domingo, 28 de agosto de 2016

La responsabilidad del escritor.

Antes de dedicarme casi a tiempo completo a dar el último repaso a mi más reciente novela, leí Control Total, escrita por David Baldacci. Fue publicada en 1997, cuando las redes de la información no habían llegado a ser lo que hoy son: una vorágine que cuando se sabe utilizar para fines criminales, puede servir para casi cualquier fechoría.
Control total tiene un ritmo endiablado desde las primeras páginas; un avión se precipita a tierra como consecuencia de un sabotaje. En él viajaba el presidente de la Reserva Federal. Ciento setenta personas más mueren junto a él, carbonizadas. El motivo: un sucio juego de espionaje de secretos informáticos, cuyos alcances amenazan transformar la red en la que actualmente nos movemos en un arma de doble filo. En realidad, ya lo es; cada vez que accedemos a Internet vamos dejando un rastro que jamás será borrado. Si una persona decide hacernos la vida imposible lo único que debe hacer es entrar a nuestro correo electrónico, y hasta a nuestros archivos personales. Nunca hemos sido tan vulnerables como ahora, y sin embargo muchos de nosotros consideramos la red una herramienta ya imprescindible.
Pero me estoy alejando del tema de esta entrada, en realidad lo que me llamó la atención de la novela mencionada, fue la última página, la nota del autor, dice así:


El avión presentado en las páginas precedentes, el Mariner L800, es ficticio, aunque algunos de los datos indicados en el libro se basan en verdaderos aviones comerciales. Sabiendo eso, los entusiastas de los aviones no tardarán en señalar que el sabotaje del vuelo 3223 está lejos de ser verídico. Los «errores» descritos fueron totalmente intencionados. Mi objetivo al escribir este libro no ha sido el de preparar un manual de instrucciones para causar daño a las personas.

En otro párrafo continúa:

A medida que los ordenadores de todo el mundo queden vinculados a una red global, se corre el riesgo, que aumenta proporcionalmente, de que una sola persona pueda llegar a ejercer algún día el control total sobre ciertos aspectos importantes de nuestras vidas. Y, como se pregunta Lee Sawyer en la novela: «¿Qué pasará si el tipo es malo?»

Siempre me he preguntado si lo que escribimos tiene alguna repercusión en el lector, más allá de lo que significa la lectura como pasatiempo. Recuerdo que cuando leí por primera vez a Hermann Hesse quedé tan impresionada que empecé a ver el mundo de manera diferente. Creía a pie de juntillas que todo era producto de una ilusión, y que mi realidad, la que yo había dado por hecho desde que tenía uso de razón, era un invento de mis sentidos. ¿Cuántos libros habremos leído que nos han hecho reflexionar, creer en algo en lo que antes no reparábamos, o en pensar que tal vez exista algo más que el mundo que nos rodea? Al fin y al cabo el conocimiento proviene de los libros, tenemos una reverencia casi atávica por ellos, y hasta antes de que comenzara a escribir, yo particularmente, creía muchas de las teorías que en ellos se exhibían. ¿Acaso en algún momento no nos hemos parado a reflexionar profundamente sobre nuestro papel en la sociedad, después de leer «1984» de George Orwell? ¿O como consecuencia de El capital, de Marx, el planeta se conmovió en sus cimientos?

Creo que todos los escritores tienen una gran responsabilidad por las ideas que exponen en sus escritos, ensayos, y por supuesto, en sus novelas. El público ha sido influenciable desde siempre, recordemos a Orson Welles cuando hizo salir de sus casas a miles de personas, al relatar por radio un pasaje de La guerra de los mundos, de H. G. Wells, y en esta época en la que parece que ya nos hemos saturado de todo, siguen existiendo seguidores de sectas de las más disparatadas creencias. Es como si la gente deseara creer en algo. No podemos contar con el sentido común de las personas, pues en realidad, son muy pocas las que lo tienen, y no lo digo en sentido peyorativo, yo misma me considero una persona con muy poco sentido común, si no fuese así, jamás habría empezado a escribir novelas, pues no existe nada más lejos del sentido común que pasarse horas tras horas argumentando situaciones que sabemos que son irreales, para que los demás piensen que sí lo son; y por otro lado, están los lectores que desean creer que lo que leen es cierto a sabiendas de que es una ficción, es más: si encuentran alguna muestra, por más ligera que sea de que lo que están leyendo no los ha engañado suficientemente, se sienten defraudados. Pero existe el peligro que dentro de la miríada de escritores, haya unos cuantos cuyos argumentos, por ejemplo, convenza a buena parte de la población de que la Guerra Santa es sagrada y obligatoria, y que autoinmolarse los llevará directamente al paraíso, ¿no correríamos entonces todos el riesgo de ser objeto de atentados terroristas, como ya está sucediendo?

Existe un libro llamado: La anatomía de la brujería, por Peter Haining. En él se describen los rituales seguidos por las sectas satánicas, adoradores de la magia blanca, costumbres y rituales demoníacos, con un despliegue de información espeluznante. Me pregunto cuántos de los asesinos en serie que existen actualmente habrán tomado ideas de este libro. ¿Y qué me dicen de la Biblia? sus millones de seguidores en todo el mundo creen firmemente que es la palabra de Dios.

