos que me emocionan, me llegan al alma.

También muchos de ustedes me han dedicado una entrada en sus blogs, cosa que agradezco, pues sinceramente no me lo esperaba.

Armando Rodera, nuestro querido bloggero de Aventuras y Desventuras de un Escritor Novel me acaba de hacer una entrevista en su blog, la misma que también tendrá cabida en la Revista Llegir en Cas d’incendi.

No es una entrevista más, es un viaje mágico que empieza en Praga y recorre los escenarios de El legado. ¡Gracias Armando! Los invito a acompañarnos: La Entrevista


Javi Pellicer ahora en la revista virtual y de papel I Like Magazine me hizo otra entrevista, con las preguntas que él sabe formular, que casi funden lo que me quedó de cerebro después de un buen tiempo de correcciones de mis novelas publicadas y de la próxima a salir. Y eso no es todo, el equipo creativo de la revista, para ser más exactos, Pino, me hizo una caricatura, y está genial. Ya les copiaré el enlace cuando salga, creo que será en estos días.

Y en Anika Entre Libros, Anika Lillo hizo una crítica de mi novela El legado, que está generando tanta polémica como si se tratase de El código Da Vinci. Bueno, confieso que exagero un poco. Los invito a pasar por allí y participar, por supuesto, a los que hayan leído mi novela; los que no, pueden regodearse con las extensísimas respuestas. El tema es muy jugoso, y yo misma estoy asombrada de la reacción de los lectores, que en cierta forma se sintieron ofendidos por las palabras vertidas en la crítica.


Mientras escribía este artículo he recibido un comentario de la entrada anterior en la que hacía referencia a Los críticos literarios, y me ha parecido que la persona, que es colaboradora de Anika Entre Libros está un poco confundida. Yo no inicié discusión alguna, ni le di más importancia de la que tiene a la crítica que me hizo Anika en esa entrada. Y en esta, ni siquiera me defiendo, ni digo que es una mala crítica. Simplemente les invito a observar o a participar. Como autora de El legado que es el libro en cuestión, mal podría yo ponerme a defender mi novela. Ni se me ocurre. Eso lo dejo a los lectores quienes tienen la última palabra.


Bueno, eso, quería dejarles algunas noticias referentes a mi novela, las ventas según la editorial van bastante bien, y ya en algunos sitios han tenido que reponer los libros. Espero que si sigue así saquen una segunda edición, pero no quiero adelantarme. ¡Primero se debe tener la certeza de vender la primera! Y la tirada fue regular. A mis lectores: decirles que El legado fue escrito con pasión, di todo lo mejor de mí, como siempre hago. Si les gusta o no, ustedes dirán.


¡Un abrazo a todas y todos!

Blanca Miosi

jueves, 24 de septiembre de 2009

¿Crítica literaria o egotismo?

Antes de empezar a escribir, poco sabía acerca del mundo que rodea la edición, publicación, corrección, crítica y reseña de libros. Lo mío era escribir y lo demás pertenecía a un mundo del que no sabía su existencia.

Hoy a ocho años del día en que por primera vez tomé un bolígrafo y escribí la primera línea de mi primera novela, he descubierto que tras la industria editorial existe un submundo que se alimenta de la publicación de libros, que a su vez nutre a los autores, a las editoriales y a los distribuidores, ayudándolos en sus campañas publicitarias y al mismo tiempo proporcionando un constante quehacer dentro del mundo literario a gran cantidad de personas afines al ambiente relacionado con los libros, muchos de ellos escritores en ciernes, que prestan sus servicios ad honores, a título de colaboradores.

¿Cuál es el aporte de los colaboradores? Hacer reseñas de los libros publicados en las páginas web que cada día inundan la red, para beneficio de sus propietarios. Dichas páginas sobreviven gracias al aporte gratuito de libros que las editoriales les envían, así como a la publicidad que hacen de las grandes cadenas de librerías, llámense Casa del Libro, El Corte Inglés o cualquier otro negocio relacionado con el ramo.

