sábado, 27 de febrero de 2010

Las cartas, por Blanca Miosi

Miraba el pedazo de papel que tenía en sus manos, ajado de tanto leerlo, y encerrado en esas cuatro paredes pasaba las horas aguardando con desesperación el día siguiente, cuando la enfermera le hiciera entrega de otra misiva. Eran el leitmotiv de su vida, y a pesar de no entender el idioma en el que estaban escritas, cada día en uno diferente, sabía que su contenido era importante, tanto, que su angustia se acrecentaba con el paso de las horas. Estaba seguro de que la única persona que comprendía todo era la enfermera que se las entregaba; una pequeña mujer de menos de un metro cuarenta, de mirada inteligente y apariencia sombría. Aunque nunca había querido decirle quién las enviaba, o no lo sabía. Pobre, no era su culpa, ella era tan prisionera como él si no, ¿qué hacía en ese lugar siniestro?

Las colocaba una sobre otra después de pasar horas tratando de dilucidar su contenido, hasta formar con ellas pequeños montones. El cuarto estaba lleno de papeles arrugados cuidadosamente dispuestos unos sobre otros. Cuando el psiquiatra iba a visitarlo decía que en ellas no había nada escrito. ¿Qué sabía él? Pensaba.

Pero esa mañana... esa mañana la carta estaba escrita en español. Podía entenderla y no lo podía creer. Tantos años, tanto tiempo, y sólo había recibido una en su idioma. Volvió a posar sus ojos en las escuetas líneas:

“Todas las demás cartas que te mandé estaban vacías, en ésta te digo que vendré por ti, ya no puedo seguir esperando”

¿Quién la habría escrito? Él no sabía quién deseaba venir por él, pero estaba seguro de que era una mujer, lo presentía, lo sentía en la piel, las letras se lo decían, y él sabía muy bien cuándo eran de mujer. A partir de ese momento la única pregunta que tuvo en mente fue ¿Quién? ¿Quién? ¿Quién no pudo seguir esperando? ¿Cómo era posible que alguien que le había escrito durante tanto tiempo dijera las cartas estaban vacías y que no podía seguir esperando? ¿Esperando qué? Aguardaría la visita del psiquiatra.

Sabía que él tenía la respuesta. Era el único que le había dicho que las cartas estaban vacías.

—Doctor, ¿recuerda que siempre me dice que están en blanco? Y ahora dice que nunca existieron. Creo que usted está demente. Sé que allá afuera hay alguien que estuvo escribiéndome muchos años, pero yo, torpe de mí, no pude traducir sus cartas… pero esta que tengo aquí es muy clara. Ella vendrá por mí, ¿lo sabe, no? Sé que está impaciente.

A través de la diminuta ventana con barrotes, la enfermera que medía un metro cuarenta alcanzó a ver al desgraciado hablando solo. El pobre agitaba la mano como si enseñase algo, sin notar que la sombra inmóvil en un rincón empezaba a moverse. Abrazó al pobre loco que murió con la felicidad reflejada en el rostro.

B. Miosi

lunes, 22 de febrero de 2010

CUYABENO, LA SANGRE DE LA TIERRA, una novela de Manuel Pérez Recio


Manuel Pérez Recio, un amigo que conozco desde los tiempos de Bibliotecas Virtuales, publicó en mayo del 2008 esta novela que acabo de leer: Cuyabeno, la sangre de la tierra. Para estas fechas ya está a la venta la segunda edición, (Bohodón Ediciones) y espero que siga teniendo éxito para muchas más.

Cuyabeno es un río, afluente de otro río, que da nombre a una de las reservas naturales más importantes de la amazonía; alimenta catorce lagunas encadenadas entre sí, una extensa zona pantanosa y cientos de pequeños canales de aguas oscuras y cenagosas.

Es parte de la introducción, y tanto el título como el mismo río, es el hilo conductor de una historia que se desarrolla en medio de la maraña de la selva, y que gracias a las excepcionales descripciones del autor, como lectora pude oler la húmeda vegetación de la selva ecuatorial, sentir las hormigas recorriendo mi cuerpo, las tarántulas de piel aterciopelada caminando por mi espalda, y el sudor y el fango impregnando mis ropas al cuerpo. Tal vez haya sido un reencuentro con lo que conozco, pues he vivido en la selva peruana y sé lo que se puede encontrar allí. Un lugar donde no existe el silencio: de día los monos aulladores, las guacamayas, el zumbido de insectos gigantes… de noche no sólo el croar de los batracios. La noche jamás es silenciosa en un sitio como ese. Y es allí donde se desarrolla esta historia, que nos lleva suavemente de la mano, sin presentir lo que encontraremos más adelante.