Ahora, díganme ustedes: ¿Es o no es una gran responsabilidad ser escritor?

B. Miosi

jueves, 25 de agosto de 2016

¿Cuál es el activo económico más importante de una empresa?

En la era actual es sin ninguna duda el cliente. El usuario.  Recuerdo que hace poco más de diez años compré en Amazon un CD. En lugar de eso después de una semana me llegó un libro de contabilidad computarizada. ¡Y en inglés! Les escribí informándoles del error y su respuesta inmediata fue: "Le enviaremos de inmediato su CD. Si usted desea, puede donar el libro a alguna institución o biblioteca".

Dicho y hecho. El CD me llegó en una semana y el libro lo obsequié al hijo de una amiga que estudiaba entonces Ingeniería de Sistemas. Lo que me sucedió no lo he olvidado, y es algo tan importante a mi modo de ver, que desde ese día pienso que la actitud que tengamos con nuestros clientes es el activo económico más importante de una empresa. Me hizo una fiel cliente, y Amazon nunca me ha defraudado.  Es un requisito que cualquier empresa de cualquier tipo debe tener en cuenta. Los clientes hoy en día tienen el poder a un golpe de clic. Todo se dice en las redes. Todo se sabe en las redes. Y si la percepción de nuestros potenciales clientes es negativa esa percepción recorrerá el mundo, lo sabrán quienes nos compren o no. No es necesario que la noticia se vuelva viral, simplemente existe.


La confianza en una marca no la hace la promoción. Se crea basándose en la experiencia con el producto y la recomendación. Un buen producto se aprecia y se recomienda, hoy más que nunca. Y esto vale para todo, incluyendo los libros.

¡Hasta la próxima, amigos!

miércoles, 3 de agosto de 2016

¿Novela romántica o francamente erótica?

En este blog ya he hablado hasta la saciedad de cómo publicar un libro en Amazon, cómo utilizar las redes sociales para promocionar nuestros libros, qué necesita un libro para tener la posibilidad de convertirse en un bestseller…  hoy voy a hablar de las tendencias, es decir, de lo que la gente más está comprando, o mejor dicho: el tipo de lectura que más se vende.

Creo que ya todos sabemos (al menos los que estamos en el mundo de la publicación) que las mujeres somos las que más leemos, por lo tanto las editoriales y los escritores independientes, y los que autopublican, se interesan en la novela romántica, preferiblemente erótica. El erotismo no es nuevo, pero después de las 50 sombras parece que hubiera caído algún mito y se ha perdido el pudor. Quien no escribe una escena de erotismo explícito es un escritor “poco maduro” o con “algún problema de libido o complejo sexual”.  Así que las y los escritores se han dado a la tarea de ahogarnos en un mar de novela erótica disfrazada de novela rosa.  Y parece que han dado en el clavo. Millones de lectores se vuelcan a este tipo de lectura y lo admiten públicamente, se han creado páginas específicas para el género, se intercambian novelas, comentarios, y piden más y más, y las escritoras de novela erótica no se dan descanso escribiendo para poder saciar el voraz apetito de sus lectoras. Para muestra basta ver la cantidad de portadas dedicadas a tema:


¿A qué se debe este fenómeno? ¿Será que hay tal cantidad de mujeres (digo mujeres porque son las que más consumen este tipo de lectura) frustradas que de la única manera como llegan al clímax es leyendo? Sé que saldrán algunas diciendo que hablo por despecho, porque no escribo novela romántica. No es así. Como escritora soy capaz de escribir y describir la más pervertida escena erótica, pero no me atrae este tipo de literatura. Ni leerla ni escribirla. Y no es que sea superior o inferior, más o menos inteligente o más o menos desinhibida, simplemente soy diferente. A veces leo comentarios que dicen que ya están saturadas de tanto sexo. Pero después vuelven a la carga. Lo entiendo. El sexo es lo único por lo que alguien dejaría de comer.

Yo seguiré con los temas que me gustan, y me perdonan las personas que se me acercan para contarme sus tragedias pensando que son argumentos perfectos para una novela, o quienes me escriben relatándome oscuros secretos familiares. Sus historias son respetables, pero los temas que escojo escribir son absolutamente originales. No escribo de madres que hicieron la vida imposible a sus primogénitas, o que fueron abandonadas con quince hijos. Me gusta escribir historias que jamás podrían ocurrir,  o que nadie se las ha imaginado o conocido. Los asesinos seriales, los vampiros, las mujeres engañadas… se han vuelto temas cotidianos.  Y si escribo una novela romántica, la protagonista jamás se arrepiente de haber sido prostituta, ni se siente con la obligación de rendir cuentas al marido. Prefiero que sea una depredadora, sin que tenga que llenar páginas y páginas de sexo puro y duro.

Hasta aquí llegué hoy. Ya saben que no me gusta extenderme, eso se lo dejo a los que para explicarse deben llenar cinco cuartillas.


¡Hasta la próxima, amigos!