En apariencia todo funciona de manera bien engranada, pero en realidad ¿qué es exactamente lo que esas páginas creen que hacen? Les diré: Crítica Literaria.

¿Y qué es exactamente la Crítica Literaria?

La crítica literaria, tal como la comprenden los maestros, es un arte de los más bellos, tan alto y tan amplio, tan distinto de la fácil anotación de errores de forma, que para ejercerla se necesita poseer además de seguros conocimientos de variado orden, criterio tolerante y superior, sensibilidad capaz de apreciar en sus matices más leves, y en sus tonos más agudos y más sordos, las emociones sutiles y las ideas delicadas.
Nada tiene que hacer la crítica literaria con la gramática. Ésta es imprescindible para la buena organización social, pues el individuo de un país civilizado que no sabe hablar bien su idioma delata una carencia de cultura tan repugnante como la del patán enriquecido que a cada momento deja asomar su rustiquez indómita. La gramática es primero asunto de educación doméstica, y luego de enseñanza escolar.
Todavía con mucha gramática puede uno ser escritor inelegante, tosco y hasta chabacano, por radical defecto del gusto, es decir, porque no posee capacidad crítica. Se pueden escribir muchas majaderías y sandeces en excelente español. Porque todo buen literato, para serlo, tiene que ejercer de censor con sus propios escritos, el trabajo de composición lo forman dos funciones simultáneas: la de concepción y la de crítica. A medida que se van fraguando los períodos, el ánimo crítico los vigila, y va desechando lo inútil, lo impropio, lo redundante. Cuando falla la censura de la obra propia, sobrevienen los tradicionales cabeceos de Homero adormecido. Tal labor la realiza incesantemente todo el que escribe, así sea una carta de etiqueta.

Por José Semprúm 1882-1931, médico y crítico literario.

El pensamiento de este insigne crítico literario es muy respetable. Diría que hasta muy bien concebido. ¿Pero quién tiene el derecho de emitir una crítica de un trabajo escrito por otro? Y no estoy hablando de reseñas o comentarios, que a fin de cuentas tienen la finalidad de hacer un resumen de la obra y exponerla al público para que éste decida si vale la pena leerla o no, sea porque esté dentro de sus gustos literarios o porque necesita saber un poco más del libro que desea comprar.

Para ejercer de crítico y decidir si una obra está bien o mal escrita se requieren más conocimientos que ser un devorador de libros, y aunque se cumplieran con todos los requisitos señalados por José Semprúm no creo que alguno tuviese derecho de decidir si un libro es bueno o es malo. Eso lo resolverá el propio lector, de acuerdo a sus parámetros, sus conocimientos, sus íntimas necesidades y muchos otros factores que probablemente se escapan de mi percepción.

Pienso que las páginas dedicadas —quiero pensar que de buena fe—, a las reseñas de libros, deben quedarse en eso: en informar al público del contenido del libro, para que éste decida si lo lee o lo deja pasar.

Por otro lado, dudo mucho que en las innumerables páginas web dedicadas al tema, existan verdaderos críticos para emitir juicios y dictaminar como lo podría haber hecho un Roland Barthes, uno de los primeros en aplicar a la crítica literaria los conceptos consecuencia del psicoanálisis, la lingüística y el estructuralismo, o el famosísimo Edgar Allan Poe, uno de los mejores críticos literarios estadounidenses, además de escritor.

Tengo varios amigos a los que aprecio mucho, que son colaboradores de portales y revistas literarias, a ellos en especial va dirigida esta entrada, para que recuerden que una reseña es diferente de una crítica, y que cuando reciban en sus manos “un tostón” como llamamos coloquialmente al libro que nos cuesta leer, se limiten a hacer un recuento del contenido, sin caer en la tentación de emitir juicio.

