En un artículo publicado por el
agente literario Guillermo Schavelzon, “De qué vive un escritor” afirma, según
su experiencia, que ninguno escribe para ganar dinero. Para explicarlo con
más claridad, el ganar dinero es una circunstancia posterior, no es el que
motiva a escribir el primer libro.
Estoy de acuerdo con él hasta
cierto punto. Escribí mi primera novela
y ni siquiera tenía intenciones de publicarla. Seguí escribiendo hasta juntar
cinco manuscritos por simple placer y, cuando decidí que tenía que publicar al
menos uno de ellos, fue porque se trataba de la vida de mi esposo y deseaba
darla a conocer. Solo eso.
Con el tiempo y al haber
experimentado que las historias que contaba interesaban a la gente, me fui
volviendo más ambiciosa, deseaba llegar a más público, y empecé a preguntarme
si tal vez algún día podría ser famosa. Creo que todo escritor se ha hecho
esa pregunta en algún momento. Fue cuando di el primer paso y empecé a autopublicar
en Amazon, no porque mis manuscritos fueran invariablemente rechazados, no es
mi caso. Lo hice porque comprendí que era el futuro: lectura al alcance de
todos a precios accesibles y distribución internacional. Fue después cuando supe que tendría acceso a
mis reportes de venta y que recibiría el pago puntual cada mes por los libros
vendidos.
Ahora que lo pienso, fue lo que
cambió de manera radical mi punto de vista acerca del mundo de la escritura.
Anteriormente me conformaba con publicar. Hacerlo a través de una
editorial significaba que me había convertido en una escritora. Un libro
avalado por un sello editorial demostraba al mundo que era capaz de escribir
bien, de lo contrario mi obra no hubiera pasado por el filtro editorial. De la
misma manera pasé por el filtro de una de las mejores agentes, y seguí
publicando sin contratiempos y sin que me importara cuánto y cuándo me irían a
pagar. Mi satisfacción radicaba en haber publicado, era suficiente para mí. No
prestaba interés al porcentaje, ni que mis anticipos fuesen repartidos entre mi
agente y los impuestos. ¡Publicaba en librerías de grandes superficie de
España! Lo máximo a lo que puede aspirar una escritora desconocida.
Sin embargo, aquellos libros que
me animé a publicar por mi cuenta en Amazon hicieron la diferencia. Empezaron a
venderse y empecé a recibir un pago por ellos. Tomé conciencia entonces de que
no solo se trataba de publicar un libro para que la gente disfrutara, sino que
era justo que a cambio de mis ideas, el trabajo y el tiempo invertido,
recibiera una compensación monetaria. Empecé a pensar como una empresaria, sin
que por ello dejase de sentirme escritora. Hay la creencia de que los
escritores que piensan en dinero son unos mercenarios. ¿Acaso los pintores dejan
de serlo porque venden sus obras al mejor postor?
Por otro lado vender los libros
que escribo me proporciona una enorme satisfacción, porque sé que me leen.
Habrá muchos que sigan pensando que viven para escribir y no les interesa vivir
de lo que escriben. No es mi caso. Me
gusta vivir de lo que escribo; lo digo sin ambages ni hipocresía, y cuando
escribo estas líneas me viene a la mente el cuento de Esopo: La zorra y las uvas.
Es claro que no es fácil. Me he
convertido en mi agente literaria además de escritora a tiempo completo, lo que
incluye escribir, asistir a tertulias literarias para seguir aprendiendo y a
charlas. Asisto a presentaciones de libros de
amistades, porque vivo en un país donde no se venden mis libros, ya que la
mayoría se compran a través de Amazon, una plataforma a la que solo se puede
acceder con tarjeta de crédito que permita compras internacionales y, como la
mayoría sabe, en Venezuela es algo que no está permitido, pero me hago cargo de promocionar
mis libros en las redes sociales, y de hacerme conocida de muchas maneras creativas,
como por ejemplo llevando un programa de radio semanal: La Hora Amazónica,
diseñar imágenes publicitarias para mis libros, responder entrevistas, que por
suerte llegan sin que tenga que solicitarlas, pero es un mundo enriquecedor que
me aporta más de lo que doy. He
descubierto seres humanos valiosos que de otra forma dudo mucho hubiera podido
conocer. La imagen del escritor encerrado entre cuatro paredes creando su
próxima obra es lejana para mí. Y lo más importante: He aprendido a elegir cómo
y con quién publicar, porque no solo autopublico, también lo hago a través de
editoriales. Hoy en día mis libros se venden en tres formatos: digital, papel y audible; así como he logrado un contrato de traducción para todas
mis novelas al idioma francés. También tengo dos libros traducidos al inglés y
uno al alemán. Todas las negociaciones las hago yo sin intermediarios. Y lo más
asombroso es que he podido vender los derechos de una novela que aún no tengo
terminada.
Como escritores tenemos el
derecho de ganarnos la vida de manera digna cobrando por nuestros libros. No es
nada vergonzoso. Es un trabajo que requiere de toda nuestra energía, a menos de
que escribamos por hobby, como cuando
lo hacía cuando empecé hace catorce años.
¡Hasta la próxima, amigos!