El misterio que envuelven las culturas indígenas, siempre mezcladas con el chamanismo, la brujería, y gran parte de candor, se mezcla con la mente lúcida y escéptica del protagonista, Diego, que junto a su amigo y compañero de viajes, Mateo, decide internarse más allá de los límites de la razón, logrando que en nuestras mentes se mezcle la realidad con la fantasía, de tal manera que al final nunca sabremos con exactitud la verdad. Unido a este viaje de los sentidos se desarrolla una historia de amor que nace fuera de los límites convencionales. Empieza de manera apasionada para transformarse en un amor de dolor dulce, casi masoquista, del que únicamente los que han conocido el amor sabrán comprender.

Con un lenguaje claro, sencillo, y no por ello fácil, Manuel Pérez Recio logra hacernos reír, inculcarnos temor, suspense, rabia, impotencia, y por último, sentir los placeres del amor, relatados de manera magistral.

Comprendo ahora el éxito de esta novela, y no podía ser menos. He leído los relatos que Manuel postea en el foro literario Prosófagos, y sus comentarios, siempre indicativos de su capacidad analítica, dan fe de su gran capacidad literaria.

¡Enhorabuena, Manuel! Te doy las gracias por permitirme leer tu novela!
B. Miosi

sábado, 20 de febrero de 2010

AVATAR

James Cameron batió su propio récord con esta película, la más taquillera después de Titanic.

Con nueve nominaciones al Oscar de la Academia, Avatar se perfila como la siguiente ganadora de los premios Oscar. Y es que debemos estar claros: las grandes superproducciones seguirán estando en manos de Holywood durante mucho tiempo, por más que las voces agoreras prediquen su muerte cercana.

¿Qué hace al cine norteamericano tan exitoso? No es sólo la enorme inversión que arriesgan al producir películas. No. Hubo unas cuantas de presupuestos reducidos que también han alcanzado la fama y récords de taquilla. Creo que es la absoluta entrega en cada parte de sus componentes, el perfeccionismo y la vanguardia en la tecnología.


Una muestra de ello es Avatar. Reconozco que empecé a verla con cierto escepticismo. No soy muy aficionada a las películas de ciencia ficción, no comprendo bien por qué, ya que he visto con placer La guerra de las galaxias, Encuentros cercanos, y hasta he escrito una novela de ciencia ficción. Tal vez sea que el despliegue de naves intergalácticas y las batallas en el espacio no me atraen demasiado.

Pero Avatar es una historia cuya simbología tiene mucho que ver con nuestras creencias tribales más arraigadas, entendemos perfectamente al verla cuál es la fuerza que mueve al cosmos, y por un momento nos sentimos en comunión con la raza universal. No me avergüenza decir que me emocioné hasta las lágrimas en algunos pasajes, y que reconocí las similitudes de las milenarias leyendas de nuestras religiones.

Un enviado, un elegido, es el personaje principal de la historia, que transcurre en un planeta llamado Pandora, cuyos habitantes tienen mucho en común con los terrícolas. La lucha entre el bien y el mal, la ambición y la razón, el amor a la naturaleza de ellos y el afán destructivo del ser humano de la Tierra, se enfrentan en este mundo raro y al mismo tiempo familiar en muchos aspectos.

Avatar me emocionó tanto como El rey león. La recuerdo porque también fui a verla casi a empujones y terminé llorando con todas mis ganas de la pura emoción.

Es la combinación de buenas actuaciones, personajes inolvidables, y un tema trascendente. Igual a lo que ocurre con las novelas.

Y hablando de novelas, los dejo, porque voy a seguir escribiendo, que mi nueva novela me tiene completamente atrapada. Siempre digo que será la mejor que haya escrito, por lo menos hasta ahora es lo que pienso, ya veremos.

B. Miosi

viernes, 12 de febrero de 2010

Entrevista y mi caricatura


Javier Pellicer es colaborador de la revista I Like Magazine, dedicada al mundo de la música, arte y literatura. Nuestro amigo Javier tiene allí un renglón importante, en el cual hablará del mundo de las ediciones, entrevistará a escritores y publicará noticias relacionadas con el ámbito cultural. Pero eso no es todo: A partir de este número, su novela, La sombra de la luna, se publicará por capítulos, (Pag. 48)
Javier me hizo una entrevista, parte de la cual transcribo aquí, y el dibujante Pino en complicidad con Javi me hizo una caricatura, dejo ambas para que las disfuten.