En lo personal creo que si leo un libro cuya trama o contenido percibo como mal planteado, lo mejor es comunicarme con el autor de manera directa y discreta, antes que someterlo al escarnio público, para lo cual hay lugares específicos, como los foros literarios que en anteriores entradas he mencionado, adonde van los escritores con la finalidad de intercambiar ideas, aprender, o emitir comentarios, y el que participe en uno sabrá que allí todo es público. Y no estoy mencionando los blogs. No se puede comparar un foro literario con un blog. Este último es poco propicio para hacer correcciones, a no ser que el propio autor lo solicite.


Una de las razones por la que los buenos críticos literarios son más escasos que los buenos poetas o novelistas es la naturaleza de egoísmo humano. Un poeta o novelista ha de aprender a ser humilde ante el tema de su escritura, que es la vida en general. Pero el asunto del crítico, el tema ante el cual debe aprender a ser humilde, está compuesto de otros escritores, es decir, de individuos humanos, y esta clase de humildad es mucho más difícil de adquirir.

H.W. Auden
Poeta y crítico literario.

jueves, 17 de septiembre de 2009

EL MAYOR ROBO DE LA HISTORIA


Hoy recibí un correo de un amigo escritor: Alberto Vázquez-Figueroa. Como siempre, Alberto no permanece impávido ante la injusticia, y traigo aquí sus pensamientos de hombre preocupado, antes que de escritor:

Esperaba la salida del avión, hacía mucho calor, un chicuelo tenia sed y su madre, una pobre mujer de clase media baja, buscó con la vista las antiguas fuentes en las que se apretaba un botón y surgía un chorrito de agua, pero habían desaparecido del aeropuerto al igual que los botellones de los que se bebía con un vaso de papel.

Fue al baño y se tropezó con el amenazador cartel de “Agua no potable” y como el niño corría riesgo de deshidratarse a la buena mujer no le quedó mas remedio que meter un euro en una llamativa maquina expendedora adornada con la fotografía de una bella señorita, con el fin de que le proporcionara una botellita de menos de un cuarto de litro de “agua de manantial”.

Como el avión se retrasaba me entretuve en hacer un simple cálculo: aquella infeliz había pagado a cinco euros el litro de agua, cuando potabilizar o desalar mil litros hubiera costado como máximo un euro.

Es decir, había pagado cinco mil veces más caro algo a lo que tenia derecho por ley y sin opción a elegir si no quería que su pequeño enfermara.

Era como si una barra de pan le hubiera costado mil euros.

Y el gobierno lo consiente, al igual que lo consintieron los anteriores, fueran del color que fueran.

A diario nos quejamos del precio de la gasolina pero sin pretender defender a la aborrecidas empresas petroleras, debo admitir que se gastan fortunas en prospecciones, extraen crudo en lugares tan remotos como los polos, los desiertos, las selvas o el fondo de los océanos, lo transportan en enormes buques cisterna a miles de kilómetros de distancia, lo refinan y colocan la gasolina en el surtidor a un precio que ronda el euro por litro.

Y si supera ese precio ponemos el grito en el cielo pese a que la salud de nuestros hijos no dependa de ello.

No obstante, un empresario sin escrúpulos, soborna a un político o un funcionario, se apodera de un manantial que en buena ley pertenece a la nación, abre el grifo, llena cinco botellas de plástico -que además no se reciclan y si se reciclan se hace a cargo del estado- las envía con una camioneta a menos de cincuenta kilómetros de distancia, y cobra esa agua imprescindible para la vida, cinco veces más cara que la gasolina.

Se me antoja injusto escuchar a nadie lamentarse porque le cobren cinco veces menos por algo que nos llega de Alaska o Dubai, que por algo que llega del pueblo vecino. En España consumimos unos ciento cincuenta litros de agua embotellada por persona y año, es decir, casi seis mil millones de litros, con un negocio que ronda los veinte mil millones de euros.

En resumen, a cada ciudadano, hombre, mujer, niño o anciano nos están despojando de doscientos euros anuales por un agua que nos pertenece a todos.

Y lo más lacerante de semejante expolio estriba en el hecho de que la totalidad de los manantiales españoles no son capaces de producir ni tan siquiera las dos terceras partes de esos seis mil millones de litros.

El resto es en realidad agua de grifo disfrazada.

Nos la roban, la camuflan, hacen una llamativa campaña publicitaria asegurando que al beberla nos convertiremos en estrellas de cine y nos la revenden cinco mil veces más cara.

Y el gobierno lo consiente, al igual que lo consintieron los anteriores.

¿Hasta qué punto puede llegar su grado de corrupción o ineptitud cuando permiten que se quiten las fuentes de agua de los lugares públicos con el fin de favorecer a unas determinadas empresas?

Para la salud de aquel niño era más importante un vaso de agua que el hecho de que alguien estuviera fumando a veinte metros de distancia.

¿Y hasta qué punto llega la desidia del ciudadano cuando acepta que su esposa se desriñone cargando botellas desde el supermercado con el fin de que los beneficios de un puñado de canallas crezcan un veinte por ciento anual?

Nuestra ultima esperanza se centra en el hecho de que algún día aprendamos a sobrevivir bebiendo gasolina.

Nos resultara mucho más barato.

AVF

lunes, 14 de septiembre de 2009

El consejero


La casa en la colina parecía una silueta oscura sobre el fondo del cielo gris de invierno. Al verla de lejos no se apreciaba bien su arquitectura; de cerca parecía un laberinto, como si al construirla hubiesen ido cambiando constantemente de idea, agregando un nuevo cuarto, un desnivel con otra ventana, una chimenea o una escalera por fuera. Era tan complicada que a primera vista no se podía saber cuántos pisos tenía. Tres o cuatro, quizás cinco. Mas la buhardilla y el sótano. Porque un sótano en una casa así era inevitable.

Hacía casi un siglo había quedado deshabitada y estaba en tal estado de abandono que sólo servía para formar parte ineludible del paisaje de aquella comarca donde la lluvia y la bruma reinaban casi permanentemente. Las ventanas fuera de sus marcos colgaban y batían al viento, dando la sensación de que la casa estuviera viva. Los lugareños tenían la costumbre de inventar historias en torno a ella, y no habiendo diversión en las noches, se juntaban en la taberna para hablar de sus antiguos moradores. Pasar la noche en aquella casa se consideraba un acto de valentía y hubo una época en la que se hacían apuestas para ver quién se atrevía; una costumbre que abandonaron con el tiempo pues decían que al hospital psiquiátrico que se hallaba en las cercanías habían ido a parar varios que osaron pernoctar en ella.

Cuando el doctor Leight llegó al pueblo y en la taberna se enteraron que era un psiquiatra, supieron de inmediato que trabajaría en el manicomio Saint Thomas. —¿Dónde más podría trabajar un loquero?—, se preguntaban. Y el doctor Leight les dio la razón. Era el nuevo director. Alto y flaco, de mirada penetrante y cejas oscuras, solía vestir de corbata aún sin salir de casa y siempre llevaba guantes negros. Podría rondar la cincuentena por la agilidad de sus movimientos, pero su rostro surcado de arrugas hacía dudarlo.

Tres meses después de instalarse en el pueblo era cliente asiduo de la taberna los sábados, y la gente empezaba a tomarle confianza. Se enteraron de que había aceptado trabajar en el hospital exclusivamente con las personas que parecían afectadas por haber dormido en la casa abandonada, y entonces los del pueblo empezaron a saturarlo de historias. Y fue cuando empezó a dar consejos. La taberna se convirtió en una especie de consulta psiquiátrica, la gente contaba sus temores y él la escuchaba. Uno le confesó su sueño: deseaba conocer aquella casa por dentro, pero tenía miedo. El doctor Leight alzó un dedo de su enguantada mano de negro y puso especial énfasis en que para dejar los miedos había que enfrentarlos.