Entrevista a Blanca Miosi (Pag.22)
Por Javier Pellicer
De sus novelas prefiero que hable ella misma, pero cabe destacar que no estamos ante una primeriza, sino ante una autora consolidada, con un publico fiel (y creciente) entre el que me encuentro. Con “El pacto” inició su andadura oficial como escritora, a la que siguió “La búsqueda” y, más recientemente, “El Legado, la hija de Hitler”, novela en la que nos cuenta una versión alternativa (y ficticia) de la cara más oscura del Tercer Reich, así como una saga familiar que llegaría hasta nuestros días.

JP —¿Y si Hitler hubiese tenido descendencia? Ese parece el planteamiento inicial de “El Legado. La hija de Hitler”. ¿De dónde surgió la idea?
BM: —La idea surgió cuando me hice esta pregunta:¿Qué hubiera sucedido si Hitler hubiera tenido una hija? Probablemente nada. Ella a su vez habría tenido descendencia y es posible que hoy tuviese un apellido diferente. Pero, ¿qué hubiera sucedido si la sangre de Hitler se hubiera mezclado con la de un hombre que llevaba tras de sí la promesa de que aquello jamás debería suceder? La respuesta entonces da lugar a una historia fascinante.

Para los que deseen leer la entrevista completa pueden descargarla en su versión virtual:

La versión en papel ya se encuentra en los kioskos de revistas.
¡Gracias, Javi!

B. Miosi

miércoles, 10 de febrero de 2010

Un muerto en la nevera


—Tiene buena vista desde aquí... —comentó el inspector, observando hacia abajo. Los vidrios de la ventana estaban sucios, y los bordes, manoseados—. Tal vez, digo, sólo tal vez, haya visto algo extraño últimamente.
—No he visto nada, inspector. ¿Por qué habría de hacerlo? No suelo inmiscuirme en los asuntos de nadie —respondió don Genaro.
—Si recuerda algo, por favor, llámeme. —El inspector de policía le entregó una tarjeta y salió del apartamento.

Había interrogado a todos los vecinos del viejo edificio y estaba harto de tantas tonterías. Su olfato le decía que alguno de ellos debía saber algo, pero, ¿quién? Arrancó con desgana el coche y se alejó del lugar.

Desde la ventana que daba al frente, don Genaro lo vio alejarse. Cerró la cortina y fue a prepararse un té; lo único que calmaba sus nervios. ¿Qué se habría creído el policía ese? No
tenía la culpa de vivir en el único apartamento que tenía una ventana que daba al callejón. Cierto que en él sucedían cosas interesantes; en realidad, podía ver casi todo lo que ocurría por los alrededores, y no porque lo quisiera, ni porque fuese chismoso. Era imposible no verlo. «Lo que pasa es que los policías no hacen su trabajo y pretenden que sea uno quien resuelva sus problemas» pensó, despectivo.

Un muerto en la nevera. Si él hubiese encontrado un muerto en su nevera, con seguridad no saldría gritando a voces, como la vecina de abajo. Lo sacaría, tal vez cortado en pedazos, de esa manera sería más fácil deshacerse del cuerpo sin despertar sospechas. El asunto es que su nevera se había dañado hacía meses y tenía que pedir favores a los vecinos para guardar los comestibles. Qué curioso, cada persona a la que preguntó qué habría hecho de encontrar un muerto en su nevera, le dio una respuesta diferente.

Doña Jacinta opinó que antes de llamar a la policía echaría llave a la nevera para que sus hijos no se enterasen, porque para ella lo primero era la tranquilidad de sus niños. Después, vería la forma de sacarlo en una bolsa grande con ayuda de su hermano, para arrojarlo al canal. Opinaba que la policía sólo traería problemas.

Pedro, el carnicero, dijo que lo cortaría en pequeños trocitos con la sierra eléctrica, aunque don Genaro dudaba que fuese a botar los restos, pues por su negocio ni siquiera merodeaban los gatos.