El hombre lo hizo sin dar aviso, no quería intrusos ni tampoco crear expectativa. La incursión la realizó de día, no por miedo a los fantasmas; se convenció de que deseaba ver con claridad. Se hablaba de que el peligro estaba por las noches.

Después de almuerzo caminó desde el pueblo a buen paso, más o menos dos millas hasta la casa abandonada, sólo al llegar a la colina empezó a sentir cansancio, la cuesta, más empinada de lo que aparentaba hacía difícil la subida. Se detuvo un par de veces para coger aire y prosiguió hasta llegar a la puerta principal. No tuvo necesidad de usar el pomo. La puerta no estaba cerrada, la empujó y sintió un chirrido acongojado, tal como se lo había imaginado. Lo primero que vio al entrar fue el piso cubierto por antiguas baldosas. Se podía apreciar su belleza a pesar del polvo y la suciedad de tantos años. Los pocos muebles parecían haber sido objeto de vandalismo, un sofá con la tapicería rota mostrando por partes el relleno y los resortes; una pequeña mesa arrumada por la falta de una pata, algunos pedazos de porcelana esparcidos por doquier, parecían pertenecer a jarrones o adornos. Siguió caminando y fijó la vista en el techo. Extraño —pensó—, hubiera jurado que encontraría un techo más bajo. Una escalera a la izquierda invitaba a subir, era de madera y parecía poder soportar su peso. Comprobó su solidez con cuidado y se atrevió a ascender evitando pisar el centro. Sintió la reciedumbre del material noble y tomó confianza, al llegar al siguiente piso, un descansillo con una ventana le dio la bienvenida, trató de imaginar en qué lugar de la casa estaría si viese desde afuera, pero le fue imposible. El descansillo servía de distribución hacia otras escaleras, sorprendentemente una iba hacia abajo, sin contar la que acababa de usar, y otra, tres escalones hacia arriba. También había una escalera en forma de caracol. Creyó entender por qué desde afuera tenía esa extraña forma, de amontonamiento, como si fuese una masa informe de construcciones hechas en momentos diferentes y bajo criterios insospechados. Escogió la de los tres escalones, le parecía menos riesgosa. Al abrir la puerta se encontró en una habitación desnuda. Las paredes tenían papel tapiz de rayas verdes y rosas amarillas, todo muy viejo y desprendido, como el resto de la casa. Con sorpresa vio en el mismo cuarto otros cuatro escalones que bajaban; descendió, abrió la puerta y comprobó que daba a un balcón. No recordaba haber visto un balcón desde afuera. Era un hermoso balcón. La hiedra subía por las paredes y se posesionaba de la baranda, lo más llamativo era que la vista no era la que hubiese esperado. Era una vista preciosa, colinas de verde prado se perdían en el horizonte, el hospital Saint Thomas no aparecía por el lugar donde esperaba verlo, tampoco reconocía el cielo, tan azul y tan límpido, que provocaba extasiarse recibiendo los rayos tibios de un sol de primavera. Comprendió al doctor cuando le dijo que los miedos había que enfrentarlos. Se sentía tranquilo, satisfecho de saciar la curiosidad que lo había corroído desde que tenía memoria.