La peruana del segundo piso, la que trabajaba en el bar, después de pensarlo mucho, dijo que lo envolvería como una momia peruana, según ella, las envolvían sentadas, y la hubiese llevado por la noche en la silla de ruedas de su difunto hermano hasta la puerta del museo, que quedaba a siete cuadras de allí. La muy tonta no sabía que era un museo de arte moderno. «Aunque pensándolo bien, tal vez un muerto envuelto en tiras de tela, en la actualidad sea considerado arte moderno», pensó don Genaro.

Lo curioso del caso es que nadie acudiría a las autoridades, excepto la anciana de abajo que había salido gritando después de llamar a la policía. Don Genaro supuso que ella era la más tranquila de la vecindad; de haber previsto su reacción, hubiese elegido otra nevera. Miró la tarjeta que el inspector le había dejado y la rompió en pedacitos. Terminó de tomar su taza de té ya frío. Era lo único que calmaba sus nervios.

lunes, 8 de febrero de 2010

Es momento de hablar

Desde que decidí abrir el blog quise dedicarlo exclusivamente a tocar temas literarios, como la gran mayoría de blogeros hace. Hoy voy a hacer una excepción, pues creo que ha llegado el momento. Vivo en un país donde la libertad de expresión está en peligro y es probable que en poco tiempo no pueda seguir teniendo acceso a Internet ni a mantener mi blog.

El presidente, teniente coronel Hugo Chávez, no conforme con insultar al pueblo de Venezuela siete días a la semana en largas cadenas que abarcan todos los medios de comunicación audiovisuales, nos ha “prometido” que para solucionar el problema de la energía termoeléctrica, traerá al comandante Ramiro Valdez, un cubano a cargo de la represión en Cuba al estilo Stasi de la fenecida República Democrática Alemana o de la KGB de la hoy extinta República Soviética, responsable de que en esa isla sea casi imposible el acceso a Internet.

Novecientos mil millones de dólares, léase: US$ 900.000.000.000,oo provenientes del ingreso petrolero no fueron suficientes para que tengamos energía como en un país civilizado.

190.000 muertos por asesinato, cientos de miles de empleos perdidos, 170 industrias cerradas o “tomadas” por el gobierno, miles de hectáreas “recuperadas” de tierras fértiles que antes se dedicaban a la cría de ganado o a la agricultura y que hoy yacen mustias y cubiertas de barriadas. Y una población sin acceso a comprar divisas extranjeras, con una policía que reprime a los ciudadanos en lugar de protegerlos, es el resultado de once años de desgobierno, en el que el ciudadano presidente no sólo ha cambiado el nombre al país, sino que lo ha declarado socialista.


Claro, apoyado por La corte suprema de Justicia, El poder Electoral, La asamblea nacional y todos los militares, es muy fácil perpetuarse en el poder. Lo único que tiene que hacer es repartir dinero o permitir la corrupción, que hoy por hoy conforma una boliburguesía (de bolivarianos burgueses) que son los que se plegaron al gobierno y forman parte de uno de los grupos multimillonarios del mundo. Muchos de ellos tienen cuentas de dos mil o tres mil millones de dólares o euros. Si no es más.

Sí, señores, este gobierno ha regalado a los países que lo secundan ochenta y dos mil millones de dólares. Tal como lo leen, y ha permitido que sesenta y dos mil cubanos penetren las fuerzas armadas, controlen el ministerio de documentación personal, y sean los jefes. Luego Chávez llama apátridas a los estudiantes que se alzan en contra suya, porque en este país no existe una oposición política valiente, capaz y organizada.

Un señor que se rodea de seis escudos de guardaespaldas, y que a una orden suya cualquiera puede ser detenido, puede insultar, agredir, amenazar, decir palabras soeces a una ciudadanía inerme, porque con armas y guardaespaldas se puede ser muy valiente. Pero quiero ver al señor Chávez enfrentar a una simple ciudadana, que podría ser yo, que él se quite el uniforme, la gorra roja, que mande al cuartel a sus soldados y a sus focas de circo que aplauden hasta cuando respira, y que se ponga frente a mí, con una simple camisa de color neutro, sin tener ni un cortaplumas en el bolsillo, que quiero ver si es capaz de defenderse.

Sé que corro un gran riesgo al escribir esto, es probable que me vea amenazada como ha ocurrido con otras personas que se atrevieron a decir lo que piensan, pero creo que ya no es momento de callar. Soy una persona que se presenta con su nombre y apellido, y muy fácil de ubicar. Aquí me tienen. De todos modos, como trofeo, no soy una buena pieza de caza. Lo siento.

B. Miosi