Pero su intención era conocer toda la casa. Regresó sobre sus pasos al descansillo inicial y escogió esta vez la escalera de caracol. Con dificultad trepó por los peldaños de metal hasta llegar a una angosta puerta cuya perilla era de bronce y tenía el aspecto de la cabeza de un caballo que al mismo tiempo parecía un perro. Al ingresar a la habitación comprobó que además de estar tan desvencijada como todo el resto, existía un viejo baúl en un rincón. Fue directamente a la ventana y vio el hospital, un poco diferente a como lo veía normalmente, pero dado que allí nada parecía igual a como se pensaba dejó de asombrarse. Lo esperaba el baúl. Un velado temor se cernió sobre él, pero pensó que era irracional. Avergonzado por su actitud levantó de golpe la tapa y se dio con la sorpresa de que estaba vacío. Sonrió aliviado ¿qué había pensado encontrar?, se preguntó. Volvió a cerrarlo y notó que era bastante pesado cuando quiso hacerlo a un lado para poder abrir la pequeña puerta de un gabinete que estaba detrás. El baúl no se movía. Se olvidó del gabinete y toda su atención se centró en el pesado baúl, lo volvió a abrir. No comprendía por qué era tan pesado. Se le ocurrió que podría estar pegado al piso. Sacó una navaja suiza que siempre llevaba consigo y la pasó entre el suelo y el baúl comprobando que no había pegamento. Hizo de nuevo el intento de moverlo, cerró la tapa y vio por detrás aunque no pudo vislumbrar mucho, pues estaba muy pegado a la puerta del gabinete. Volvió a abrirlo y estudió el fondo. Estaba casi al mismo nivel que el piso. O sea, no tenía doble fondo. Examinó el material. Era de madera. Al raspar la madera salió una viruta con facilidad. También salió una gota de sangre.

Dio un respingo hacia atrás. Luego se acercó con cautela y examinó la superficie raspada. Si no era sangre era un líquido muy parecido. Estuvo varias horas dando vueltas al asunto; obsesionado con el baúl, lo raspó en varias partes siempre con el mismo resultado, ya su camisa tenía manchas de sangre, sus pantalones, sus manos, el suelo cubierto de polvo formaba charcos de barro con sangre. Finalmente se dio por vencido. Había oscurecido y deseaba salir de la casa. Dando un suspiro de desaliento enfiló hacia la puerta del cuarto y volvió al descansillo, pero por la ventana que le había dado la bienvenida a la parte alta no entraba luz. Había anochecido. Empezó a invadirle el terror; en la penumbra trató de ubicar la escalera por donde había subido, pero sin éxito. No lo podía creer. Estaba encerrado en esa maldita casa, y las puertas que quedaban sólo lo llevaban a cuartos sin salida. Un rumor al que no había prestado suficiente atención empezó a sonar cada vez más nítido, parecía un lamento, un llanto, algo que hería sus oídos, por momentos parecía estar escuchando música sacra con un coro, y en otros sugería un órgano cuyas notas divagaban en acordes de un Miserere deformado. Empezó a escuchar sus propios latidos confundidos con aquellos lamentos, y con cada latido el llanto quedo se hacía más doloroso. Se llevó las manos ensangrentadas al rostro y se cubrió la cara y los oídos, no quería oír más. Un olor putrefacto inundó su olfato, carne podrida, descompuesta: olor a muerto, reconoció de inmediato. Miró sus manos, la carne se desprendía, de ahí provenía el hedor. Escuchó transformarse el llanto en risa queda, que poco a poco se convirtió en carcajada, no sabía si eran las suyas o las de... ¿Quién? o ¿Qué? Y comprendió todo. Había matado al baúl. Sí, eso era, había matado al baúl, y la casa se vengaba de él. Fue como si al tomar conciencia de la realidad, la escalera hubiera deseado aparecer. En cuanto la vio se lanzó por ella y atravesó la sala corriendo, haló el pomo con lo que quedaba de sus manos y corrió en dirección al pueblo.

—Asesiné al baúl, por eso mis manos se están pudriendo... —gimió al entrar a la taberna. Los hombres miraban sus manos. Estaban perfectas. —La casa se vengó, miren mis manos, ¿las pueden oler? La casa está maldita, yo maté al baúl...

Un paciente más para el hospital Saint Thomas -pensó el doctor Leight oyendo al desgraciado. Miró sus guantes negros, y se alegró de que sus manos ya se hubiesen curado.



B. Miosi